Por: Francisco José Tamayo Collins
El proceso de conexión de Colombia con el mundo, desde el ámbito político y económico, a partir del siglo XIX y con punto de llegada en los años 80 del siglo XX, es asunto que demanda esfuerzo superior si deseamos hacer una síntesiscrítica.
Inicialmente, debemos afirmar que en lo identitario Colombia ha sido un país sui géneris, no solo por lo complejo de su geografía sino por la heterogeneidad de sus regiones y sus gentes y, cómo negarlo, por la escasapresencia del Estado en la vida de millones de personas.
Sumado a lo anterior, una constante de nuestro país ha sido, en reiteradas ocasiones, la falta de estrategia y la improvisación; en otras palabras, nos hemos acostumbrado a ir resolviendo problemas sobre la marcha, casi siempre buscando satisfacer egos individuales por encima de las necesidades de los ciudadanos.
Así las cosas, el siglo XIX para Colombia empezó con la necesidad de buscar apoyos en Europa, a fin de garantizar éxito en el propósito de lograr la independencia de España. Las provincias criollas de aquella época estaban divididas,no obstante, procuraron primero el respaldo de los ingleses, enemigos del régimen napoleónico que regía los destinos españoles en ese momento, y luego, por necesidad, el de los franceses. El objetivo era deshacerse de los españoles, aunque no hubiese un plan para echar andar un nuevo país…
Consideramos como positivo el esfuerzo que hicieron los primeros dirigentes y diplomáticos nacionales al buscar reconocimiento de las potencias occidentales y de los países más fuertes de América Latina, particularmente en la década de los años 20 del siglo XIX. Desde 1823, la Doctrina Monroe estadounidense marcó el derrotero de nuestra diplomacia hasta bien entrado el siglo XX.
Había que ser alguien en el continente, por eso se negociaron empréstitos en Londres, pero por falta de planeación y de ética, se empeñó el futuro económico de la República desde un principio. No obstante, es destacable mencionar que, a pesar de los eventos arriba citados, los primeros representantes diplomáticos colombianos tenían conocimiento de los países a donde iban a desarrollar su misión: la mirada estuvo puesta en Londres y Washington.
En lo político, luego de una centuria convulsa en lo interno para Colombia, debemos mencionar varios sucesos que van a dar forma a nuestro siglo XX: en primer lugar, la separación de Panamá en 1903 que, si bien es una de las consecuencias de la Guerra de los Mil Días, luego de las negociaciones desarrolladas con los Estados Unidos por el caso del Canal, vamos a beneficiarnos con el ingreso de 25 millones de dólares, que se suman al establecimiento de una sólida alianza con el país de norte, la cual se fortalece con el Tratado Urrutia-Thompson, firmado en 1914 y ratificado en 1921. Los Estados Unidos siempre se han puesto del lado de Colombia en negociaciones fronterizas, tanto con Nicaragua en 1928 (Tratado Esguerra Bárcenas), como con el Perú en 1922 (Tratado Salomón-Lozano).
En segundo término, es relevante advertir que en el siglo XX dos doctrinas definirán la diplomacia colombiana: la Respice Polum, creada por el presidente Marco Fidel Suárez y seguida juiciosamente por sus sucesores, con especial énfasis en las administraciones de Enrique Olaya Herrera, Alberto Lleras Camargo y Julio César Turbay, hecho que define a Colombia como amigo incondicional de los Estados Unidos; y la Respice Similia, impulsada en el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, gracias al esfuerzo de su canciller -y futuro presidente- Alfonso López Michelsen, con una visión que abrió el panorama internacional de Colombia, dando paso a un oportuno multilateralismo.
Como tercer logro, debemos anotar que Colombia fue prudente en sus posiciones durante las dos guerras mundiales, mostrándose neutral o decantándose por la defensa de las libertades y los valores democráticos. El caso de la participación colombiana en la Guerra de Corea debe analizarse desde otra perspectiva, pues, aunque representó un logro militar, ese apoyo se hubiese podido pensar en términos de darle más impulso a la industrialización en beneficio del crecimiento de la economía. Desde lo personal, pienso que un país civilizado debe poner a trabajar a sus nacionales 24/7, por encima de cualquier otra consideración:si la gente está ocupada, produciendo, se crean las condiciones necesarias para un desarrollo social más elevado, lógicamente dentro del marco de una ética práctica, sin excusas ni populismos.
Finalmente, mencionaremos el papel de Colombia en lo que fue el panamericanismo de los años cincuenta, y luego, durante la década de los sesenta, en plena Guerra Fría, como país piloto de la famosa Alianza para el Progreso, plan de la administración Kennedy para América Latina.
Ahora bien, en lo económico hay luces y sombras: el hecho de contar con apenas unos pocos productos de exportación en el siglo XIX, el tabaco, la quinua, el añil y el café, refleja la debilidad de nuestra posición en el mercado mundial. Las exportaciones colombianas solo representaban el 2% de las exportaciones del continente al comenzar el siglo XX. Es claro que no hubo conciencia de las exigencias de los consumidores de esos años en cuanto a precio y calidad. No tuvimos visión ni estrategia, motivo por el cual nuestra oferta se encaminó a un único producto que, por su espléndido sabor, logró consolidarse: el café.
Un logro de gran utilidad para Colombia fue atender la asesoría técnica de la Misión Kemmerer, contratada por el presidente Pedro Nel Ospina en 1923, pues esto permitió modernizar la política económica y acercarnos a los parámetros del entorno internacional. De igual modo, la irrupción del petróleo y de otros minerales ofreció nuevas perspectivas, en aras del mejoramiento de nuestro portafolio. Desde entonces, el manejo económico ha sido técnico, en especial desde el gobierno de Alberto Lleras, quien les dio independencia a las autoridades económicas frente al Ejecutivo.
Para pensar en un camino cierto de paz para Colombia, este siglo XXI debe impulsar un relacionamiento internacional desde lo comercial y lo turístico; es decir, desde lo que nos hace competitivos. Tenemos, al menos, 32 sectores productivos que deben ser parte de nuestra agenda diplomática; hoy somos un país que merece embajadores y cónsules de carrera, políglotas, cultos, que reflejen una Nación mejor preparada. Sin duda, urge una conciencia cívica de limpieza en calles y veredas, que invite a pensar en Colombia como destino de clase mundial, de cara a 15 millones de turistas que podemos tener cada año en nuestra tierra si se les recibe con esmero y educación. Seré claro: turismo y comercio han de ser la bandera de la política exterior.
Por la derecha: Conectar cada una de las economías de nuestras regiones con el mundo, de la mano de una diplomacia que trabaje bajo estándares lejanos a los amiguismos, con criterio histórico y cultura empresarial es el camino a seguir. Esa es la verdadera paz: posible y real.