Calumnia, calumnia, calumnia que de la calumnia algo queda

Por: Fernando Álvarez

Escribe Gonzalo Guillén sin ningún tapujo que Germán Castro Caicedo le enseñó que para los periodistas lo importante no es la verdad. “Fue Germán quien alguna vez me sacó de dudas para siempre”, dice orgulloso”. No se desgaste buscando la verdad, lo que vale para nosotros es la realidad”, contó recientemente en texto sobre el escritor zipaquireño a raíz de su muerte, en el portal llamado “La Nueva Prensa”, donde Guillen ha instalado una auténtica trinchera antiuribista, cabalgando en el prestigio del que fuera un periódico notable dirigido por Juan Carlos Pastrana en la década de los ochenta.

Aunque para Guillén, que al parecer decidió aprender de Castro Caicedo, la verdad no es lo importante, en su portal sí reza como bajante del nombre la frase “La Verdad sea dicha”, como si conciente de que la verdad no es lo que importa para él, lo que si vale la pena es engañar al lector y hacerle creer que se busca la verdad. Y es que su práctica periódistica se ha caracterizado precisamente por eso, por hacerle cocos a la verdad, por escribir al filo de la mentira, por elevar a la categoría de realidad sus sueños, por vivir su propio mundo y endosarle el carácter de certeza, por inventar historias, por difamar y calumniar, plenamente conciente de que en Colombia lo máximo que le puede pasar es que alguien lo obligue a rectificar o a retractarse públicamente, como en muchas ocasiones ha tendio que hacerlo.

Por esta razón se pude decir que Gonzalo Guillén vive al borde de la verdad, está permanentemente familiarizado con la difamación y la injuria, por las que les dice a sus cercanos con aire cínico que no le teme a las denuncias penales. En un reciente reporte de este periodista en Twiter afirmó que el político norteamericano de origen colombiano, Alfred Santamaría, un politólogo, administrador de empresas y aspirante a la alcaldía de Miami Dade, está involucrado en la logísitca del asesinato del presidente de Haití, sin ningún tipo de consideración con la verdad, ni con la honra ni con el buen nombre de un ciudadano que cualquiera que lo conozca lo primero que observa es que es como lo que llaman la señoras, un alma de Dios. De hecho, es un evángelico que se ha metido en política porque es su forma de ejercer la caridad y de profesar su amor con el prójimo.

Pero para los efectos de Guillén se trata de un político de derecha y eso es suficiente para armarle historias. Lo que aporta como pruebas son unas fotos de Alfred Santamaría con el presidente Iván Duque en campaña y con el expresidente Alvaro Uribe. Luego escribió un artículo en “La Nueva Prensa” donde lo acusa de ser socio de Antonio Intriago, “Tony”, el supuesto organizador de mercenarios colombianos sindicados de perpetrar este magicidio. Intriago, era conocido como un empresario venezolano en el área de la seguridad privada en Miami y aparece en una foto con Santamaría y posa en fotos con Duque y con Uribe, lo cual para Guillén es plena prueba de complicidad en el crimen contra el presidente de Haití.

Guillén es de los periodistas que al mejor estilo de Daniel Coronell Castañeda sabe que las solas insinuaciones se escalan en trinos que poco a poco aumentan el nivel de las acusaciones y el grado de sindicación en la medida que sean replicados y complementados y con mucho mayor poder si lo hacen figuras públicas que gozan de reconocimiento o cuentan con algún número significativo de seguidores. Tal como sucedió en este caso en que el controvertido político Roy Barreras, ahora en carrera voltiarepista para ganarse la vicepresidencia en el caso de que Gustavo Petro llegue a la presidencia, quien trinó diciendo que Intriago era Santamaría. Otro trino dice que Santamaría es el dueño de la empresa de “Tony” Intriago. Y lo propio hizo el senador Gustavo Petro al afirmar en su cuenta que Santamría es socio de Intriago y lo emplaza con el asesinato del presidente de Haití. En otro artículo Gonzalo Guillén en “La Nueva Prensa” aporta como pruebas de la responsabilidad de Santamaría el hecho de que “Tony” Iintriago “reclutador de militares sicarios colombianos organizó con Iván Duque en 2019 el concierto en Cúcuta contra la narcotiranía de Nicolás Maduro”.

Lo extraño del periodista Guillén es que no se sabe cómo obtiene dinero para hacer documentales con despliegue de costosos equipos de televisión y desarrollar sus reportajes que nadie compra pero si se reproducen velozmente en la prensa venezolana con bombos y platillos como suele suceder en Telesur, donde replicaron sin beneficio de inventario la información de Guillén sobre que existió un entramado en el que participó Alfred Santamaría como socio de Antonino Intriago, a quien relacionan con Juan Guaidó y en el que soportan como gran prueba las fotos de Santamaría en el Palacio de Nariño al lado del presidente Iván Duque. Un portal llamado Al Punto dice que investigó y se limita a reproducir lo que dice Guillén pero le agrega que estuvo en Colombia en reuniones con agenda desconocida y como gran delito menciona que pertenece “al combo” de Uribe en Miami y que tiene más fotografías con la Vicepresidente Marta Lucía Ramírez, el exprocurador Alejandro Ordóñez y con la senadora Paloma Valencia.

Guillén es un periodista frustrado que en ocasiones se mueve más por la envidia que por la noticia como ocurrió cuando la emprendió contra la prestigiosa periodista Claudia Palaciós en momentos que está presentaba el Canal Capital. La sarta de mentiras que dijo Guillén lo llevaron a que un juez lo obligara a desmentirse y a resarcir el buen nombre de la periodista. Semana publicó la rectificación de las 12 mentiras capitales que había dicho Guillén. Tambien se hizo merecedor a una orden de arresto por no acatar la orden de un juez para que se retractara de una afirmación contra Carlos Barros, a quien sin ningún sustento acusó de ser testaferro de “Marquitos”, el alias del narcotraficante Marcos Figueroa.

La historia de falacias no es nueva. Justamente la primera gran mentira de este fabuloso periodista, no por lo estupendo sino por lo inverosimil, por la increible capacidad de fabricar fábulas, y no de ficción sino falsedades, fue en La Nueva Prensa cuando trabajaba como reportero de Juan Carlos Pastrana, donde sin ningún problema se inventó que el entonces líder guerillero Jaime Bateman Cayón no había muerto en un accidente de avioneta que se perdió en la frontera con Panamá, sino que se había fugado con una maleta con un millón de dólares. Los dirigentes del M 19 lo desmintieron pero hasta hoy la verdad sea dicha de Guillén es que Bateman se voló, robó al M 19 y se fue a vivir a algún paraiso fiscal.

Guillen es un buen cronista y en ocasiones un buen investigador pero lo que es en esencia es un gran fabulador. Él toma cualquier fenómeno y saca su versión escandalosa y amarillista y para eso ha aprendido como nadie de Daniel Coronell en el arte de aplicar el silogismo. Una premisa cierta sumada a otra que puede no ser cierta para llegar a una conclusión falsa con la impronta de verdadera. Y a punta de repetición logra lo que en los ámbitos publicitarios se llama recordación, de tal manera que una mentira mil veces repetida se vuelve verdad en el hipotálamo del lector o receptor del mensaje.

A Guillen le caben en la cabeza como hechos ciertos toda clase de leyendas urbanas como la de que Efraín González no murió cuando la policía dijo que lo había dado de baja sino que las autoridades arreglaron para que se fuera para el exterior con otra identidad. Fabricaría con toda tranquilidad una historia como la que construyen los mentideros populares sobre que Gonzalo Rodríguez Gacha, alias “El Mexicano” no fue abatido por la policía sino que fingió su muerte y se fue a vivir al Africa, o que Pablo Escobar no murió abatido en el tejado de la casa en Medellín sino que se buscaron un doble y lo volvieron cadáver para que el jefe del Cartel de Medellín dejara de amargarle la vida a los colombianos.

Con esa misma facilidad Gonzalo Guillen escribió un artículo en el que afirma que los hermanos Castaño Gil, Fidel, Vicente y Carlos, los padres del paramilitarismo, no están muertos y se fajó un crónica en la que asegura que nunca nadie ha mostrado sus cadáveres y le atribuye a alguna que otra autoridad la duda razonable sobre estas especulaciones. Con lujo de detalles sobre los hechos conocidos, como que se aliaron con el Cartel de Cali para acabar con Pablo Escobar, o con minuciosa narrativa sobe las masacres perpetradas por este clan paramilitar, Guillén hace creer que su historia es verdadera y que Fidel Castaño vive orondo en Portugal, Carlos en Costa Rica y Vicente en Antioquia completamente mimetizado.

Guillén no deja titere con cabeza y ha adquirido la destreza de ser buena pluma justo para desplumar al que se le antoja. Siempre trata de acercarse a las posiciones izquierdosas porque esa es una forma de blindarse ante la opinión pública. No tiene empacho para ejercer de mercenario cuando algún poderoso lo contrata para denigrar de otro y con su imaginación construye historias que a punta de juntar datos y organizar detalles ciertos deja la impresión de que se trata de fundadas pezquizas y profundas investigaciones. Razón por la cual muchos creen que la historia de Virginia Vallejo en su famoso refrito entre mendaz y fabulador “Amando a Pablo, odiando a Escobar”, por su estilo y su lógica narrativa, fue escrito por Gonzalo Guillén, a sueldo de algún poderoso. Sobre todo porque alguien de este talante tuvo que alimentar a la Vallejo, quien nunca estuvo enterada de nada de lo de Escobar justo porque el capo delante de ella era todo un Lord, casi un príncipe.

Este fabuloperiodista la ha emprendido contra el entonces fiscal Néstor Humberto Matínez, contra el abogado Jaime Lombana, contra el abogado Abelardo de la Espriella y otros tantos sonoros nombres porque ahí radica su taquilla en el mundo mamerto, donde lo consideran algo así como el periodista que sigue los pasos a pie juntillas a Daniel Coronell, en su lucha contra el expresidente Alvaro Uribe, quien se ha ganado el odio de todos los revolucionarios y comunistas por haber sido el hombre que decidió pararle el macho a la guerrilla en Colombia, por ser el hombre que ha optado por gastarse el resto de sus días para evitar que la izquierda y el socialismo se tomen el poder en el país.

Nadie duda de que Guillén es coautor de “Matarife”, al lado de un curioso abogado llamado Daniel Mendoza, que tiene toda la pinta de ser un personaje del tipo de “Popeye”, el alias del sicario mayor de Pablo Escobar, Jhon Jairo Velásquez, quien por no haber logrado extorsionar al excandidato presidencial Alberto Santofimio Botero, decidió empapelarlo penalmente con la supuesta actuación testimonial en donde “Popeye” habría escuchado al político tolimense darle la orden a Pablo Escobar de matar a Luis Carlos Galán Sarmiento. “Matarife” es una serie en la que se arman las historias sin ningún tipo de rigor periodístico y se utiliza la acusación falaz sin miramientos como si sus autores supieran que se puede endilgar autorías o señalar responsabilidades por solo sospecha o se pudiera afirmar impunemente que una persona es culpable de algunos hechos sin necesidad de tener en cuenta el sustento probatorio, o la argumentación irrefutable de los hechos.

Guillén se ha visto envuelto en escándalos en los que aparece como cómplice de Javier Rojas Uriana, un farsante que se apoderó de una cifra millonaria que le pertenecía a los indios Wayuu y que iba destinanda a los niños de La Guajira. Está relacionado con interceptaciones del ejército y de una agencia de inteligencia europea llamada M16; es mencionado en misteriosas chuzadas realizadas a instancias de la Dijin por ordenes del mayor Jefferson Tocarruncho bajo la dirección del general Jorge Luis Vargas de la inteligencia del presidente Juan Manuel Santos. Este periodista se ha visto enredado también en casos bochornosos como cuando utilizó información falsa y fabricada por la banda de las chuzadas y seguimientos de Juan Carlos Madero y Laude Fernández para armar montaje contra el abogado Jaime Lombana.

Faltan las explicaciones sobre el audio de la transcripción por parte del analista de comunicaciones de la Policía Judicial William Sánchez Mejía, en donde se evidencia una guerra interna en la Policía, que también jugó su papel en el caso del “Ñeñe” Hernández. Este periodista que a veces confunde su oficio ha estado vinculado a un nombre sospechoso de ser lavador de activos y prestamista de las bacrim llamado Carlos Rodríguez. La captura de los investigadores Tocarruncho y Wadith Velásquez, fue según una denuncia de “El Expediente” a causa de que recibieron $63 mil dólares del patrocinador de Guillén, un extraditado vinculado a la investigación por el crimen de Álvaro Gómez. El periodista Gustavo Rugeles aporta además como dato que la Fiscal Jenny Andrea Ortiz denunció al abogado Miguel Ángel del Río y a Guillén por amenazas. Según él estos trabajan de la mano de los capturados Tocarruncho y Wadith Velázquez, un sector de la Policía y un extraditado de “Los Rastrojos”.

Ya este periodista con ínfulas de novelista émulo de Germán Castro Caicedo y de Julio Verne ha sido denunciado penalmente por el politólogo Alfred Santamaría y de seguro tendrá que rectificar por orden del juez. Y así se la pasará inventando historias y rectificando porque eso al final no lo asusta, sabe que la verdad no es lo suyo. Ojalá no le de por publicar las historias que ha echado a andar en el pasado sobre la finca que le regaló “El Mexicano” en Pacho al periodista Germán Castro o sobre los 10 millones de pesos que le dijo al periodista Fabio Castillo, autor de “Los Jinetes de la Cocaína” que había recibido Semana de Pablo Escobar por el el reportaje llamado “El Robin Hood Paisa”.

Salir de la versión móvil