Por: T.Coronel Gustavo Roa C
Cuando los imberbes jóvenes colombianos, llegan como futuros militares a las Escuelas de formación de ofíciales, suboficiales y soldados, se les inculcan desde las primeras horas de formación castrense, la necesidad del liderazgo, como premisa y fundamento esencial dentro de la acción de comando y control, en los diversos niveles del mando.
La palabra, “liderazgo”, tiene diversas acepciones, pero solo un fin último, en la defensa de la constitución y las leyes de la República, pero también en el modelo de conducta que debe observar todo colombiano.
Entonces nos enseñaban, en esa época, nuestros antiguos instructores, qué el liderazgo estaba directamente vinculado a la transparencia y a la pulcritud, naturaleza con la cual, los líderes dirigían a sus hombres y administraban los recursos asignados para el cumplimiento de la misión, sin la necesidad del control y el seguimiento permanente.
Estas enseñanzas y principios, tan necesarias en todos los centros educativos y de formación del país, lamentablemente, se han ido desvaneciendo con el tiempo, en el ámbito docente a nivel nacional.
Por esa razón, vemos hoy como Colombia, está postrada ante la corrupción, donde la sociedad cohabita cómodamente con ella y parece enquistada en el actuar de todos los niveles de la sociedad.
En nuestro país, los líderes que desarrollan su gestión bajo principios de honestidad y transparencia impidiendo la corrupción, se convierten en sinónimo de estúpidos, por no haber aprovechado la oportunidad de sacar “tajada”, como popularmente se afirma, mientras aquel que utiliza la indelicadeza y no practica valores éticos, se le califica como ingenioso y avispado.
Veamos que es taxativamente el “liderazgo gerencial”. La Escuela Europea de la Excelencia, (E.E.E), define el liderazgo como:
“La capacidad que tiene una persona de influir, motivar, organizar y llevar a cabo acciones para lograr sus fines y objetivos que involucren a personas y grupos en un marco de valores”.
He escogido está definición especialmente por la parte final donde hace mención al «marco de valores».
Sin desconocer, qué para liderar organizaciones independientemente de su dimensión o tamaño, se necesita un conjunto de habilidades específicas, especialmente en lo relacionado al planeamiento, seguimiento, influencia, experiencia, administración y resultados, pero lo relacionado a los valores intangibles, se constituye en materia fundamental del actuar.
Es allí, dónde en varias instituciones públicas y privadas encontramos “líderes” qué a pesar de tener condiciones técnicas de gerenciamiento y de administración, adolecen de valores éticos y morales, para hacer de la transparencia, una cultura procedimental, caso contrario, la corrupción administrativa, coloca en grave riesgo de preservación la integridad, de un país, una organización, o entidad.
Los valores éticos y morales son palabras, poco utilizadas y practicadas en las últimas décadas, porque han dejado de ser una exigencia social.
En el liderazgo cómo conducta humana, no se puede pretender la perfección absoluta, pero en el listado de condiciones y habilidades, de los lideres gerenciales, la única característica innegociable, debe ser su contexto moral. Si los gobernantes, los congresistas, los dirigentes políticos, los profesores, los personajes públicos, el clero, los militares, los empresarios, los trabajadores, los sindicatos, en fin, la sociedad en su conjunto, practicaran el “liderazgo ético”, no solo la producción, el desarrollo, la equidad y la igualdad, ganaría, sino también la estructura y las escalas de valores que debe poseer cada ciudadano colombiano.
¿Se preguntarán algunos, por que hago tanto hincapié en el tema de la moral, dentro del contexto de liderazgo? La respuesta es simple, porque vemos, día a día, como en las actuales circunstancias políticas de nuestro país, donde la delincuencia es protegida y la virtud birlada, porque simple y evidente, las virtudes no enriquecen, pero sí, la corrupción. Las virtudes ocupan entonces, un segundo plano, lo que permite la anarquía, indisciplina social y descomposición desmedida, como principio rector del comportamiento humano.
La mentira, la corrupción y el populismo, son la antítesis de los verdaderos “lideres éticos”, esa conducta delictiva, hace que primen, los intereses personales, por encima de los intereses institucionales o de la nación.
Pero no solamente es en el escenario político donde se percibe este fenómeno, también es en los otros escenarios sociales donde el “liderazgo ético” es una condición qué no reviste la importancia necesaria, lo cual conlleva a una serie de problemas inherentes a la inmoralidad.
Cuando un líder ha tenido una vida intachable, enmarcada en la honestidad, respeto y lealtad, pero, ante todo, de pulcritud en los manejos administrativos y en los recursos asignados a las entidades públicas y privadas, permite disponer de la autoridad y autonomía moral, para enfrentar los más fuertes vendavales que lleguen a afectar su gestión de liderazgo.
Caso contrario estará sometido, a intereses mezquinos y deshonestos, porque su natural condición personal, no le permitirá enfrentar con ahínco, respeto y fundamento, la defensa de los intereses de un país o de una organización y tampoco contará con el respaldo ético y moral, para actuar transparentemente, como “líder ético”
La sociedad en su contexto formativo, académico, docente, legal y jurídico, ha perdido la noción, de la verdadera importancia de los valores éticos y morales, en la función pública y privada, lo cual ha permitido un clima de corrupción generalizada.
Los valores los define la licenciada Adriana Morales cómo:
«Principios, virtudes o cualidades que caracterizan a una persona o una acción, y que se consideran positivos o de gran importancia para un grupo social.
Los valores motivan a las personas a actuar de cierta manera porque forman parte de su sistema de creencias, determinan sus conductas y expresan sus intereses y sentimientos.»
En algunas de mis columnas anteriores, recomendé qué un ciudadano que aspire a cualquier cargo de elección bien sea en el ámbito público o privado, o que tenga la responsabilidad del manejo de recursos privados, de contribuyentes, aportantes o socios, debía someterse a las novedosas herramientas tecnológicas, con las cuáles hoy contamos y qué permiten no solo verificar su pasado ético y moral dentro del aspecto puramente administrativo, sin entrometerse en aspectos de índole personal, originando confianza a los electores sobre el pasado, presente y futuro comportamental, de su candidato.
Entiendo que mi propuesta, en estos días, se ha convertido en una utopía, aunque sé, que algunos pocos candidatos a los cargos de más alto nivel del Estado, entidades o agremiaciones de cualquier índole, sea por elección o nombramiento, seguramente lo aceptarían gustosos, especialmente aquellos que tienen ejemplares hojas de vida y desean demostrarlo públicamente.
Mientras que esta novedosa propuesta, cala en la mente de los electores en todos los ámbitos de la vida nacional, propongo de nuevo, qué esta iniciativa sea tenida en cuenta por los candidatos a dirigir nuestras entidades adscritas al ministerio de defensa, empezando por el titular de esa cartera, y extensiva a directores y gerentes de entidades dependientes directa o indirectamente, de éste ministerio, como garantía de transparencia y cristalinos manejos en los recursos asignados, que están representados en los dineros de los contribuyentes, aportantes o socios de las diferentes entidades o asociaciones.
Esta acción les permitiría a los líderes gerenciales, la evasión de compromisos y dependencias de criterios exógenos de dudosa trasparencia, condición que le otorgaría, al director o cabeza visible de la entidad, la total autonomía, responsabilidad y transparencia en su gestión y ejecución de metas y objetivos corporativos.
Sería una decisión histórica, pero ante todo de saneamiento administrativo, para un país tan convulsionado por la corrupción en todos los estamentos, es pertinente qué la misma constitución ordenara legislar sobre esta obligación, como condición indispensable de exigencia social.
Sé de antemano, que sería una quimérica determinación legal de gran envergadura, que permitiría minimizar, la corrupción rampante y combatir decididamente, esa conducta permisiva y de aceptación, que incluso parece ser parte de exaltación a la inmoralidad.
La corrupción, la hemos ido acomodando en nuestra mente y estructura comportamental, destruyendo el concepto de valores, entre las nuevas generaciones de ciudadanos colombianos.
Los contradictores de la corrupción utilizamos la crítica y no la acción, como una cobarde válvula de alivio de presión, pero en cambio nos acostumbramos a aceptar con beneplácito, la indelicadeza de algunos de nuestros “lideres gerenciales”, en los diversos escenarios de la sociedad.
Queda en la mesa, la propuesta técnica, denominada VSA (Voice stress Analisys) o de poligrafía, para que los primeros voluntarios, sean nuestros más seguros y confiables líderes.
Iniciamos un año de elecciones en el país y en varias asociaciones, entidades y organizaciones.
Alguien debe tomar la iniciativa, somos en primera instancia los miembros e integrantes de estas instituciones, los que tenemos la obligación de exigir este tipo de requisitos básicos, donde no solo se demuestren condiciones profesionales, sino también personales, para elegir correctamente nuestros “lideres éticos”, tal como se hace en el sector privado, para ocupar cargos laborales en todos los niveles organizacionales, independientemente del nivel jerárquico y de responsabilidad.
¡Exijámoslo desde ya!