Por: Ricardo Angoso
Argentina, Chile, Honduras, Nicaragua, Perú y Venezuela han celebrado recientemente elecciones, aunque de distinto nivel de gobierno, y los resultados han sido muy diversos.
Entre este año y finales del próximo numerosos países de América Latina han celebrado y celebrarán elecciones cruciales para el futuro de sus naciones. En muchos casos, como en Venezuela y Nicaragua, la sombra de la duda y la sospecha gravita acerca de la supuesta “limpieza” electoral en ambos procesos, muy cuestionados por la oposición democrática y la comunidad internacional. En otros, como en Colombia y Brasil, se esperan cambios y se vaticina un giro a la izquierda, mientras que en Argentina, Chile, Perú y Honduras, el partido de gobierno ha sido duramente castigado en las urnas y se consolida con fuerza el cambio político. A continuación, analizamos la situación en estos países y sus respectivos procesos electorales.
Argentina
Aunque el presidente Alberto Fernández quiso presentar la jornada como una gran victoria y minimizó el impacto de la derrota ante los miles de simpatizantes que le jaleaban en la noche electoral, el resultado no deja lugar a dudas y significa un gran retroceso para los peronistas. Es cierto que todavía el oficialismo controla el Senado y casi logra la mayoría en la cámara de Diputados, pero eso no es excusa para minimizar que, dos años después de llegar Fernández al gobierno, el desgaste es notorio y la coalición Juntos por el Cambio obtiene ocho puntos porcentuales más que el oficialista Frente de Todos, con un 41% frente a un 33%, respectivamente.
Aparte de estas consideraciones, el voto urbano, formado y joven, especialmente en Buenos Aires, ha votado masivamente por la oposición. Y, como guinda de la tarta, en medio de una grave social y financiera, agravada por pandemia y la pésima gestión por parte del gobierno de la misma, la división entre el presidente y su mentora política, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, ha agravado la situación política y ha debilitado a Fernández ante la opinión pública. La pobreza en Argentina, tras casi dos años de pandemia, supera el 40% de la población.
Chile
Si una lección se puede extraer de los resultados de las últimas elecciones chilenas, tanto de las presidenciales como de las legislativas, es que los partidos tradicionales, tanto a la derecha como a la izquierda, han sido duramente castigados. “Sebastián Sichel, candidato del oficialismo del presidente Sebastián Piñera, fue cuarto con el 12,8%, a pocos votos de Parisi. Yasna Provoste, heredera de aquella Concertación que gobernó con Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, fue quinta con el 11,6%”, señalaba el corresponsal del diario español El Mundo en Buenos Aires, Sebastián Fest.
En la primera vuelta, tal como predecían los sondeos previos, se impuso claramente el derechista José Antonio Kast (28%) y el segundo puesto fue a parar al izquierdista Gabriel Boric (25%), los dos extremos políticos del arco chileno fueron los elegidos para la segunda vuelta. Los partidos tradicionales quedaron nokeados y fuera de juego. El auge de la derecha más radical tiene mucho ver con el colapso de los partidos tradicionales, el miedo a que regrese la violencia callejera y descontrolada de los últimos años en las calles y al descrédito de la política tradicional que se impuso en la transición tras la dictadura, entre otros elementos. «Por un lado, escucho que se trata de democracia versus fascismo. Por el otro, entiendo que se trata de democracia versus comunismo», aseguraba el analista político Cristóbal Bellolio. Ese ha sido el dilema al que se han enfrentado los chilenos al tener que confrontar dos opciones tan extremas en las elecciones presidenciales, tanto en la primera como en la segunda vuelta.
En lo que respecta al legislativo, hay que reseñar que tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado la fragmentación y la atomización es la tónica dominante, aunque se imponen con fuerza las nuevas fuerzas políticas, tanto a la derecha (Chile Podemos) como a la izquierda (Apruebo Dignidad), en detrimento de las tradicionales (Nuevo Pacto Social y otros). En cualquier caso, lo que sí detecta es un giro a la derecha con respecto a las elecciones a la Asamblea Constituyente, en que se impuso claramente la izquierda.
Honduras
Nunca en la historia unas elecciones habían estado tan reñidas y puesto en tela de juicio el tradicional bipartidismo hondureño entre liberales y nacionalistas, que han gobernado durante decenas de años turnándose en el poder y repartiéndose prebendas, privilegios y cargos. Pero también nunca en la vida política de este país un presidente como el saliente, el nacionalista Juan Orlando Hernández, salía de una forma tan desabrida y cuestionada, sobre todo debido a que uno de sus hermanos, Tony Hernández, fue procesado y condenado por un tribunal norteamericano por posesión de armas y narcotráfico, lo que llevó a los críticos del presidente a pedirle su dimisión porque su gobierno estaba (supuestamente) penetrado por el narcotráfico.
En este contexto tan adverso para los nacionalistas, la candidata del partido de izquierda LIBRE, Xiomara Castro, ganó claramente las elecciones, derrotando al candidato Nasry Asfura, con un 53% de los votos frente al 33% de su adversario. Los liberales, otro de los partidos históricos de Honduras, apenas rozaron el 9% y fueron los grandes perdedores de la jornada. Si a esta gran victoria de la primera mujer que llega a la presidencia de la república del país y también la primera gran victoria de la izquierda hondureña, le sumamos que también LIBRE se hace con la alcaldía de Tegucigalpa -antes en manos nacionalistas- y roza la mayoría en el legislativo hondureño, el cambio en este país se puede decir que ha sido histórico y transcendental.
Nicaragua
Las elecciones nicaragüenses, celebradas en la primera semana de noviembre de 2021, se desarrollaron en un clima de persecución política, represión policial, cierre de los medios de comunicación disidentes y ausencia significativa de libertades políticas. Siete candidatos de la oposición fueron arrestados, otro fue inhabilitado, otro renunció por falta de garantías y otro se exilió por los mismos motivos.
En este contexto, claramente adverso para la oposición política al régimen encarnado por la pareja gobernante, el presidente Daniel Ortega y su esposa Rosa Murillo, el oficialismo se hizo con el control del legislativo y con la presidencia de la República. Ortega salió reelegido con más del 75% de los votos, pero cosechó el repudio internacional y el rechazo casi general por la forma en que el régimen persiguió con saña y brutalidad a la oposición democrática y a los medios de comunicación.
Hasta el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, vicepresidente en el primer gobierno revolucionario (1985-1990), se ha tenido que exiliar ante las órdenes dadas por el dictador para que sea detenido si vuelve a regresar al país. Ortega, que lleva 14 años ejerciendo un poder omnímodo, se ha convertido en la vergüenza de la izquierda latinoamericana.
Perú
Con un ajustado resultado, el comunista Pedro Castillo, de la coalición Perú Libre, ganó las elecciones celebradas en junio de 2020 y se impuso a la candidata de Fuerza Popular, Keiko Fujimori. Castillo, que lleva en el gobierno algo más de cinco meses, se ha caracterizado por el cese de numerosos ministros -10 hasta la fecha-, las constantes disputas con su primera ministra, Mirtha Vásquez, y la cúpula militar a causa de su política de ascensos en el mando y por un escándalo denominado el “wáter-gate” del palacio, al encontrarse en un baño del Secretario del Despacho presidencial 20.000 dólares de origen desconocido escondidos en un baño.
La situación para el presidente Castillo es muy difícil y sus aliados políticos empiezan a dudar de su capacidad para poder gobernar a la nación. Ya se han producido marchas multitudinarias en contra de su gestión en la capital, Lima, y en el Congreso de la República se ha presentado una moción de censura para destituirle, algo que ya le ocurrió a otros presidentes peruanos, en un país en que en los últimos cinco años tuvo seis presidentes y todos implicados en sonados escándalos de corrupción por lo que fueron procesados.
En este contexto, y con la oposición ya organizada en el legislativo para destituir a Castillo, las próximas semanas serán decisivas y el antiguo maestro se apresta a movilizar a sus huestes y defender su gestión, acusando al bando contrario, compuesto por numerosos diputados de varios partidos de la derecha, de estar orquestando un “golpe de Estado” en su contra. Las espadas, por ahora, están en alto, pero Perú lejos de encaminarse hacia un periodo de estabilidad se adentra en terrenos inciertos.
Venezuela
Sin apenas garantías políticas y con todo tipo de impedimentos, la oposición democrática que participó en las elecciones locales y regionales, conformada por la Mesa de Unidad Democrática (MUD) y la Alianza Democrática, fue “barrida” literalmente en los comicios. De 322 de las 335 alcaldías, el oficialista Gran Polo Patriótico obtuvo 205, mientras que la MUD obtuvo 59, 37 para la Alianza Democrática y 21 para otros partidos. A falta de adjudicar algunas alcaldías en disputa, el oficialismo, liderado por el presidente Nicolás Maduro, obtiene el 78% de las gobernaciones y un 61% de las alcaldías.
Las elecciones, además, se celebraron en un clima de bloqueo político, ya que el régimen suspendió las negociaciones que mantenía con la oposición en México debido, según aseguraban sus voceros, al “secuestro” de Alex Saab, un testaferro del mismo Maduro que habría cometido infinidad de delitos y que fue extraditado a los Estados Unidos de América desde Cabo Verde. Aparte de este ambiente poco propicio para celebrar los comicios, cuya participación apenas superó el 40%, en Venezuela todavía quedan unos tres centenares de presos políticos, la prensa libre sufre todo tipo de restricciones, e incluso casi ya no se publica por la falta de papel, y el régimen monopoliza casi todos los medios de comunicación, sobre todo televisiones y emisoras de radio. La Venezuela de Maduro, si no fuera porque es una caricatura tragicómica y grotesca en sí misma, se parece cada día más a la pesadilla orweliana descrita en la novela 1984.