Por: Jair Peña Gómez
Hace algún tiempo en clase de Teoría Política Clásica con el profesor, abogado, político, historiador y escritor venezolano, José Rodríguez Iturbe, se dio una interesante discusión acerca de la inteligencia de los grandes líderes de la historia universal.
Resulta que una de las estudiantes alabó la inteligencia de un polémico personaje: Adolfo Hitler. En su breve exposición destacó que el Führer había sacado a Alemania de la grave crisis económica que atravesaba como consecuencia de la derrota sufrida en la I Guerra Mundial, dijo que, gracias al Tercer Reich, Alemania había rescatado el espíritu de nación, se había marcado un derrotero y había recuperado su estatus de potencia, primero europea y después mundial, en un cortísimo tiempo.
‘Pepe’, como de cariño le decimos sus alumnos y allegados, no pudo ocultar su cara de asombro, para después darle paso a una sonrisa, quedó anonadado ante el desparpajo con que Gabriela (creo que ese era su nombre) lanzó tales afirmaciones. Luego, empezó por señalar que Hitler en su infancia no fue precisamente un colegial aventajado, que, al parecer, desde muy pequeño, fruto de los fuertes castigos físicos que su padre le infligía y del incesto de sus progenitores (eran primos), Adolfo comenzó a mostrar síntomas de desequilibrio mental.
Prosiguió en una larga disertación sobre Hitler, el liderazgo y la inteligencia, mencionando la formación académica del dictador, afirmó que su creación, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, fue resultado de la lectura asidua de las obras de Friedrich Nietzsche, del filósofo idealista Friedrich Hegel (padre del socialismo antes que Marx) y de la mitología germánica.
El profesor le reconoció a Gabriela todos los logros que en menos de una década alcanzó la Alemania Nazi: el auge económico, la reconstrucción de las ciudades, la conformación de unas poderosas fuerzas militares, entre otros. No obstante, le hizo caer en la cuenta del altísimo costo humano en el que incurrió el régimen nazi para lograr sus propósitos y fue enfático al indicar que, de ninguna manera, Hitler podía ser considerado un líder, ni mucho menos una persona inteligente.
El doctor Iturbe, políglota, conocedor del griego y del latín, recordó que la palabra inteligencia proviene del verbo intellegere, que está compuesto de dos términos: Inter («entre») y legere («leer»), lo que traduciría algo así como comprender, entender y/o asimilar. Dijo que a Hitler leer no es que le gustara mucho y que eso, aunado a los desequilibrios de su psique, generó que su comprensión de la realidad fuera una completamente distorsionada.
En un despliegue de conocimiento profundo de la escolástica, que a todos nos dejó admirados, citó la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, a Alberto Magno, a Guillermo de Ockham y algunos pasajes de La Biblia, aquellos que hablan de que Dios es Logos (palabra, pensamiento, orden, RAZÓN).
En ese orden de ideas, partiendo de la premisa de que Dios es Logos (razón), la inteligencia solamente puede obrar para el bien, pues proviene del creador, que es la mismísima Verdad y la Bondad. Concluyendo para sí y para la mayoría de la clase —respetando siempre la diversidad de opiniones— que Hitler no fue un hombre inteligente, y que la palabra más adecuada para calificarlo sería quizá astucia.
Es decir que Hitler fue un hombre astuto.
Tras esta larga pero necesaria introducción, quiero reflexionar sobre un distinguido personaje de la política nacional: Gustavo Petro, quien es reconocido como el máximo exponente de la extrema izquierda y como uno de los candidatos con más opciones de llegar a la Casa de Nariño en el 2022.
Pero ¿quién es Gustavo Petro?
Es un caudillo popular que se ha labrado un nombre en el debate público colombiano por su capacidad de oratoria, su perspicacia, pero, sobre todo, por sus veleidades con el marxismo y las dictaduras socialistas latinoamericanas, especialmente con el régimen de Venezuela.
Desde muy joven ingresó a la guerrilla terrorista del M19, donde se le acuñó un alias —como a todos los criminales—, entre sus camaradas le llamaban “Aureliano”.
“Aureliano” fue capturado el 24 de octubre de 1985 en una operación militar liderada por el capitán (r) Carlos Arturo Suárez Bustamante y adelantada en el municipio de Zipaquirá. De acuerdo con las autoridades, el guerrillero Petro fue detenido luego de que encontraran en su poder armas de fuego, cartuchos, bombas caseras, propaganda del M19, entre otros elementos alusivos a la organización terrorista.
Por este hecho fue condenado a 18 meses de cárcel. Sin embargo, con todo tipo astucias legales, logró que, pese a tratarse de un delito común, no le quedara ningún antecedente penal. Lo cual probablemente le hubiera impedido su intervención en política.
Además, es bien sabida la participación de Petro en la toma al Palacio de Justicia, pues no se trataba de un guerrillero raso, como lo ha querido hacer ver, sino que hizo parte de la Dirección Nacional del M19. Una prueba de ello fue la resolución acusatoria en su contra por parte del Juzgado 30, el cual, el 31 de enero de 1989, lo señaló como autor del delito de rebelión y coautor de los hechos punibles de homicidio, tentativa de homicidio y secuestro.
Sobre estos hechos el abogado penalista Iván Cancino ha dicho que, “uno le puede decir delincuente a Gustavo Petro sin temor alguno. Se benefició de acuerdos con el Estado para quedar impune y los jueces le temen porque en el pasado su grupo mató la justicia”.
Así pues, al igual que Hitler, Petro ha incurrido en prácticas contrarias a la dignidad humana, tiene un extenso pasado criminal y hoy por hoy sigue acompañando, aunque haya camuflado su discurso, a los movimientos y gobiernos revolucionarios más sanguinarios del continente. ¿Se le puede calificar de inteligente?
Tal vez no, tal vez sólo se trate de un personaje lo suficientemente hábil y astuto como para engañar a los más incautos.