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Lo que no dicen las encuestas

por El Expediente
enero 19, 2022
en Opinión
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Por: Fernando Álvarez

Desde hace más de medio año se viene agitando el cotarro electoral con unas encuestas que por alguna razón no coinciden con el sondeo diario que hacen los interesados en el tema. No hay activista político o miembro de partido que cotidianamente no pregunte a los cercanos, a los extraños, a los taxistas, a las señoras del aseo, a los lustrabotas, a los tenderos, a los carniceros, en fin, a los ciudadanos de a pie, qué opinan sobre tal o cual candidato o a quién ven como próximo presidente de Colombia. Allí, irremediablemente la respuesta es que no hay nadie que sirva, que todos son iguales y que los aspirantes que se ven en escena son los mismos con las mismas. Como el candidato de la Colombia Humana, Gustavo Petro, ha estado en campaña desde el día 1 del gobierno del presidente Iván Duque, siempre ha punteado pírricamente en unas encuestas más basadas en el efecto de recordación que en la realidad política.

En esa lógica los millones de desencantados que abundan en la opinión pública concluyen que de repente puede ganar Gustavo Petro, porque la gente está cansada de la clase política, y que los colombianos prefieren hoy votar por el que sea con tal de que no esté asociado con lo que el ciudadano del común conoce como la típica politiquería. Esto significa que la simpatía con Petro no es por sus ideas izquierdistas, que las preferencias de los encuestados no son por su filosofía progresista o porque su lenguaje populista seduzca a los decepcionados, mucho menos porque se le reconozca una buena gestión como alcalde de Bogotá, sino que esa opción radica en una reacción de copa rebosada contra lo tradicional, los partidos políticos y la corrupción, lo cual para la gente es lo que representan todos los que se mueven en los abanicos presidenciales hoy por hoy.

Petro no es que se vea como una solución. Nadie con cinco dedos de frente cree que lo que dice sea viable o que sus propuestas estén fundadas en algún tipo de estudios serios. Se le siente como una persona que va contra los ricos y le perdonan su resentimiento, entre otras cosas porque de alguna manera lo comparten. La gente no es que odie a los ricos, pero muchas veces los asocia a los corruptos y eso genera cierta rabia permanente. Pero no es que le vean coherencia con una política social sostenible, aunque algunos sectores desarrapados lo vean como un caudillo y lo sueñen como un redentor. En cualquier caso, este es un pequeño sector electoral que se mueve por el clientelismo mamerto, el cual no tiene nada que envidiarle al tradicional, o porque aspira a ser subsidiado ante la falta de oportunidades. Pero esa es una infinita minoría.

Lo que si es cierto es que hay un alto riesgo de que un amplio sector de la clase media y aún de la alta prefieran votar por Petro, por castigar a los corruptos y por revolver el avispero o tratar de sacudir la manta. Por darle una lección a los partidos políticos o por barajar de nuevo a ver si sale algo mejorcito. No es que crean que Petro no sea corrupto. Nadie lo siente como un Antanas Mockus cuando salió con su discurso pedagógico sobre que los recursos públicos son sagrados y se distanció de las prácticas chantajistas de los concejales. Para esta gente solo seria un corrupto diferente y eso es suficiente. Y en una actitud suicida con el país esta dispuesta a apoyar un salto al vacío como un apostador de casino que se juega los restos a riesgo de salir pelado. La respuesta de este tipo de personas a veces cínica es “que carajo prefiero que robe uno diferente a los de siempre”.

Y esa es la triste sensación, entre pesimista y claudicacionista, que no se refleja bien en las encuetas, porque para este sector, entre suicida e irresponsable con la suerte del país, por lo menos Petro se diferencia de los demás porque lo que vende es que no pertenece a la tradicional clase política, que es la que tiene completamente frustrada a la gran mayoría de colombianos y principalmente a quienes piensan en la participación electoral como una forma de influir en la acción política. Todo parece indicar que las encuestas miden más un impulso emocional que un pulso de la percepción analítica. Los encuestados por suerte para Colombia responden calenturientamente pero a la hora votar ya existen ciertos factores que le ponen la cabeza fría. Por eso no hay que asustarse con la favorabilidad de Petro sino con la desfavorabilidad de los otros. Porque puede salir Petro por defecto y no por efecto, de una votación seria o comprometida con el futuro de Colombia.

Por esta razón se ha crecido en las encuetas el exalcalde de Bucaramanga Rodolfo Hernández, porque la gente lo ve como un anticlase política tradicional, lo siente como un hombre de temperamento y le cree en algo su discurso contra la corrupción, más allá de que sus familiares hayan quedado salpicados de lo mismo. La cachetada que le pegó a un concejal es la bofetada que mucha gente quisiera pegarle a los políticos de siempre. La emoción que sienten muchos decepcionados con esa palmada se parece a los actos mockusianos que generaban simpatía por lo irreverentes. Hernández es un outsider que puede recoger ese sentimiento que hizo incluso que un lustrabotas llegara al Concejo de Bogotá, o que un cura llegara a la alcaldía de Barranquilla, en fin, ese revanchismo electoral que a veces se pinta de importaculismo con tal de generar un voto castigo.

Por esta razón lo que no ven los demás candidatos, los del supuesto centro izquierda que ahora se llaman Coalición de la Esperanza, los del supuesto centro derecha que ahora se llaman la Coalición de la Experiencia y los del supuesto Centro Democrático que ahora se llaman Oscar Iván Zuluaga, luego de la trastada que le hicieron a María Fernanda Cabal, la única que generaba emoción en ese partido, es que los acompaña una desfavorabilidad que tiene nombre: clase política tradicional. Se salvaría Sergio Fajardo, pero terminó por efectos del Santismo desde su propio hogar y de sus buenas maneras en momentos en que la gente aplaude las cachetadas como un izquierdista tradicional, cuando había forjado su carrera en abierta distancia con el izquierdismo. Se salvaría un poco Alejandro Gaviria pero el abrazo del oso y la posterior sacada de cuerpo del expresidente César Gaviria y el soporte no tan velado de los expresidentes Ernesto Samper y Juan Manuel Santos, lo dejaron desde el principio tendido en la lona de los politiqueros tradicionales.

Por ahí se ha colado en favorabilidad Juan Manuel Galán gracias al prestigio de su padre y a la pelea fingida con Rodrigo Lara, donde se enfrentaban dos supuestas aspiraciones de dos supuestos herederos de la cauda electoral de dos mártires del narcotráfico, con el único fin de aumentar rating. Y se cuela con serias posibilidades Alejandro Char porque su buena alcaldía en Barranquilla, sumada a un bien aceitado manzanillismo en la costa, le ha dado cierto puntaje reciente. De resto, los demás deberían ponerse a mirar bien en qué radica su desfavorabilidad y qué es lo que significa su poca taquilla. Pero no para enmendar porque ya no hay tiempo, sino para decidirse rápido y apoyar por ejemplo a Rodolfo Hernández, que ya pico en punta y puede ser la salida para enfrentar el peligro suicida de votar por Petro con el peregrino argumento de que sea lo que sea pero que no sean los mismos. Char no quiso a Zuluaga en la coalición y eso le suma porque Zuluaga hoy parece tener el Cristo de espaldas y no es raro que más que sumar reste. Y si la política es el arte de sumar, las cosas pueden terminar en Aejandro Char, quien por lo menos para conseguir firmas demostró que sabe más de sumas que de restas.

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