Por: Ricardo Angoso
En un mundo multipolar y muy volátil, la derrota de los occidentales liderados por Estados Unidos en Afganistán ha dado nuevos bríos y fuerza a la pretensión hegemónica de China en toda Asia. Comienza una nueva guerra fría que cambiará, con toda seguridad, el destino del planeta en los próximos años y donde Europa, muy a su pesar, queda fuera del gran juego geoestratégico en ciernes.
La reciente firma de un acuerdo (AUKUS) entre Australia, el Reino Unido y los Estados Unidos para dotar de submarinos de propulsión nuclear a la armada australiana es un aviso muy significativo a China, por parte de estos tres países, en el sentido de que Washington no abandonará a sus aliados en esta parte del mundo. Además, Washington envía un mensaje nítido al presidente chino, Xi Jinping, y le advierte directamente acerca de sus pretensiones de convertirse en potencia hegemónica en esta parte del mundo, algo que puede colisionar con los intereses norteamericanos y los de sus aliados en Asia.
Envalentonada por la reciente derrota de los occidentales en Afganistán, incluida la caótica y desordenada salida de las tropas de los Estados Unidos y otros países que participaban en la misión, y crecidos en el escenario regional por su cada vez más estrecha alianza político-militar con Rusia, China sigue adelante con sus planes para convertirse en una superpotencia que rivalice en el nuevo juego multipolar al mismo nivel que los norteamericanos y cuestionando su rol en Asia. La Nueva Ruta de la Seda, por ejemplo, es parte de ese plan para proyectar su liderazgo en Asia y también en Europa.
Sin embargo, si hay algo que China “necesita para llevar a cabo su ambiciosa iniciativa es seguridad y estabilidad en los países de tránsito. Estabilidad para garantizar la circulación de mercancías por las redes de ferrocarriles y carreteras. Seguridad frente a la amenaza del separatismo y el extremismo. Hasta agosto, la presencia de EE.UU. en Afganistán como gendarme en la lucha contra el terrorismo internacional cubría esa necesidad”, explicaba la periodista Eva Borreguero con acierto.Se trata, en definitiva, como diría el analista Robert Kaplan, de que “la geografía estratégica de China se vería mejorada si EE.UU. estabiliza Afganistán”. Algo que, a tenor de los últimos acontecimientos, parece ya un objetivo de imposible resolución y Estados Unidos, directa o indirectamente, les ha dejado la “patata caliente”.
En el pasado reciente, todo giraba en torno al control territorial de Euroasia, pero ahora, según la ecuación del clásico de la geopolítica Halford Mackinder (quien controla el corazón territorial controla el mundo), el eje del mundo global hipercomunicado es marítimo y se halla en los mares circundantes de China. Como señala a este respecto el analista Lluis Basset, “la diplomacia guerrera de Pekín ya no esconde sus cartas. Quiere que Estados Unidos y los europeos se vayan, que abandonen el Pacífico occidental y dejen solos a sus aliados. Traduce la doctrina Monroe al chino: Asia para los asiáticos. Taiwán, el equivalente del Berlín dividido durante la guerra fría, debe caer como fruta madura, tal como aconsejan los clásicos de la guerra, que alcanza la excelencia cuando se gana sin disparar un solo tiro”.
Las tesis de Mackinder ya citadas, en el sentido de quien controle el corazón territorial de Eurasia controlará el mundo, no se vieron comprobadas en el siglo pasado y fueron reemplazadas por las de John Spykman, que defendía la primacía estratégica de los litorales por su orientación marítima. Pero, como señalaba la periodista ya citada Eva Borreguero, en un artículo en el diario español El País, “Actualmente, China, con su proyecto de interconectividad regional, la Nueva Ruta de la Seda, se encuentra en ciernes de lograr la posición nuclear a la que se refería Mackinder y, de este modo, convertirse en una potencia capaz de materializar la unión de Europa y Asia, conectarla desde Pekín a la península Ibérica. Si añadimos su estatus de potencia marítima, con una fachada oceánica de 14.000 kilómetros de costa en el Pacífico, la capacidad de influencia de China no tendrá equivalente: pasará a controlar el corazón de Eurasia, su cinturón exterior y la periferia pacífica. “El don del cielo”, su afortunada geografía, le permite potenciar ambos planos, continental y oceánico, que no son excluyentes sino complementarios, como pueden serlo las tesis de Mackinder y Spykman”.
Así las cosas, y dado su potencial demográfico, estratégico, político, económico y militar, China ha comprendido que es hora de explotar el mismo y poner al día, o actualizar, su política exterior, tanto a nivel continental como mundial; es hora de comenzar a ejercer su liderazgo sin más dilación, tal como está haciendo ahora.
CHINA, UNA AGRESIVA POLITICA EXTERIOR Y UNA CARRERA ARMAMENTISTICA DESENFRENADA
En los últimos tiempos, China se ha batido en numerosos frentes en lo que se refiere a su política exterior y también interior. Ha acabado con el autogobierno democrático de Hong Kong, incumpliendo sus acuerdos con el Reino Unido a este respecto y por los cuales esta antigua colonia británica retornaba a China; ha incrementado su presión sobre Taiwán, sobrevolando la zona de identificación de defensa aérea de este pequeño país y las islas Pratas, también taiwanesas; ha incrementado la represión, abriendo hasta campos de concentración, contra los uigures, una minoría musulmana que malvive como puede en la China comunista; ha hecho cuantiosas inversiones estratégicas en el desarrollo de la Nueva Ruta de la Seda, un ambicioso proyecto político-económico del megalómano presidente chino; ha ocupado arrecifes en aguas territoriales ajenas en el mar de la China meridional;y, finalmente, ha incrementado su gasto militar hasta doblarlo en el 2021 con respecto al que tenía hace diez años.
El desafío chino no está por venir, ni su potencial es impredecible, sino que ya está aquí y se nos muestra con toda su fuerza. Lo explica muy acertadamente el ya citado Bassets:”Es la trampa de Tucídides, la ecuación del politólogo Graham Ellison inspirada en la guerra del Peloponeso, que narró el militar e historiador ateniense. “Cuando un poder ascendente amenaza con desplazar el poder en plaza, suenan las alarmas acerca del peligro que se acerca”, asegura el libro Destinados a la guerra: ¿pueden Estados Unidos y China escapar de la trampa de Tucídides? Joe Biden y Xi Jinping niegan tanto la ineluctable trampa como la guerra fría incipiente, pero ambos siguen imperturbables moviendo las piezas en rumbo de colisión”.
La misma OTAN, en una declaración oficial reciente, ya señalaba hace unos meses que «las ambiciones declaradas y el comportamiento asertivo de China presentan riesgos sistémicos contra el orden internacional basado en leyes», una advertencia que se producía antes de la precipitada retirada de las tropas occidentales de Afganistán. Tanto Rusia como China mantuvieron contactos previos con los talibanes y Pekín ya se apresta a firmar jugosos con las nuevas autoridades de Kabul para reconstruir el maltrecho país; el espacio vacío dejado por los occidentales en el suelo afgano pronto será ocupado por chinos y rusos.
Las anteriores guerras mundiales se jugaron en Europa y en todas, incluida la guerra fría contra la amenaza soviética, los Estados Unidos salieron victoriosos como el nuevo poder ascendente, en detrimento de una Europa que salía dividida en dos bloques y destruida materialmente, en la Segunda Guerra Mundial, y con acuciantes problemas económicos tras la implosión del bloque comunista. Ahora, en el siglo XXI, la partida se jugará en Asia y, a diferencia del periodo anterior, “la novedad actual no son tanto los jugadores como el tablero en que se juega la partida”, como agregaba Bassets.
LA “TRAMPA” AFGANA, GRAN DESAFIO PARA CHINA
La nueva guerra fría entre China y Occidente está servida, apenas acaba de comenzar y los aliados occidentales en esta zona del mundo, entre los que destacan Australia, Corea del Sur, Japón, la India y Taiwán, deben estar listos para próximas (y casi seguras) confrontaciones con el gigante chino. Pese a todo, hay dudas de que la retirada occidental de Afganistán vaya a beneficiar a China, pues este país se puede convertir ahora en un centro de exportación del terrorismo internacional y más concretamente servir como base logística para armar y financiar a los grupos terroristas islámicos más radicales, incluyendo a algunos grupos uigures.
El anterior presidente de Irán, Ahmnaadineyad, expresaba en una entrevista televisada reciente sus temores con respecto a los talibanes, a los que consideraba la mayor amenaza para toda la región, incluyendo a Irán, y consideraba que aquellos que aplaudían su regreso, como los chinos, habían caído en la “trampa” afgana supuestamente tendida por los Estados Unidos.
Termino estas reflexiones con unas palabras de Zhao Lijian, portavoz de Exteriores chino, durante una rueda de prensa reciente: «Vivimos un tiempo multipolar con mayor democracia en relaciones internacionales, lejos quedan los días en que unos pocos países podían dictar el rumbo del mundo». China ha regresado a la primera línea de la escena internacional y lo hace con fuerza, desafiando a Occidente y mostrando los dientes en una región que estará, a partir de ahora, sujeta a las tensiones y vaivenes políticos de un territorio en juego. ¡Atentos!.