Por: Joan Sebastian Moreno Hernandez
Aunt Jemima, besos de negra, y blanquita de clorox, son las nuevas víctimas de la corrección política. Lo que antes se veía como una inofensiva marca publicitaria, hoy se presenta como una de las peores ofensas racistas en la historia post colonial. Para aquellos que se preguntan sobre la definición de la corrección política, puede entenderse como aquel conjunto de estrategias que se utilizan para evitar ofender grupos minoritarios de una sociedad, y se crea o no, ha logrado promover cambios en el lenguaje, las leyes, la publicidad, la creación de delitos, y en los fallos judiciales. En últimas, se ha concebido como un fenómeno de gran impacto cultural que día tras día, se expande gracias a las redes sociales y los medios de comunicación.
El discurso de la corrección política es tan extremo, y tan alejado de la realidad, que nadie puede tomárselo en serio. Posturas como la ideología de género o el terraplanismo, pueden defenderse, adoptarse, o generar políticas públicas (como en realidad acontece), pero, en definitiva, nadie puede creérselas. El Elogio de esa estupidez proviene de un consenso manufacturado, en el que todo el mundo cree que esta haciendo las cosas bien, cuando en realidad maquillan los problemas por los cuales creen luchar, y consideran que la construcción social de la biología, la ciencia y el lenguaje, la tergiversación de la historia, y la relativización de la Justicia, les otorga la capacidad moral para censurar el deber ser de quienes nos atrevemos a mencionar las cosas por su nombre.
Lo que acá se ve, es la propia muerte de los valores creados por occidente, el derribo de las estatuas de Robert Milligan y Edward Colston en Inglaterra, y de Cristóbal Colon en Virginia y Boston constituyen el ascenso del revisionismo histórico en su máxima expresión, efecto que sin duda repercutirá en los modelos de enseñanza y estudio que recibirán las generaciones venideras, y que por lo demás, terminará acrecentando la imbecilidad de tantos que dicen luchar por los derechos propios, cuando pisotean los ajenos.
Con ello, es claro mencionar que el problema endémico del racismo estadounidense no va a dejar de existir por modificar una marca publicitaria ó por derribar una estatua, que la inclusión de la mujer en las esferas de la sociedad no va a ser una realidad por alterar una supuesta estructura del lenguaje “hetero-patriarcal”, y que el propósito por establecer una sociedad intercultural, no se logrará creyendo que su deber como ciudadano está en lavarse la conciencia siendo políticamente correcto con las minorías.