Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez
No me trago el cuento de que sólo es cuestión de esperar tres años, con la economía metida en el trapiche del socialismo del siglo XXI y con la gente sin tener con que mercar por la carestía.
Aquí es mejor que pase algo a que sigamos sin que pase nada distinto a la destrucción de un Estado de Derecho, que fue respetable y respetado.
¿Dónde están las personas valientes y honorables que desde los cargos públicos defiendan a Colombia de la ilegalidad y le devuelvan a la nación y al Estado las banderas de la Libertad y el Orden?
No sigamos ocultando la cobardía tras el respeto incondicional a una anarquía disfrazada de democracia, mientras toda suerte de delincuentes e irresponsables trapean a su conveniencia con la dignidad de la nación, con la constitución y las leyes.
Como vamos, vamos mal. Menudos son los abusos, los delitos y las violaciones a la ley. Los hay de todas las formas imaginables, y no pasa nada.
Vamos montados en un barco rumbo al arrecife en medio de una gran tormenta, comandado por un remedo de Capitán que se la pasa encerrado bajo la influencia y sólo sale a crear polarización entre tripulantes y pasajeros. No hay quien asuma el mando, mientras los primeros están enganchados en una rebatiña por el poder político, y los segundos suscritos al pánico que genera ver que nos estrellamos y nada pasa.
Aquí lo peor es seguir sin que pase nada. Pues como vamos, este barco naufraga en las costas cubanas de Venezuela.
Nada va a pasar mientras la justicia esté acobardada y sea víctima ideológica de su falta de integridad. Y no pasará nada, si las cortes no se ponen las pilas y cumplen su deber, si del sector privado no nacen nuevos liderazgos transformacionales, y si no cambiamos los requisitos que deberían cumplir quienes manejan la cosa pública.
Es culpa de nuestra indiferencia como clase dirigente que, en el 2022, el engañoso discurso populista distorsionara la realidad colombiana que iba, como en 2010, rumbo a puerto seguro y creciendo mucho más que las otras naciones de la región.
La nación entera paga, por la irresponsabilidad de unos cuantos muñecos filipichines y payasitos provincianos cachaquizados que hoy copan el teatro de la actividad política nacional, y por la total indiferencia de una sociedad civil y de unos gremios caducos y pasmados, que más parecen mamertos vergonzantes, que líderes con genuina vocación de servicio.
Las organizaciones criminales y sus milicianos están amparados e inmunes ante la sanción social y legal, pues ha hecho carrera su doctrina de considerar ilegítimos al sistema de libertades económicas y al Estado y su institucionalidad. Así justifican poder birlar la ley a conveniencia propia sin que aquí pase nada.
Es inconcebible que, bajo la narrativa propia a esa nueva interpretación de la legalidad, se pretenda desconocer la naturaleza de los crímenes de lesa humanidad y se justifique la ilegalidad de atrocidades como el secuestro, la violación de menores y el asesinato bajo la militancia en organizaciones narcoterroristas.
Con esa misma carreta insidiosa, desde la sociedad entre Cuba y los Santos, feriaron los preceptos constitucionales de impunidad y distorsionaron el verdadero espíritu constitutivo del Estatuto de Roma, implantando una nueva doctrina internacional en favor de la aceptación democrática del terrorismo sectario e incluso del terrorismo de Estado, que pretende reemplazar la sana construcción de políticas públicas, por la perversa lógica del reconocimiento de conflicto armado, que les otorga estatus de beligerancia, que autoriza el derecho de rebelión y permite la conexidad delictiva en función de la impunidad total.
Narrativa mediante la cual, Juan Manuel Santos, al estilo inescrupuloso y lisonjero propio de su alcurnia estafadora, como por arte de magia, logró cobrar en especie con un Nobel, por la labor de institucionalizar la concepción de que todo lo que antes era ilegal pasara a ser legal en Colombia, y en toda una región sumida en el narco-socialismo del siglo XXI.
Todo en contra de la voluntad popular y gracias a la complicidad de su ciclotímico copiloto y sus propios serviles en Cuba y en la tramoya del congreso, y claro gracias a la ayuda de la Iglesia y de algunos curas mercaderes del dolor ajeno que siempre, a lo largo de la historia, están prestos a cambiar la verdad y endosar fuerzas inquisidoras como la Justicia Especial para la Paz.
Y con ese mismo concepto embustero e inquisitivo, tan propio del populismo y en pro de la impunidad total, es con el que hoy el gobierno del nuevo M-19, tan hijo de las FARC-EP como FECODE, y comandado por el demente revolucionario aliado a toda suerte de organizaciones criminales, quiere gobernar a su conveniencia y de manera autocrática a la sociedad colombiana, copando con falacias casi todo el espacio digital y cercenando el derecho a la libertad de expresión de los medios tradicionales, en las propias narices del parlamento, la justicia, los entes de control y los gremios del sector productivo.
La doctrina Petro no sólo se nutre de la mentira, el engaño y la ilegalidad, es un ideario revolucionario, rebelde, nefasto, destructor, inconsciente e irresponsable que considera ilegítima toda la constitucionalidad y no admite crítica ni contradicción alguna.
Tristemente hoy hay poca diferencia entre quienes representan la tradición política, con quienes se creen con derecho de pernada sobre la ley, el Estado y el gobierno y sus instituciones, y con los nuevos politiqueros que desfalcan la nación, pues muchos de los que antes eran delfines, huérfanos de poder, están convertidos en tiburones de múltiple dentadura que conviven con las desalmadas barracudas que nos gobiernan.
Santos, que descarada y deliberadamente le abrió la puerta de Colombia y de toda la región a esa falsa, perversa y sangrienta doctrina de “Paz a cualquier costo”, ahora pretende engañar el derecho internacional público, aspirando a la Secretaría General de las Naciones Unidas, timando nuevamente a Colombia con las mismas artimañas con la cuales antes manipuló las cortes nacionales.
Es con cargo a todos los contribuyentes, que Santos y sus secuaces lograron el gran estupro fraguado en Cuba. Algo que Pastrana no pudo implementar al aparecer Uribe en 2001. Algo que Samper y Gaviria ya habían empezado a legitimar al hacer que la ley fuera elástica con el narcotráfico. Algo con lo que Belisario soñador, inoculó al país hablando de Paz y no de convivir en legalidad. Algo que López casi negocia en Panamá con Pablo Escobar y un cartel de Medellín asociado con el M-19, quizás no siendo el monto adecuado para colmar sus agallas. Y algo a lo cual nada contribuyó el clientelismo desbordado de Turbay, patrocinador del gigantismo burocrático.
Uribe aplicó la ley y la fuerza coercitiva constitucional del Estado a rajatabla. Combatió por igual la narcoguerrilla y el delito, desmontó el paramilitarismo, golpeó la producción de cocaína y la deforestación, generó confianza inversionista mediante estabilidad y seguridad democrática ciudadana, económica y jurídica, y siempre procurando mayor equidad social.
Gracias a ello, prosperó la nación y perdieron en 2002, 2006 y 2018 las minorías delincuenciales, y gracias al trabajo de Uribe, ganó el Santos traidor del 2010.
Pero la obra de todo un país liderado por Uribe, duró poco en manos de los hermanos Santos, de Leyva, Baltazar y Santiago, Villegas, Pearl, Naranjo, Mora, Eder, Cepeda, Roy, Benedetti, De la Calle, Velasco, Mac Master, y todos sus monaguillos y de los mercenarios mediáticos que les volearon incienso.
Violaron la voluntad del constituyente primario, favorecieron a la narco-guerrilla y habilitaron para ser candidato a un infiltrado del viejo M-19 en el congreso, un terrorista y delincuente disfrazado de senador, tranzaron políticamente en 2014 con un alcalde que debió ir preso, que al ser vencido en 2018 incendió el país en 2021, y lo apoyaron para que fuera vencedor “por W” en 2022, pues la sociedad trabajadora y emprendedora no supo presentar un adversario capaz, siendo solo la mitad consciente de Colombia la que le hizo oposición, mientras la otra mitad fue presa fácil del poderoso discurso populista y utilitario que representa una burla al debido bienestar de mayorías y minorías.
Duque, a pesar de enfrentar las dificultades de una pandemia y una depresión económica mundial, de una oposición difamadora y violenta que bloqueó la movilidad del país aterrorizando la población, le demostró al Colombia que sí se puede crecer a dos dígitos, que se puede gobernar bien y hacer las cosas honorable y correctamente, así se cometieran algunos errores involuntarios, que se podía generar empleo y terminar obras descontinuadas, que se podía confiar en el sistema de salud y de seguridad social.
Duque gobernó sin necesidad de negociar con ninguna organización criminal y evidenció que Colombia puede progresar en legalidad con apoyo al emprendimiento y con verdadero propósito de equidad.
Uribe y Duque le demostraron a Colombia que se puede gobernar decentemente sin comprometer principios y valores, que se puede navegar en democracia sin aceptar en ella la ilegalidad, los delincuentes disfrazados de izquierda ni los dobles fanáticos de extrema derecha, que aquí el problema es todo el vicio y el delito que generan la producción de cocaína y el narcotráfico, y que se puede gobernar con la justicia de la mano de las Fuerzas Armadas, estando abierta la puerta del sometimiento incondicional a la ley que tajantemente rechazan todas las organizaciones criminales, si media unidad de propósito nacional.
Probaron que no se debe negociar con cargo a la impunidad con ningún delincuente, pues eso sólo le causa más estragos a la nación.
Uribe y Duque forman una yunta política campeona reconocida e imbatible. Son una dupla que, si se pone a trabajar dejando de lado la mezquindad y las envidias e intereses de los amigos y enemigos que los quieren separar, y dejando de lado los merecimientos, egos y vanidades inherentes a todos los que ambicionan poder, pueden unificar las mayorías y salvar este barco del naufragio; pero si y solo si cuentan con el apoyo incondicional de la sociedad civil, de los tibios gremios y de todo el empresariado nacional.
Y entre tanto, nosotros seguimos como sociedad en lo mismo de siempre, y no pasa nada.
¿Cómo se pretende que el pueblo distinga quién es bueno y quién es malo, al ver en las noticias a toda suerte de personajes entreverados en medio de la orgía burocrática del poder central?
¿Cómo no va a querer el pueblo un cambio, si está cansado de ver al lado de muchos líderes tradicionales a toda suerte de hampones que operan el poder central y regional, aliados con contratistas corruptos, con narcotraficantes o con nuevas famiempresas politiqueras de múltiple denominación ideológica?
¿Cómo no va a estar confundido el ciudadano, si ve que los que más figuran en medios al lado de la política partidista tradicional, son hoy quienes favorecen el narco-comunismo y la impunidad, esos congresistas alcahuetes de criminales que avalan delincuentes de mayor calibre, hoy instalados con lujo en la presidencia y en la laxitud de la perrera parlamentaria?
¿Cómo no va estar el empresariado y la clase laboral sin saber qué hacer, si ven amenazadas sus fuentes de ingreso y sus ahorros por las ratas que se reparten el queso, si ven cómo milicianos y los mismos rateros del transfuguismo camaleónico, son los que ocupan ministerios y embajadas y están dilapidando la hacienda pública?
¿Cómo no va a estar preocupada la población, si ven cada día un nuevo escándalo vergonzoso, entre quienes están bailando en el elegante acuario capitalino, donde se exhiben toda clase de pescados que medran del sistema contractual público?
¿Cómo va a pasar algo o a cambiar nada en Colombia, si hoy nos domina la palabra incoherente del cinismo propio de un terrorista supuestamente indultado que, a cuenta nuestra, compra ingenuas conciencias ignorando el deber ser de las cosas y mientras en la banca sólo tenemos representada toda la incompetente falacia ideológica con la cual se desvirtúa el verdadero valor democrático de la mujer y de las minorías?
El problema es de todos, no es sólo asunto de oposición de los líderes políticos. Aquí no pasa nada mientras todos los que trabajamos para que el país produzca, no seamos los que actuemos y sigamos delegando nuestro futuro y el de las nuevas generaciones a una clase política que no supo gobernarnos.
Hagamos algo porque hoy más que nunca, tristemente cobra actualidad lo que decía un grafiti en Cali en medio del proceso ochomil: “Al poder putas porque vuestros hijos no supieron gobernarnos”.
LGEV – V-7. Julio 1, 2023.