Por: Luis Manuel Ramos Perdomo
Iniciaba la década de los ochentas cuando la Banda de Rock Pink Floyd sorprendía al mundo con su décimo álbum titulado The Wall. Al igual que muchas obras, la canción nace de la inspiración de la convulsionada y, si se quiere, traumática vida de su compositor (Roger Waters) que, metafóricamente hablando, lo llevó a aislarse de la realidad tras un muro pues sus otros intentos, que incluyeron un viaje por el infernal y autodestructivo camino de las drogas, resultaron insuficientes.
Se dice que el detonante fue una especie de agresión sufrida durante una gira del grupo por Montreal de parte de un espectador. Para 1982 el mundo asistió a los teatros para ver la película Pink Floyd The Wall dirigida por Alan Parker.
A manera de interpolación histórica se utilizó mediáticamente a The Wall como una especie de banda sonora de un esperanzador momento en la historia de la humanidad, ocurrido casi una década después del lanzamiento del segundo álbum doble de Pink Floyd.
En 1989 se produjo la “caída del muro de Berlín”, un bastión de la guerra fría que por décadas dividió a una ciudad, un país, al mundo y a dos sistemas. De ese evento, producto de un “estallido social”, surgió la Cumbre de Malta y de ella la reunificación de Alemania.
La referencia obliga para traer a colación un reciente discurso del anacrónico y “pro sovietico” Gustavo Petro quien, una vez más, derrochando su prepontente ignorancia, ubica y descontextualiza históricamente un hito que debería conocer con perfección y en profundidad, dada su pública y reconocida afinidad ideológica y política con el comunismo, el socialismo, el progresismo, el castro-chavismo y el putismo.
Según Petro, el Muro de Berlín cayó en 1993 y ante uno más de sus frecuentes dislates o para ponerlo en sintonía ancestral vicepresidencial, un “lacsus”, saldrán a su auxilio el Cura De Roux y la Comisión de la Verdad para reescribir la historia o, al mejor estilo del 18 de brumario, aparecerán pseudo historiógrafos socialistas y fascistas a sugerir que nos encontramos en presencia de un nuevo calendario republicano en el contexto de la Dictadura Constitucional de facto en la que están convirtiendo a Colombia.
Hay cierta clase de ignorancia que resulta especialmente ofensiva, cuando proviene de un presunto líder. Ese neo despotismo pseudo ilustrado de Petro es la prueba viviente y gobernante de que la ignorancia es atrevida. Me resulta imposible adivinar cuál era el tipo de libros que Petro reconce haber robado para leer, cuando estaba en la clandestinidad y, según él, dormía en un colchón en el piso junto a la cuna del hijo que no crió, pero a quien le confió su campaña electoral en una de las jurisdicciones con mayor votación en su favor.
Estoy convencido que no podían ser libros de economía, historia, democracia, relaciones internacionales, religión, urbanidad o etiqueta y, por el contrario, atendiendo la línea argumentativa de sus discursos y alocuciones, puedo pensar que deben existir publicaciones de Mario Moreno que han servido de guía e ilustración para los cantinflezcos discursos del aspirante a Tirano.
Tal vez su género literario favorito no lo tiene claramente definido, como casi todo lo demás, de allí que recular y “patrasear” se hayan convertido en la constante de su gobierno, no obstante, la ciencia ficción y la distopía parecen ser de su agrado. En su megalomanía Petro ha contemplado incluso ser una especie de viajero esotérico en el tiempo y pudo en su imaginaria condición haber tomado contacto con el libro de Greta Thumberg o cualquier otro paskín ambientalista decreciente.
Ni el director de la OMS Tedros Adhanom, ha llegado tan lejos como Petro, quien recientemente le ha atribuido al cambio climático el origen y la causa del COVID-19.
La desconexión historica de Petro es preocupante y puede ser otro síntoma de algún complejo cuadro mental, neurológico o de deterioro cognitivo. Sin embargo, es posible pensar que, como buen progresista latinoamericano, comparte el grado de ilustración e inteligencia de Nicolas Maduro y/o Pedro Castillo, en ese orden.
Colombia y el resto de América Latina han tenido la “suerte” de cometer un gran error escogiendo a la persona equivocada para regir sus detinos.
Volviendo a la inexcusable y astronómica ignorancia de Petro, hay que tener en cuenta la sigiuiente cronología:
Petro fue capturado en Zipaquirá Cundinamarca en 1985, por porte ilegal de armas y cumplió una pena de prisión de 16 meses, recuperando su libertad a mediados de febrero de 1987.
La hoja de vida de Petro consigna haber sido Concejal de Zipaquirá para el periodo 1984 a 1986, período que coincide en un 60% con el período de su reclusión, que nos lleva a concluitr que era un Concejal Preso o un Preso Concejal.
Según declaraciones públicas relacionadas con su ausente paternidad y la no crianza del cuestionado Diputado a la Asamblea del Atlántico, Nicolas Petro, al recuperar su libertad entró a la clandestinidad como guerrillero al mando de dicha organización en el Departamento de Santander.
Poco se sabe de la vida de Petro para el periodo comprendido entre su liberación y la suscripción del acuerdo de paz y desmovilización del Grupo Guerrillero del que era miembro pero, es el propio Petro quien reconoce que, para el 10 de enero de 1989, en la Escuela La María, ubicada en las montañas de Natagaima y bajo el alias de Gabriel, preparaba unas palabras para una reunión concertada con el Gobierno Nacional en el marco de las negociaciones del proceso de paz con el Gobierno Barco. Atrás, al igual que su hijo, quedaban sus otros alías: Andrés y Aureliano.
Coinciden en el tiempo y el espíritu pacifista de la humanidad, la caída del muro de Berlín y el proceso de Paz del M-19. Eventos de tal naturaleza son imborrables y no pueden pasar desapercibidos, especialmente para sus protagonistas.
En marzo de 1990 y como consecuencia de la firma del Acuerdo de Paz de Caloto, suscrito entre el Grupo Guerrillero M-19 y el Gobierno del Presidente Virgilio Barco Vargas, la agrupaciòn guerrillera se desmovilizó y a partir de allí sus miembros se reincorporaron y/o reinsertaron a la sociedad.
Petro, contra toda evidencia, afirma en su aduladora y elogiosa autobiografia que fue miembro de la Asamblea Nacional Constituyente.
Petro es un Putista y eso explica el imperdonable silencio que ha guardado Colombia frente a la pretendida y fallida ocupación Rusa a Ucrania, salvo para construir una narrativa que le ha permitido violar de manera cómplice, los bloqueos impuestos a Venezuela argumentando la escasez de fertilizantes y precursores para la agroindustria como consecuencia de la guerra.
No en vano, uno de los primeros actos como Jefe de Estado y de Gobierno, en compañía de Armando Benedetti, fue el importar una gran cantidad de Urea de Venezuela, evento publicitado, al igual que todo lo que tenga que ver con el Régimen de Maduro, de manera pomposa, rimbombante, fastuosa y carnavalesca, algo muy parecido a lo ocurrido con la “importación” de Aida Merlano desde Venezuela.
Al escuchar la publicación de las interceptaciones telefónicas en las que, al parecer, la Señora Merlano reconoce tener estrecha y cercana relación con miembros del Clan del Golfo, se desdibuja la tesís inicial que relacionaba su llegada y flamante bienvenida, con la posibilidad de afectar, cuando menos reputacionalmente, a la familia Char y sus cercanos colaboradores, para atravesarse en las aspiraciones electorales de octubre. Ese el motivo para que ahora surjan dudas relacionadas con el papel de la Señora Merlano y su posible injerencia, pero en el contexto impune de la “Paz Total”.
En ese mismo escenario, se suman preocupaciones con las cada vez más frecuentes visitas a Nicolas Maduro en Venezuela, tan o más Putista que Petro, ambos reconocidos beneficiarios de la denominada Trama Rusa. Al mejor de los estilos de un encuentro entre alegres y poco ilustrados compadres, se cierne sobre Colombia una atmósfera de incertidumbre que constituye otra nueva amenaza.
Petro es (o fue), sin lugar a duda un hombre astuto y sagaz, que no solo llegó a desbancar políticamente a los miembros de la línea de mando del M-19, tras su desmovilización, sino que apartándose del legado de corte nacionalista de Carlos Pizarro, ha logrado contaminar con su visión comunistoide. Basta con comparar el discurso de Pizarro con la sarta de incongruencias y locuras de Petro.
Sobre el M-19 y su historia existen varias publicaciones de interés, pero indiscutiblemente se destacan: “Siembra vientos y recogeras tempestades” de Patricia Lara, “Crónica de una guerrilla pérdida” de Darío Villamizar, “Historia de un entusiasmo” de Laura Restrepo, “Noticia de un secuestro” de Gabriel García Márquez e incluso la novela de Carlos Fuentes “Aquiles o el guerrillero y el asesino”, omitiendo intencionalmente aquellos que se relacionan con la toma del Palacio de Justicia y los relatos biográficos sobre algunos comandantes del M-19. Petro ha tomado una conveniente, camaleónica y estratégica distancia ideológica y política de sus camaradas desde hace varios lustros, utilizando las banderas de la organiización a su acomodo y beneficio personal.
El Putismo de Petro no tarda en aparecer con una diatriba en contra de la orden de la Corte Penal Internacional proferida en contra de Putin, por la presunta comisión de crímenes de guerra en contra de la población civil y menores ucranianos en los territorios ocupados y, al mejor estilo de sus cortinas de humo, agregará argumentos a la polarización del país, mientras confía en que enmermelando la maquinaria, sacará adelante los proyectos de reforma política y laboral que hoy son rechazados incluso, por miembros del Pacto Historico.
Gustavo Francisco Petro Urrego no solo es un mal gobernante, sino que además es indigno de la Presidencia de Colombia. Ojalá las palabras del ex presidente Andrés Pastrana hagan eco en la sensatez parlamentaria y, a la brevedad, se convoque a un Juicio de Responsabilidad Política e Indignidad en contra del irresponsable e ignorante gobernante de Colombia.
El primer muro del que debería ocuparse Petro, mientras siga siendo presidente de los Colombianos, es el que ha construido con su megalomanía, mitomanía e ignorancia.
Los que no podemos permitir los Colombianos, es contruir un nuevo muro de las lamentaciones.