El Fórmula Uno

Por: Andrés Villota

La estructura del Sistema Financiero colombiano se parece a la buena intención del padre de familia que quería darle a sus hijos el mejor, más fino y más rápido carro familiar posible, y les compra un Fórmula Uno. Hace una inversión millonaria, tiene que contratar a un equipo de expertos ingenieros, pagar un costoso mantenimiento, pero al final, en ese carro no puede llevar a sus hijos al colegio o no lo puede usar para salir a dar un paseo con ellos.

Después de la crisis financiera ocurrida en los últimos años del siglo pasado, se volvió una obsesión para el Estado colombiano tener el Sistema Financiero más confiable, seguro y “fino” del mundo, sin importar su utilidad o si cumpliría a cabalidad con el objetivo del Mercado de Capitales que es convertir el ahorro en inversión. La intención de los legisladores y de los reguladores se centró en proteger a los inversionistas para restaurar la confianza en el sistema que había sido seriamente afectada, dejando a un lado la eficiencia del mercado por los altos costos y la pesada estructura burocrática que eso implica.

Hoy (20 años después), lejos de haber cumplido con ese objetivo en lo financiero, en lo institucional, la Bolsa de Valores de Colombia enfrenta la paulatina desaparición de las firmas comisionistas de bolsa, y al des enliste de especies y de emisores del Mercado Público de Valores. En los bancos está depositado un porcentaje cada vez menor del ahorro de los colombianos, mientras que las sociedades fiduciarias tienen un gran porcentaje de ese ahorro en los Fondos de Inversión Colectiva administrados por ellas, lo que corta el flujo de capitales por la razón obvia que no se puede solicitar un crédito en una fiduciaria y por la protección al inversionista, el Estado colombiano solo le permite a los administradores de esos fondos invertir en valores con calificaciones altas como los TES, por ejemplo.

Ese fenómeno de las fiduciarias administrando el ahorro y no los bancos, está asociado a los altos costos de operación de los bancos que no les deja espacio para pagarle un rendimiento a sus ahorradores lo que hace que el ahorrador busque una rentabilidad mayor en los fondos administrados por las fiduciarias y por los pocas firmas comisionistas de bolsa que aún sobreviven.

Existe un mito urbano que obliga buscar a las fiduciarias o a las firmas comisionistas de bolsa de propiedad de un banco comercial para que en caso de una caída en el valor de mercado de los valores objeto de la inversión, “el banco responda”. Eso es falso. En ninguna parte de la nutrida regulación colombiana dice que exista una obligación de los socios de una entidad administradora de fondos de inversión para asumir las pérdidas de un portafolio de inversión. Además, sería un exabrupto que se usara el ahorro del público depositado en un banco para enjugar las pérdidas de terceros producidas por cambios en el valor de mercado de sus inversiones.

Por lo visto, a los inversionistas al momento de tomar una decisión de inversión no les importa que la entidad sea vigilada por la Superintendencia Financiera, que exista la Bolsa de Valores de Colombia o que la idoneidad de los operadores del mercado sea certificada por el Auto Regulador del Mercado de Valores (AMV), probablemente, para evitar el conflicto de interés y promover la independencia de esas entidades son manejadas por profesionales que no tienen experiencia previa en el mercado o conocimiento alguno en el mismo, lo que ha creado un efecto contrario al pretendido, sumado a la crisis de credibilidad y confianza en esas instituciones después del descalabro de la firma comisionista Interbolsa.

En esta época de la crisis causada por el aislamiento obligatorio, el Mercado de Capitales colombiano no fue una opción que aportara soluciones y fue el Estado el llamado a inyectarle recursos a la economía porque para proteger a los inversionistas, paradójicamente, el mismo Estado le prohíbe a las entidades financieras asumir riesgos. En ese escenario, las empresas buscaron aumentar su eficiencia para poder sobrevivir lo que las llevó, por ejemplo, a que se utilizara la Bolsa Mercantil para realizar sus transacciones y reducir los altos costos de intermediación.

Tal vez por eso, el Estado quiere replicar y administrar un sistema transaccional igual al que ya existe en la Bolsa Mercantil para que haga sus compras (el Estado), repitiendo el error de crear más entidades para, supuestamente, poder combatir al conflicto de interés y preservar la autonomía institucional, las dos grandes amenazas que, según el experto cineasta Charles Ferguson, fueron las principales causas de la Crisis del 2008 como lo plasmó en su documental “Inside Job” (2010).

Por el contrario en los Estados Unidos, el Departamento del Tesoro (Ministerio de Hacienda) absorbió a la Reserva Federal (Banco de la República), lo que muestra que las estructuras burocráticas complejas están lejos de hacer eficientes a los mercados y que las funciones de los Bancos Centrales, incluso, pueden ser asumidas por otras entidades mejorando así la eficiencia del mercado y reduciendo los costos que son asumidos por los contribuyentes. Interesante ejemplo para ser tenido en cuenta en nuestro país.

La estructura institucional que soporta al Mercado de Capitales colombiano, se convirtió en una pesada Espada de Damocles que pende sobre el mismo mercado. Colombia, un país pobre y con grandes problemas de desarrollo como lo aseguró el papa Francisco, debe reducir el tamaño del aparato estatal para poder solucionar lo que pretende arreglar con una reforma tributaria en medio de una economía en dificultades por culpa del aislamiento obligatorio. Sin tanta burocracia, el mercado puede funcionar de manera optima pero sin Mercado de Capitales, no puede funcionar una economía de manera optima. El Estado decide si quiere mantener el Fórmula Uno o mejor lo cambia.

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