Por: Ricardo Angoso
La derrota de los Estados Unidos en la guerra de Afganistán, dejando en el poder a los talibanes y abandonando a su suerte a la administración instalada por los occidentales en Kabul, plantea más incertidumbres que certezas, tanto para la OTAN como para los aliados de Washington en Asia. Rusia y China salen claramente beneficiadas y la retirada afgana es el final del “gran juego”.
Occidente, liderado por los Estados Unidos, la OTAN y los principales países europeos, ha sido derrotado y humillado en Afganistán. El «gran juego», por el cual los imperios británico y ruso rivalizaban por Asia Central entre 1837 y 1907, parece haber concluido con una rotunda y contundente derrota occidental frente a los talibanes en Afganistán. Rusia observa como la larga guerra afgana (2001-2021) no ha servido para nada de nada y que los occidentales, encabezados por Estados Unidos y la OTAN, han sufrido una derrota tan vejatoria como la que sufrieron los rusos en la década de los ochenta, cuando se retiraron de este país asiático en el año 1989. Ahora, de nuevo, casi toda Asia Central vuelve a estar bajo el área de influencia de Rusia.
La retirada caótica, vergonzante, desordenada y precipitada de Kabul, abandonando a miles de colaboradores de las tropas occidentales durante estos veinte inútiles años, ha sido la guinda de la tarta de una desabrida guerra con sabor a desastre. Primero fue el erróneo anuncio de Donald Trump, a bombo y platillo, de que las tropas norteamericanas saldrían del país, lo que alimentó el voraz apetito de los talibanes y precipitó al país al abismo, y después llegaría la retirada total programada por el nuevo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden.
El reconocimiento de los talibanes por Trump, que sirvió para torpedear y acabar con las negociaciones de Doha entre las autoridades de Kabul y el Talibán, precipitaron la ofensiva militar de los mismos y su rápida victoria, avanzando en todos los frentes, que les llevó a la capital de Afganistán y a conquistar todo el poder, mientras que el régimen instalado por los occidentales se derribaba como un castillo de naipes.
Entre ambos, Trump y Biden, han tirado a la basura veinte años de trabajo en Afganistán para democratizar y modernizar el país, miles de millones de dólares gastados en una inútil guerra y miles de muertos dejados en el camino. Este esfuerzo casi sobrehumano al final no ha servido para construir un Estado moderno y dotado de sólidas instituciones democrática, como se preveía, sino para destruir materialmente y económicamente a Afganistán quizá por décadas. Cuatro presidentes norteamericanos bastaron, del año 2001, en que fueron derribados los talibanes, hasta el año 2021 para acabar en el mismo sitio y en el mismo lugar, en un Kabul nuevamente angustiado y dominado por la pesadilla del Talibán.
Pero aparte de estas consideraciones a la hora de hacer un balance de lo ocurrido, la perdida guerra de Afganistán nos deja muchas más lecciones más. Estados Unidos pierde peso, influencia, prestigio y poder en esta zona del mundo, habiendo dejado el testigo a Rusia y China, que ya se aprestan a hacer negocios con los talibanes y a trabajar por la reconstrucción del país.
Por otra parte, los aliados occidentales de los Estados Unidos, tales como India, Taiwán, Corea del Sur, Australia y Japón, salen debilitados claramente en términos geoestratégicos, porque se refuerza el eje Rusia-China en toda la región y porque la pretensión hegemónica china en toda Asia, con sus reivindicaciones territoriales en toda la región y su acoso permanente a Taipei y Hong Kong, sale reforzada y consolidada.
Sin embargo, y de una forma sorprendente e inesperada, los Estados Unidos han movido ficha en la región y han puesto en marca el acuerdo AUKUS con el Reino Unido y Australia, que permitirá a este último país la tecnología y la capacidad de desplegar submarinos de propulsión nuclear, intensificando la carrera armamentística en la región. AUKUS causó un profundo malestar en Francia, que llegó a retirar su embajador de Washington, debido a que Australia canceló la compra de doce submarinos franceses y también por la forma en que se selló el acuerdo y el secretismo en torno al mismo. La Unión Europea (UE) se solidarizó con Francia y mostró su sorpresa ante la firma de AUKUS. Es claro que este acuerdo tripartito es un serio aviso a China y a su acelerada carrera militarista.
Además, con la derrota afgana, Irán sale ganando, contemplando la derrota de su sempiterno enemigo, los Estados Unidos, y Teherán consolida así, al recomponer sus relaciones con los talibanes en los últimos tiempos, un eje de influencia y poder regional que arranca en Kabul y pasa por Irán mismo, Irak, donde los iraníes siguen armando a los grupos chiítas radicales, Siria, Líbano -país tutelado por la guerrilla proiraní de Hezbolá- y concluye en Gaza, controlada por sus acólitos de Hamas. Nunca Teherán había tenido tanta fuerza y poder de desestabilizar a casi todos sus vecinos.
LA OTAN DEBE RECONFIGURARSE TRAS LA RETIRADA DE AFGANISTAN
La OTAN, además, debe iniciar una revisión estratégica tras esta derrota rotunda y contundente, en la que varios de sus principales socios, entre los que destacan Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania, Polonia, España e Italia, tuvieron centenares de bajas y derrocharon ingentes recursos la reconstrucción del país. Desde el final de la Guerra Fría y la implosión de la Unión Soviética (1991), la OTAN quedó con un papel muy desdibujado y sin enemigos claros con los que batirse; extendió sus fronteras hasta Rusia, integrando al mundo postcomunista que había salido de la tutela soviética, y no supo definir sus nuevos intereses geoestratégicos.
En lo que respecta a la UE, una vez definidas sus verdaderas fronteras tras la salida del Reino Unido, va quedando meridianamente claro que para su verdadera puesta en escena en el mundo necesita una verdadera diplomacia europea y un ejército con capacidad para operar en el exterior, liderar misiones internacionales y garantizar la defensa de las fronteras de Europa ante las nuevas amenazas y desafíos. No queda tan claro si realmente nuestros líderes políticos tienen voluntad de seguir adelante en el proyecto porque eso implicaría riesgos para las dos potencias que ahora lideran la UE, es decir, Francia y Alemania, que quizá prefieran seguir con esta diplomacia tutelada que inspiran desde hace años y en la que modelan a su antojo el proyecto, condicionado al resto de socios o imponiendo sus decisiones en materia de inmigración, seguridad fronteriza y otras materias, tal como han hecho en numerosas ocasiones.
Pese a todo, los desafíos para Occidente son ingentes y requerirán un trabajo de ingeniería política y un nuevo liderazgo, del que carecemos en estos momentos debido a la decadencia de los Estados Unidos, presente y permanente durante el mandato de Trump y agudizada ahora por Biden, y a la falta de nervio político en el interior de la UE. Se echa en falta la década de los ochenta, caracterizada por el hiperliderazgo de dirigentes como Ronald Reagan, el primer Bush, Margaret Thatcher, Helmut Kohl y Francois Mitterrand, y por haber sentado los rieles para la derrota del bloque comunista, la democratización de Europa Central y del Este, la reunificación alemana y la desintegración de la Unión Soviética. Europa era una fiesta compartida por unos Estados Unidos victoriosos, mientras que el mundo contemplaba atónito la sucesión vertiginosa de cambios y reformas.
RUSIA, CADA VEZ MÁS FUERTE EN LA ESCENA INTERNACIONAL
Ahora todo es bien distinto y las cosas han tomado derroteros inesperados. Rusia está más fuerte que nunca en la escena internacional e impone su orden neoimperial en toda su periferia, habiendo ocupados territorios de Georgia, Moldavia, Ucrania e incluso Azerbaiyán, donde instaló recientemente una base militar para «observar» el proceso de paz de ese país con Armenia. La tiranía como forma de gobierno se ha impuesto en numerosos países del mundo, tales como Siria, Bielorrusia, Cuba, Nicaragua y Venezuela, por citar solamente algunos, y está seriamente cuestionada hasta en países miembros de la OTAN, como la Turquía del sátrapa Erdogan, que ha establecido una suerte de triple alianza con Rusia e Irán. Occidente, compuesto por la alianza fundamental a través del vínculo transatlántico entre los Estados Unidos y Canadá con Europa, observa impávido que se ha convertido en una suerte de fortín democrático acosado por el populismo creciente, la amenaza integrista, el auge del autoritarismo en el mundo, la inmigración creciente y desbordada y nuevos desafíos, como los programas nucleares puestos en marcha por Irán y Corea del Norte.
La gran cuestión que planea sobre todos estos asuntos y retos sobre la mesa, es ¿si los líderes occidentales, sin un verdadero liderazgo de los Estados Unidos en estos momentos, serán capaces nuevamente de vertebrar y articular respuestas desde la política y la diplomacia a todos estos asuntos, tal como lo hicieron tantas veces desde el final de la Segunda Guerra Mundial? O, por el contrario, si, perdidos en estereotipadas visiones provincianas, acabarán dejando que la actual realidad multipolar acabe siendo liderada por países como China y Rusia, potencias ambas sin principios democráticos ni respetuosas con los derechos humanos, sino más bien lo contrario, como han demostrado tantas veces a lo largo de su historia. De ser así, la más negra de las noches puede estar por llegar a todo el planeta y la sombra del totalitarismo se asomará por todo el mundo libre.