Por: Andrés Villota
Durante una reunión virtual con miembros de su partido, el primer ministro británico Boris Johnson dijo que gracias a la codicia inherente al capitalismo, de las empresas farmacéuticas, el Reino Unido había logrado participar en la carrera para obtener la vacuna anti-Covid. La reacción de los británicos no se hizo esperar y los reproches llegaron de todas partes por Johnson haber usado una palabra tóxica y sin empatía, como dicen ahora las juventudes comunistas cuya única aspiración es poder vivir en medio de la más absoluta miseria antes del año 2030 para finalmente ser muy felices.
“La codicia es buena” dijo Gordon Gekko, el malo de la película Wall Street (1987) de Oliver Stone, en medio de una ficticia asamblea de accionistas. “La codicia clarifica y capta la esencia del espíritu de evolución. La codicia en todas sus formas, la codicia de vivir, de saber, de amor, de dinero, es lo que ha marcado la vida de la humanidad» concluyó Gekko para justificar su afirmación.
En la vida real, la codicia alentó a empresarios como Steve Jobs a irse de los Estados Unidos para producir a muy bajo costo en asociación con la dictadura comunista de la China Popular. La codicia llevó a Sir Philip Green a dejar de producir en el Reino Unido e irse para Bangladesh a hacerlo. Producían más barato porque a los trabajadores los tenían en condiciones laborales indignas, empleaban a mano de obra infantil y sometían a los trabajadores a jornadas extenuantes a cambio de salarios que rayaban en la esclavitud.
La codicia del Partido Comunista Chino lo hace promover un boicot en contra de las compañías Adidas, Burberry, Nike, Puma y Uniqlo por negarse a comprar algodón producido en la región de Xinjiang, lugar en el que habita la minoría musulmana de los Uigures que son esclavizados, recluidos en campos de concentración y sometidos a violaciones sistemáticas de sus derechos humanos. Ese algodón es un algodón de sangre, así mismo como fueron considerados los diamantes de Sierra Leona que provenían de las minas controladas por el grupo de forajidos comunistas del Frente Revolucionario Unido.
Tristemente, los que critican a Johnson y detestan al personaje de Gekko por referirse a la codicia en buenos términos, son los mismos que han callado de manera cómplice durante los últimos treinta años frente a las atrocidades cometidas por los codiciosos. La ambición, perseguir los sueños, cumplir con las metas propuestas se convierte en codicia de la mala cuando se pierden los escrúpulos y la ética en los negocios desaparece ante la irresistible posibilidad de aumentar los márgenes de utilidad pasando por encima de los principios y valores corporativos.
La envidia es un sentimiento negativo, de resentimiento, causado por los logros y el éxito de las otras personas. Sin embargo, según el profesor Lipton Matthews, la envidia puede ser destructiva o constructiva de acuerdo a las intenciones del envidioso. Querer superar al rival en franca lid es un incentivo natural al progreso económico que fomenta la libre competencia y la eficiencia en el logro de los objetivos corporativos. El miedo a la envidia destructiva restringe el crecimiento de la prosperidad por el límite inconsciente que significa tratar de protegerse frente a los ataques de los envidiosos.
Según estudios antropológicos citados por Matthews, la intención de prevenir los efectos de la envidia destructiva ha generado la sub producción deliberada de cultivos. Esos estudios, también, localizan a la envidia destructiva en los países con problemas de desarrollo como el nuestro. La “Teoría de la Envidia” de Lipton Matthews se la podríamos sumar a “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” de Max Weber y a la “Teoría de los Climas” del barón de Montesquieu para explicar la razón por la que Colombia es tan pobre a pesar de ser tan rica.
Para Adam Smith el egoísmo es el motor del desarrollo económico de una sociedad. La interacción de los diversos egoísmos, entendidos como proteger y hacer prevalecer los intereses propios, es la mano invisible que logra los niveles ideales de armonía del mercado y de eficiencia, porque el egoísmo fomenta la búsqueda de la excelencia.
La diversidad que es inherente a la humanidad (aunque los Milenios actúan como si la hubieran descubierto o inventado y patentado), es la que crea los límites a los diferentes egoísmos. La diversidad de gustos, dones, talentos, vocaciones, preferencias, géneros, razas o culturas, determina la pluralidad necesaria para que funcionen los mercados de manera eficiente. Por eso son perversas la cultura de la cancelación y la mega-macro discriminación positiva. En el mercado accionario, por ejemplo, si todos tuvieran las mismas expectativas y pensaran igual, y decidieran comprar la acción XYZ, quién podría venderles la acción XYZ, si todos la quieren comprar?.
Recuerdo que los Jesuitas del siglo pasado decían que el límite de la libertad personal iba hasta donde empezaba la libertad del otro. Se supone, también, que el egoísmo individual termina en dónde empieza el egoísmo del otro. Se podría suponer, entonces, que una sociedad regida por el egoísmo del híper individualismo es una sociedad inmensamente rica y desarrollada en términos económicos. Colombia, por ejemplo, llena de egoístas debería ser un portento de riqueza, pero no lo es. Lo anterior se puede explicar porque el egoísmo del colombiano es ilimitado, mezquino, mesiánico y pretencioso.
Un egoísmo totalitario e improductivo que rompe con el equilibrio del mercado porque amputa la mano invisible que lo ajusta. El fundamentalista ambiental quiere que su egoísmo se imponga y que nadie vuelva a producir para no contaminar y evitar el cambio climático, considerado hoy como el gran enemigo y la peor desgracia para la humanidad aunque ha existido desde la pre historia y el mundo no ha desaparecido. El egoísmo gastronómico del vegano extremista exige que se anule el egoísmo del ganadero, del carnicero y del dueño del steakhouse. O el egoísmo de la feminista radical que quiere que en el mercado laboral solo le den trabajo a las mujeres y a los hombres que se crean mujeres, anulando el egoísmo de los hombres biológicos.
La parábola de “La Tostada y la Mermelada” que expuso siendo ministro de hacienda, el profesor Juan Carlos Echeverry, abolió el egoísmo de las regiones más productivas de Colombia porque las obligó a repartir sus regalías entre las otras regiones que, sin producir, resultaron recibiendo millonarios ingresos. Las consecuencias de su fórmula genial las vivió Echeverry siendo el CEO de Ecopetrol cuando cayó la productividad de las regiones más ricas y fomentó la improductividad de las regiones que, por no hacer nada, recibían su mesada puntualmente.
El progresismo comunista destruye todas las economías porque al implementar sus dogmas desaparece la correlación natural de los intereses de los diferentes agentes económicos e impone por la fuerza el egoísmo del dictador de turno y de sus secuaces. Por el contrario, si los mercados son libres y existen condiciones optimas de gobernanza, la interacción de los intereses llevaría a la sociedad al máximo bienestar posible.
La teoría de Adam Smith cobra vigencia en la economía de la post pandemia porque la humanidad va a tener un gran despertar que significará volver a empezar en medio de las nuevas condiciones asociadas a los cambios estructurales que van a revaluar los paradigmas que se dieron por válidos durante muchos años. Por lo visto, vamos a necesitar de altas dosis de codicia y de envidia constructiva, y de mucho egoísmo del bueno para poder superar el aumento de la pobreza y la miseria causado por el aislamiento obligatorio.