Por: Juan Daniel Giraldo
No sé si decir que todo tiempo pasado fue mejor. No, porque los tiempos y las sociedades, tal y como los seres vivientes, crecen y evolucionan con el paso del tiempo. Pero, una cosa es la evolución para el mejoramiento de las mismas, y otra muy diferente que el tiempo solo sirva para que estas mismas sociedades se degraden y lleguen a niveles paupérrimos de condición cultural.
Hace algunas semanas, en una charla al calor de un café, una preminente persona me dijo que en el pasado pensar que el alcalde de Manizales siempre estaba en hombros de personas como Fernando Londoño Londoño, Kévin Ángel Mejía ó Ernesto Gutiérrez Arango; la alcaldía de Bogotá en cabeza de personalidades como Jaime Castro, Luis Prieto Ocampo ó Jorge Gaitán Cortés (que entre otras cosas les recomiendo investiguen a profundidad sus biografías); el que llegaran a cualquier oficina o entidad del orden nacional de estas personas, por solo mencionar algunas, era sinónimo de total respeto y autoridad. Que el solo mencionar la palabra Monseñor o Cardenal era sinónimo de relevancia y reverencia totales, no solo por su condición, sino por el papel que jugaban en la sociedad como portaestandartes de la línea religiosa del país. Podemos seguir revisando en todas las instituciones que marcan la sociedad, con un común denominador: eran las personalidades que más respeto inspiraban en sus coterráneos y congéneres, no solo por la edad, sino por sus elevados valores y criterios morales y éticos.
Y es que ese es, quizás, el problema en que estamos viviendo por estos días en nuestra sociedad: la total y completa falta de autoridad y respeto tanto por la edad, como por el semejante. Ahora reverenciamos y respetamos al más locuaz y verborreico saltimbanqui que aparece en medios; al que más grita, al que más espectáculo y protagonismo realice. La influencia mediática en redes sociales ha desdibujado e invertido la escala de valores a tal punto que entre más patán y más casquivano se presente la figura, más figuramiento genera. No más ver los casos de nuestro presidente actual, es sus épocas de candidato, verlo bailando vallenato, tocando guitarra o jugando con una pelota de fútbol (cuando uno espera que la cabeza de estado sea precisamente eso: un estadista que enarbole los más altos estándares de reverencia), por solo tocar un ejemplo, (ejemplos que han seguido diferentes líderes en todos los niveles de la sociedad, como los alcaldes de Bogotá, Medellín y Manizales, entre otros). El Cardenal primado de Colombia, referente por excelencia de la cátedra religiosa del país, quien debería invitar al orden, la castidad y la moralidad nacional, pasa de agache en el devenir de la sociedad colombiana, a tal punto que pocos saben si acaso su nombre, o incluso ni recuerdan que existe.
Lo que requerimos nosotros es, primero, que surjan de nuevo liderazgos que no se obnubilen por las modas de las redes, que mantengan en alto el estándar de preminencia cultural y social, que generen respeto y reverencia por una autoridad aceptada cabalmente por la sociedad. Y en segundo lugar, que nuestras sociedades comiencen un trabajo por aceptar tanto las normas de autoridad como el sentido de obediencia y respeto por dicha autoridad. Es la única forma en la que nosotros podemos pasar adelante la página de la anarquía y la ofensa por el congénere y por todo lo que no se asemeje a nosotros, que aprendamos que el respeto real por la diferencia no es decir “soy diferente”, y por lo tanto los demás están en la obligación no solo de aceptarme, sino de comportarse como yo.
Debemos mirar hacia al pasado, en definitiva, para que no perdamos el rumbo!