Por: Fernando Álvarez
El día que lo iban a matar Daniel Coronell se levantó a las 5.30 de la mañana para preparar su historia. Se trataba de construir un relato para difundir a los cuatro vientos que lo iban a matar y que por ese motivo tenía que abandonar el país. Esa madrugada se le ocurrió la brillante idea de buscar a su amigo Yamid Amat, quien se encontraba en su lecho de enfermo, para que le hiciera una especie de publireportaje en el diario El Tiempo sobre las amenazas que había recibido, en el que no faltó el histrionismo y las lágrimas porque no tenía otra salida que huir hacia el exterior para salvar su vida. Un día después convocó rueda prensa en el aeropuerto con su hija en los brazos para terminar de darle el tinte melodramático.
La noche anterior el director de Noticias 1 no había podido conciliar el sueño. Un día antes Pedro Juan Moreno en su revista de denuncia “La Otra Verdad” había publicado un informe en el que se desenmascaraba al periodista Daniel Coronell Castañeda, por sus nexos con la mafia, sus intentonas de robarle al Estado cerca 10 millones de dólares en su momento y los dineros del Cartel de Cali que habían patrocinado NTC, su noticiero, desde sus orígenes por medio de Cesar Villegas “El Bandi” y de Pastor Perafan, el narcotraficante que se codeaba con los arribistas bogotanos en su lujoso hotel Chinauta Resort y que fue uno de los más importantes capos extraditados a Estados Unidos hace ya tres décadas.
La revista no era de gran circulación, pero sí de mucha resonancia. Pedro Juan Moreno la había montado con el único fin de denunciar actos de corrupción política y rápidamente cogió credibilidad porque no se le escapaba ni el gobierno de su gran amigo Alvaro Uribe Vélez. La difundía raudamente en el país político y se la hacía llegar al día siguiente de publicada directamente a la oficina de políticos, magistrados, altos mandos militares, jerarcas de la iglesia, periodistas y empresarios, en fin, a todo el staff político y económico colombiano, quienes la rotaban entre sus amigos y fotocopiaban sus denuncias que producían un inusitado efecto de reverberación. Alguien que vio la palidez de Coronell cuando recibió la revista dice que esa vez si lo vio verdaderamente asustado.
Lo amenazo la verdad, literalmente “La Otra Verdad”. Porque por primera vez se revelaba que el periodista que fungía de adalid de la moral pública estaba untado hasta los tuétanos con el narcotráfico y que, si de corruptelas políticas para esquilmar el Estado se trataba, él estaba entre los delincuentes de cuello blanco que Pedro Juan Moreno quería dejar al descubierto. Para las nuevas generaciones es necesario refrescar que Daniel Coronell Castañeda había fraguado con su exjefe en el Noticiero Nacional, Javier Ayala, entonces director de la Comisión Nacional de Televisión un tumbe que consistía en un tribunal de arbitramento escogido con pinzas por Ayala y Coronel para garantizar que se ganaría la demanda de NTC contra el Estado y poderse repartir cerca de 10 millones de dólares entre los dos.
La denuncia de “La otra Verdad”provocó la inmediata renuncia de los tres árbitros del tribunal y la CNTV, ya sin Javier Ayala, nombró un nuevo tribunal que falló contra las pretensiones de Coronell. Aunque la decisión del nuevo tribunal de arbitramento ordenó que la Comisión Nacional de Televisión debía pagarle a Coronell 1.500 millones de pesos, un comisionado logró que los 5 miembros de la junta directiva aprobaran que se les pagara en especie, con los mismos casetes con que NTC le había pagado a la CNTV con programas emitidos como “Siguiendo el Rastro” y “Felix de Noche”, valioso material periodístico elaborado por el socio de Coronell en estas andanzas, Felix de Bedout. Ese pago de NTC en especie fue otro gol que le metieron Coronell y Ayala a la CNTV.
Nadie lo iba a matar, pero si quedaba herido de muerte con esa publicación de Pedro Juan Moreno porque se develaba que era uno más de lo que Abelardo de la Espriella llama sin tapujos “sepulcros blanqueados”. Pero Coronell, como cualquier capo que se respete, tiene las siete vidas del gato. Lo echan de Semana y lo vuelven a contratar, lo echan de Univisión y lo vuelven a contratar. Alguien dice malpensadamente que como es buen investigador sabe utilizar eso para reducir a sus contrincantes. No se extrañe nadie si mañana las denuncias contra los Gillinski terminen en que vuelve como director de Semana o que Vicky Dávila, a pesar de estar enfrentada hoy a Coronell, lo llame a incorporar su equipo. Recuerden que cuando en nota periodística se contó cómo Coronell dejaba a su madre esperando durante horas en la puerta del Noticiero Nacional Vicky salió en su defensa. Hoy ella paga las consecuencias.
Pero no nos hemos perdido del titular de esta columna. Era una manera de contextualizar lo que denunciaba Abelardo de la Espriella en la encerrona que le hicieron en La W los colegas defensores de Coronell, a quienes no tuvo empacho para decirles en la cara que “se tapan con la misma cobija”. Era un intento de hacerle eco a Coronell en su Reporte Coronell de esa emisora en el que trató de enlodar al abogado Abelardo de la Espriella hilvanando forzadamente frases y casi embutiéndole conceptos a su entrevistado Salvatore Mancuso para desprestigiar al abogado que hoy muchos antimamertos ven como un posible candidato presidencial. Coronell amenaza con venirse lanza en ristre contra De la Espriella porque siente pasos de animal grande. Sabe que comienza a perfilarse como un Bukele a la colombiana y que la decepción de los colombianos con el presidente izquierdista Gustavo Petro puede terminar en un efecto pendular con simpatías por un candidato uribista como De la Espriella, a quien le sobran pantalones para afrontar la actual coyuntura en donde la autoridad y la seguridad son la grandes ausentes.
Coronell de aquí en adelante no descansará para buscar hasta con la linterna de Diógenes cómo encontrar algo que demerite a Abelardito, como lo llaman en la costa. No bajará la guardia para hurgar en el pasado, presente y futuro de quien hoy es una propuesta de algunos sectores anticomunistas que reclaman autoridad y sienten la necesidad de recuperar la seguridad en el país. De la Espriella dice que no, pero en política eso es casi un sí, voy a pensarlo. Y ganas no le faltan. Sobre todo, si las cosas con el gobierno populista de izquierda siguen como van o si empeoran con las pretensiones de atornillarse en el poder. Abelardo es un tigre y tiene el suficiente perrenque como para enfrentar todo tipo de maniobras como las que están pensando los petristas con su constituyente a las patadas, o con cualquier otra enseñanza del proceso venezolano. Y Daniel Coronell no tiene otra salida que la de tratar de afectar su imagen, aunque hasta ahora no tenga nada que decir para que haya tenido que recurrir a intentar pordebajearlo con algo que le resultó el tiro por la culata. Pintarlo como un corista vallenatero es casi un motivo de orgullo costeño que antes que restarle le suma por lo menos a nivel regional. Y cómo les advirtió Abelardo, porque ese será su nombre de campaña, a los periodistas que no ocultaban su solidaridad de cuerpo con Coronell, “no me toreen” porque está convencido de que en Colombia las vacas sagradas de la prensa no son intocables y que como bien penalista sabe identificar los delitos que pasan en la impunidad desde las trincheras del periodismo.