Por: Jair Peña Gómez
Dentro del debate público se ha vuelto común el uso de descalificativos hacia el rival, como si se tratara de un enemigo, aun cuando son dos cosas distintas y hasta distantes. Del primero dice la RAE que es una persona “que compite con otra, pugnando por obtener una misma cosa o por superar a aquella”, mientras que del segundo dice que es una “persona que tiene mala voluntad a otra y le desea o hace mal”.
De manera que, desde ahí, desde la descalificación y un mal manejo y entendimiento de la discrepancia, se empieza a deteriorar la vida política.
Es habitual entonces escuchar y ver en los programas de debate en radio, en las entrevistas por televisión, en las columnas de opinión, en podcast, en redes sociales, etcétera, el uso indiscriminado del término populismo, que se utiliza para calificar o descalificar -como ya lo he dicho- a diestra y siniestra, pero lo cierto es que son muy pocas las personas que pueden dar una definición clara de qué es ser populista.
Una de estas personas que se ha dedicado al estudio juicioso de las características del populismo es el politólogo alemán Jan-Werner Müller, profesor e investigador de la prestigiosa Universidad de Princeton, quien publicó un libro titulado “What is populism?”.
De acuerdo con este profesor alemán, los populistas tienen un rasgo muy particular y es que consideran que son los únicos capaces de interpretar la voluntad popular y de representar los intereses de la comunidad, esto en detrimento de la diversidad de opiniones, proyectos y pareceres.
Otro rasgo distintivo del populista es que suele tener un discurso antisistema o antiélite, graduando a todo aquel que piensa diferente de enemigo del pueblo.
Una característica más del populista es que, alejado del sano patriotismo, abraza el nacionalismo, por lo que suele despreciar todo lo que provenga del exterior, supuestamente en favor de lo autóctono, de lo propio. Lo anterior -dicho sea de paso- en sus expresiones más leves, porque un nacionalismo exacerbado puede llevar al racismo y la xenofobia.
Por lo general el populista suele tener una visión estatista, cree que el Estado tiene el deber de conducir la sociedad a lo que él entiende como un buen puerto, y si para eso es necesario restringir las libertades políticas y civiles, no dudará en hacerlo.
Yo agregaría otra cualidad innata del populista, particularmente del populista latinoamericano, y es que tiene una especial (y falsa) predilección por los pobres. Suele culpar a los sectores productivos y acaudalados de la sociedad de la pobreza, de la miseria, del hambre, del abandono, y por ende sus propuestas son redistributivas.
El populista, que los hay de derechas y de izquierdas, se identifica con Robin Hood.
Así pues, el lector juzgará en el escenario político qué líderes o qué movimientos encarnan el populismo de mejor manera, no pretendo mencionar a ninguno en particular, aunque lo tenga en mente.
Lo cierto es que, en Colombia, por fortuna, aún no ha habido, o por lo menos no en los últimos 60 años, un presidente abiertamente populista, aunque claro, todo político tiene una que otra propiedad populista.
Nuestro país ha sido gobernado más bien por una élite ilustrada, son pocos los mandatarios colombianos que no obtuvieron títulos universitarios, los únicos que se me vienen a la mente son Marco Fidel Suárez, expresidente conservador, y Julio César Turbay, expresidente liberal. Lo cual no quiere decir que fueran iletrados, por el contrario, fueron destacados autodidactas.
De las cosas buenas que tiene el haber contado con una clase política educada a lo largo de nuestra historia republicana, es que Colombia ha afianzado su democracia liberal, que, con todos sus defectos, es de las más antiguas y sólidas del continente americano.
No obstante, el ser gobernado por una élite más o menos homogénea (Álvaro Gómez Hurtado le llamaría el régimen), tiene también unas consecuencias indeseables y es que esas élites han buscado preservar sus privilegios y el poder, por lo cual han impedido el ascenso de nuevos liderazgos y han prolongado sus linajes políticos.
Por tanto, bajo el gobierno de una élite con un carácter más o menos continuista, y ante la amenaza de un ascenso del populismo en las próximas elecciones, los colombianos nos encontramos en una dicotomía: o votar por una élite que siga favoreciendo sus intereses o respaldar un liderazgo populista que podría acabar con el tejido social, con la institucionalidad, con la democracia, con el modelo económico, en síntesis, con el país.
De tal forma que se hace necesario un movimiento que represente a la mayoría de los colombianos, a la clase media, pues el populista -al menos en apariencia- representa a los pobres, el elitista busca mantener el statu quo, mientras el ciudadano del común queda a la intemperie, sin ningún tipo de representación.
Apostilla: Hacemos votos para que Salvación Nacional recupere la personería jurídica como movimiento político. Su irrupción enriquecería el debate público y daría voz a millones de colombianos que hoy no se sienten representados por ningún partido, sea cual sea su ubicación en el espectro ideológico.