Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez.
Hace apenas unas horas, la atleta Caterine Ibargüen, doble medallista olímpica y ganadora de seis Trofeos Diamante, brilló con luz propia durante la inauguración de los Juegos Olímpicos Tokio 2020. Como abanderada de la delegación colombiana no solo dejó en alto el tricolor patrio, sino la templanza y la grandeza de la mujer afro alrededor del mundo.
Hoy, en el Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente, instituido desde 1992 para luchar por la dignidad y los derechos de las mujeres afro en su calidad de ciudadanas plenas, Caterine nos permite recordar el inefable aporte de la mujer colombiana, incluida por supuesto la mujer afro, en la construcción de un país del cual, según estimativos del DANE, más de 4 millones 600 mil de nuestros compatriotas son negros, afrocolombianos, raizales y palenqueros.
Fue Hipólita, una mujer afro, quien ayudó a amantar y criar al libertador Simón Bolívar a raíz del grave deterioro en la salud de su señora madre, doña María de la Concepción Palacios y Blanco. En señal de eterno agradecimiento, Bolívar la liberó del yugo de la esclavitud y siempre la consideró como su otra madre y su otro padre.
Fue Rafaela Valdés la mujer que le dio la vida al presidente José Hilario López, quien el 21 de mayo de 1851 abolió la esclavitud en nuestra patria, fecha que 150 años después inspiró al legislador a conmemorar el Día de la Afrocolombianidad, ratificando así el principio consagrado en la Constitución Política de 1991 que le reconoce a nuestro país su carácter pluriétnico y multicultural.
De esta riqueza étnica y del enorme aporte afro a nuestra sociedad fui testigo desde muy joven, cuando recién egresado de la Escuela de Cadetes de Policía ‘General Francisco de Paula Santander’ me nombraron Comandante de Antinarcóticos en Acandí (Chocó). Allí, como subteniente, tuve el privilegio de descubrir la grandeza de nuestras mujeres afro. Muchos años después, en mi condición de mayor general y Comandante de la Región de Policía del suroccidente del país, recorrí municipios como Tumaco, Jambaló, Guachené, Santander de Quilichao, Buenaventura y otros tantos paraísos olvidados, donde las matronas afro y las cantaoras son íconos de tradiciones ancestrales, exquisita gastronomía, poesía, música y mucha resiliencia.
Entre todas las cantaoras merecen un reconocimiento especial las de Bojayá, pueblo chocoano que en 2002 fue escenario de una de las peores masacres de nuestra historia, cuando los violentos segaron la vida de más de un centenar de humildes parroquianos, entre ellos 48 niños, que se refugiaban en la Iglesia. Sus interpretaciones de alabaos y cantos tradicionales en rituales mortuorios de su comunidad se mantienen vivos en el alma de la nación.
Admiración similar despiertan las bellas Tejedoras de Mampuján, del sur de Bolívar, valientes mujeres afro que, con unos trozos de tela, hilos e incontables lágrimas, dejaron inmortalizado el dolor que les causó la masacre del año 2000, cuando les asesinaron y torturaron a 12 de sus vecinos y desplazaron a 300 familias. Su original obra las hicieron merecedoras del Premio Nacional de Paz 2015.
Quienes hemos asistido al Festival de Música del Pacífico ‘Petronio Álvarez’, en Cali, comprobamos por qué es considerado el más importante de la cultura afro en América Latina. A la inagotable calidad artística se suma una envidiable muestra gastronómica, con el encocado de pateburro a la cabeza, la piangua, el arroz endiablado, las empanadas de camarón y el infaltable sancocho del pacìfico, exquisitos manjares siempre acompañados de bebidas tan antiguas como la presencia africana en América, entre ellas el viche, el tumbacatre, el arrechón, el curao, el tomaseca y el pipilongo.
Por allí han pasado figuras de la talla de nuestra ‘Negra Grande de Colombia’, Leonor González Mina, y grupos tan famosos como Herencia de Timbiquí y ChocQuibTown. ‘Goyo’ y otras artistas hacen parte de esa nueva generación que mantienen vivas las tradiciones del pueblo afro colombiano, tal como lo han hecho en la Costa Caribe las exóticas palenqueras, Petrona Martínez y demás cantaoras, máximas exponentes del bullerengue y la tambora. Tampoco podemos olvidar el legado de la pianista paisa Teresita Gómez y de la inolvidable Delia Zapata Olivella, bailarina, docente y folklorista, mujer que trascendió fronteras al llevar su arte por América, Europa y Asia.
Todas estas mujeres afro convirtieron su talento en un dique de amplia resistencia para enfrentar la violencia, el desplazamiento, la dominación, el olvido y el odioso y arcaico racismo, en un mundo donde mujeres de la talla de Oprah Winfrey, Michelle Obama y Kamala Harris nos ratifican hasta la saciedad que esa ideología que defiende la superioridad de una raza sobre otras es un anacronismo.
Incomprensible que alguien atente contra una mujer por el solo hecho de tener una pigmentación de piel distinta a la de las mayorías, tal como lo revela el Registro Único de Víctimas. De las 606 mil mujeres afectadas directamente por el conflicto armado y del universo de víctimas afrocolombianas, negras, raizales y palenqueras, las mujeres representan el 53 por ciento de estas.
Difícil de entender que en un país que vibra con su selección de fútbol haya expresiones de racismo, si precisamente la inmensa mayoría de nuestras estrellas, como Cuadrado, Mina, Borja, Zapata, Barrios, Tesillo, Fabra… germinó en el vientre de una bella mujer afrocolombiana.
En esta fecha tan especial queremos rendirles un sentido homenaje a todas las mujeres afro del mundo, en especial a las nuestras -desde las bellas matronas, artistas y uniformadas de nuestra fuerza pública, hasta las líderes sociales, dirigentes políticas y deportistas- por su alegría, fortaleza, liderazgo, talento y la pureza de sus corazones, cualidades que enaltecen a una sufrida raza que ha contribuido de manera determinante a darnos identidad como nación.
Mujeres afro de Colombia, un abrazo fraterno de un compatriota que las acompaña de corazón en su lucha histórica contra el racismo, el sexismo, la pobreza, la marginalidad y todo estereotipo o prejuicio que vulnere su dignidad humana.