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La visceral Política Exterior colombiana

por El Expediente
agosto 21, 2022
en Opinión
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Por: Andrés Villota

El presidente venezolano, Rómulo Betancourt, promulgó la Doctrina Betancourt para hacer respetar a los gobiernos elegidos de manera democrática y tratar de enfrentar los Golpes de Estado que se dieron por doquier durante la segunda mitad del Siglo XX.

La figura del Cordón Sanitario buscó aislar de la Comunidad Internacional a las dictaduras, convirtiéndolas en regímenes parias.

El comunista Betancourt, elegido en las urnas, fue consecuente con su doctrina y rompió relaciones diplomáticas con todas las dictaduras del mundo.

Betancourt, considerado uno de los políticos más prominentes de Venezuela durante el siglo XX, no hacía esa diferenciación barata que se inventaron los comunistas, entre dictaduras comunistas y dictaduras militares, dando a entender, de manera maniquea, que las primeras son “buenas” y las otras son “malas”.

Las dictaduras, todas son comunistas. Jamás han existido “dictaduras de derecha” porque los pilares de la derecha son la democracia y la libertad. Una dictadura jamás podrá ser considerada como algo positivo para el pueblo que la padece.

El presidente, Iván Duque, retomó y aplicó de manera visceral, selectiva, la Doctrina Betancourt. La visceralidad explica que solo se la hubiera aplicado al régimen venezolano aduciendo un fraude electoral que lo llevó a no reconocer el resultado de la elección, ante las enormes evidencias de un fraude electoral a gran escala.

Sin embargo, Iván Duque, frente a la misma situación de fraude electoral ocurrido en los Estados Unidos, fue uno de los primeros en reconocer la elección de Joe Biden a pesar de que su contendor (el de Biden), jamás concedió el triunfo a Biden y a pesar de las enormes evidencias de fraude electoral del que hoy, en Estados Unidos, nadie duda que ocurrió.

Tampoco aplicó el Cordón Sanitario a dictaduras comunistas genocidas como la de la China Popular o la de Cuba. Iván Duque fue cercano y complaciente con el dictador Xi Jinping desde su viaje a Pekín en el primer año de su gobierno, le dio la espalda a la ayuda generosa que ofreció la República de China (Taiwán) durante la pandemia, para congraciarse con Pekín, y puso a los empresarios colombianos a comprarle o venderle al Partido Comunista Chino.

Frente a la dictadura cubana de Miguel Díaz-Canel, Duque tampoco hizo nada diferente a callar. Ni durante la represión salvaje de la que fue objeto el pueblo cubano, se manifestó en contra del accionar criminal de los esbirros de Díaz-Canel que descargaron toda su furia contra los niños y los jóvenes cubanos hambrientos que pedían libertad y respeto por sus derechos humanos. Desde hace más de un siglo, Colombia perdió el rumbo de su política exterior y se convirtió en una sucesión de la manifestación de los gustos, las preferencias y los intereses personales del mandatario de turno, sin ninguna coherencia o pragmatismo. No prima el interés de los colombianos sino el interés personal del Presidente de Colombia.

Julio César Turbay Ayala, por ejemplo, estableció relaciones diplomáticas con la dictadura comunista de Mao en la China Popular que trajo como consecuencia que la República de China (Taiwán) rompiera relaciones diplomáticas con Colombia y luego rompió relaciones diplomáticas con la dictadura comunista de Fidel Castro en Cuba por su abierta intromisión en los asuntos internos de Colombia financiando, equipando y entrenando a los grupos terroristas del M 9, las FARC y el ELN.

A César Gaviria le pareció que era una buena idea restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba y al presidente Álvaro Uribe le pareció mejor, por la política de austeridad en el gasto, cerrar la oficina de ProExport (hoy ProColombia) en la República de China (Taiwán). Juan Manuel Santos no tuvo ningún inconveniente en volverse el mejor amigo de Hugo Chávez, enemigo acérrimo de los intereses de los colombianos.

Con la llegada de Gustavo Petro a la Casa de Nariño, la personalización, la subjetividad y la visceralidad, en el manejo de las relaciones exteriores de Colombia, van a elevarse a su máxima expresión, no solo por la ideología marxista y gramsciana, sino por el perfil narciso, ególatra y megalómano de Gustavo Petro.

La página oficial de la Presidencia de la República de Colombia, por ejemplo, ya no se llama así, ahora Petro se apoderó de la página que era de todos los colombianos y la bautizó como “Petro Presidencia”.

Dicen que Colombia dejó de tener un Cuerpo Diplomático y ahora tiene un Cuerpo del Delito, tras el nombramiento de varios embajadores con deudas pendientes con la justicia, como el embajador en Nicaragua, León Fredy Muñoz. También tienen deudas pendientes, Armando Benedetti y Camilo Romero nombrados como embajadores en Venezuela y Argentina, respectivamente.

O el caso del ex convicto, Luis Gilberto Murillo, nombrado como embajador en los Estados Unidos. Aunque Murillo ya pagó sus deudas con la justicia, es increíble que en un universo de 50 millones de personas, el único apto para ocupar el cargo de embajador en la embajada más importante de Colombia en el mundo, fuera un colombiano que estuvo preso por corrupción.

Los embajadores son los representantes de los colombianos en el mundo, tal vez, Gustavo Petro se siente ampliamente representado por esa pléyade de neo diplomáticos.

La captura en Cabo Verde y la posterior extradición a los Estados Unidos del colombiano Alex Saab, y los «sustos» por la captura de Rodrigo Granda en México y por la captura de Piedad Córdoba alias “Teodora” en Honduras, le enseñó a Gustavo Petro que la inmunidad diplomática es el único antídoto contra el accionar de la justicia local e internacional.

Ante el anuncio de las negociaciones de paz con los terroristas del ELN y después del rotundo fracaso del Acuerdo de Paz de Santos con las FARC, por elemental sentido común, se debería cambiar la sede de las negociaciones y los países garantes para no repetir con el ELN todos los desaciertos y aberraciones que llevaron a Colombia a perder una década de su vida republicana.

El país garante debería ser Estados Unidos por la gran cercanía ideológica y personal de Gustavo Petro y de Juan Manuel Santos con Joe Biden y con todo el partido Demócrata, especialmente con Barack Obama, líder supremo del partido de gobierno, para no repetir la debacle del Acuerdo de Paz con las FARC.

Aunque algunos dicen que esa no es una opción viable después que el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, que se pensaba quedar a vivir en Washington DC por una temporada, salió corriendo porque le advirtieron que mejor se devolviera para Medellín porque eso por allá “estaba caliente”.

Muy raro, si tenemos en cuenta que los Santistas y los Petristas, todos, son fanáticos Bidenistas. El gobierno que se denomina “de la vida” no quiso condenar en la OEA, a la dictadura de Daniel Ortega que, a la persecución a la oposición política, le sumó la persecución a los miembros de la iglesia católica.

Un bandazo que le da Gustavo Petro a la política de protección a ultranza de los derechos humanos y al respeto a la libertad de cultos, defendidos y promovidos desde siempre por Colombia.

Así como Pedro Castillo, el presidente de Perú, alter ego de Evo Morales, le ofreció a Bolivia una salida al mar cediendo una franja del territorio peruano, existe gran preocupación ante la eventual cesión del archipiélago de San Andrés a la dictadura nicaragüense por orden de Gustavo Petro para congraciarse con Ortega, uno de los principales impulsores de su presidencia.

La economía colombiana es la que presenta el mejor comportamiento en la región por lo que existe un alto riesgo que se utilice el patrimonio de todos los colombianos para financiar a las economías colapsadas de España, Venezuela, Nicaragua, Chile, Bolivia o Cuba. Petro, parece que quisiera satisfacer los intereses de sus compinches del Foro de Sao Paulo, que no son los mismos intereses del pueblo colombiano.

Hugo Chaves Frías ya lo hizo, apropiándose de los recursos de todos los venezolanos que se dedicó a repartir entre sus amigos por todo el mundo, a través de la petro-diplomacia para que, a cambio, fuera considerado como un líder de talla mundial. Gustavo Petro tiene un ego, una ambición y unas vísceras más grandes que las de Hugo Chávez, eso puede ser muy peligroso para la formulación de la Política Exterior colombiana.

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Tags: Andrés VillotaEl Expediente
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