Por: Fernando Álvarez
Si se acepta que las reglas de juego son las costumbres políticas que han reinado durante más de medio siglo en Colombia, Gustavo Petro ganó en franca lid. Su triunfo sería legítimo y lo único que hay que decir es que supo jugar para ganar. Algunos pudieran creer que no jugó limpio porque en su campaña se apeló a las bodegas de twiteros para hacer guerra sucia y se apostó al más crudo pragmatismo que lo llevó a aceptar impúdicamente el “todo vale”, o porque no vaciló en aliarse con lo más representativo de la politiquería que ha criticado por más de 20 años, pero lo cierto es que resulta muy difícil afirmar que sus contrincantes actuaron en el sentido contrario o que jugaron con las normas que casi siempre terminan en letra muerta en este tipo de elecciones. Su aspiración antiestablecimiento no estuvo precisamente marcada por el sello del purismo, la delicadeza o el meticuloso cuidado para filtrar apoyos, pero tampoco se caracterizó por hacer nada distinto de lo que hasta ahora se ha hecho en materia electoral en el país.
La política es el arte de sumar y eso hizo Petro sin mirar a quien y, con excepción del “Pacto de la Picota” que pudo ser un acto desesperado, en general no lo hizo de forma oculta. Lo que criticaban sus contendores y que en determinado momento se percibió como una postura cínica frente a la concepción del “dime con quién andas”, quedó cubierta por el efecto teflón que produjo su posición férrea durante todo el cuatrienio como antagónico del presidente saliente Iván Duque, quien al final de su gestión sale con los peores índices de popularidad. Desprestigio que se granjeó por su política gubernamental de club cerrado y por su incapacidad para el manejo de las crisis sociales, el cual a la final fue la catapulta de su opositor, pero que al paso que vamos no sería raro que sea el propio Petro, con su política del amor, quien reivindique su gestión durante la crisis sanitaria y le reconozca que deja al país con el mayor crecimiento en América Latina. Eso no da popularidad pero es un hecho cierto que tarde o temprano mostrará resultados.
Petro con un discurso anticorrupción se alió con quienes son vistos como corruptos. Recibió apoyos de quien fuera con tal de sumar y no escatimó a la hora de contar con personajes con investigaciones, prontuarios o trayectorias non sanctas, pero la verdad sea dicha, eso siempre lo han hecho de una u otra forma quienes han llegado a la presidencia en Colombia. Se le puede tachar de incoherente pero ese pecado fue perdonado por los electores indignados con los de siempre que lograron ver esta vez en Petro una opción de cambio. El candidato del pacto Histórico aprendió que la izquierda sola jamás será vencedora y se la jugó con aliados de todo orden que terminaron por ahorrarle la forma de ganarse el centro y, por otro lado, pudo sumar fácilmente el centro izquierda gracias a la pésima campaña que hicieron quienes se peleaban este nicho. Al final de la campaña sus presentaciones eran mucho menos radicales y sus controvertidas propuestas se manejaron con un sí pero no, que al final también le fue perdonado. Ya para la segunda vuelta Petro tenía claro que había que fracturar las fuerzas contrarias y con la ayuda de las torpezas de su contrincante, Rodolfo Hernández, lo logró, a duras penas pero lo logró.
Pero lo que sorprendió a muchos de los colombianos que se ubicaban en la otra mitad de electores fue su discurso el día de la proclamación del triunfo. El tono pendenciero que lo ha caracterizado fue el gran ausente. Con la tranquilidad de un ganador bien soportado se mostró, no humilde pero sí sencillo. Enfatizó en que su gobierno no sería revanchista e invitó al diálogo con todos los sectores. Si en algún momento de su vida Gustavo Petro dejó ver inteligencia emocional fue la noche del triunfo, se le vio inusualmente pausado y a pesar de lo dichoso, atemperado. En su improvisada exposición resultaba notorio que pensaba cada palabra antes de hablar y eso dio para que se comenzaran a tranquilizar a muchos de los que habían empacado maletas para irse del país. La calidez con la gente y la sintonía con los desarrapados era visible, pero su mirada ya no era la de un atorrante y sus poses de experticia y severa profundidad temática dieron paso a la imagen de un Petro circunspecto y fraterno que pocas veces se le había visto.
Hablar de no traicionar al electorado mientras explicaba su política del amor, como el compromiso de no fomentar odios ni venganzas, le puso estatura de estadista reposado, político moderno y estratega para la gobernabilidad. Con excepción de una interpelación, que parecía más bien una concesión a las galerías, en la que pidió al Fiscal soltar a los investigados de la Primera Fila por actos vandálicos y a la Procuradora restituir al alcalde de Medellín destituido por su activismo político, sus expresiones destacaron por la decisión de no usar el poder para destruir al oponente y por notificar que en su gobierno habrá respeto y diálogo y no existirá persecución política ni jurídica, así como por la nobleza de reconocer en los 10 millones de votos de Hernández la calidad de intérpretes de otra visión de país que será convocada para unir a Colombia y poder sacar adelante los proyectos de interés general. Lo demás era casi predecible, recordó temas que levantan aplausos y que Petro expone en su salsa como la paz, la justicia social y el cambio climático.
Días despues, Petro invitó a su propio contradictor natural, el expresidente Alvaro Uribe Vélez, a dialogar personalmente, lo que dejó ante la opinión un líder que busca concertar con los contradictores y da muestras de tener ánimo de paz en busca de una gobernanza viable, sostenible y consensuada. Se sorprendieron uribistas y petristas pero Uribe sorprendió aún más cuando lo aceptó. Al fin y al cabo el expresidente habló de acatar la democracia desde el mismo día del triunfo de Petro. Y hay que recordar que para Uribe una cosa era actuar frente a Juan Manuel Santos, que lo traicionó, y otra frente a Gustavo Petro que de alguna forma lo derrotó. Lo que se ve venir en este caso es que estos dos líderes intentarán hacer lo que no se hizo con Santos, es decir, tener en cuenta la opinión de quienes en el plebiscito dijeron No a una paz sin justicia, como finalmente la firmó Santos a espaldas de los colombianos e intentar enmendar estos errores. Y si se habla, se acuerda y si se cumple se garantiza gobernabilidad y eficacia en la tan anhelada paz.
Y como para rematar, en la entrevista que dio el presidente electo Gustavo Petro a la revista neopetrista, Cambio, dejó aún mayores sorpresas. Parecían más papistas que el papa los periodistas y fue más modesto Petro que Daniel Coronell, quien trataba de lucirse como agudo y profundo mientras que el presidente electo se veía modesto, comprensivo y pedagógico. Como si se tratara de un socialdemócrata europeo o se hubiese inspirado en Alfonso López Pumarejo con su “Revolución en Marcha”, explicó la necesidad de ayudar a desarrollar el capitalismo en Colombia para superar el feudalismo y su concepción anacrónica sobre la tierra. Al mejor estilo de Liu Chao Chí, a quien los maoistas consideraron traidor de la revolucion China, desarrolló la teoría de las fuerzas productivas y como economista y a la fija buen alumno de Peter Drucker o juicioso para aplicar el desarrollo sistemático de Frederick Taylor habló con toda propiedad de la teoría de la productividad, siempre en defensa de un capitalismo social y en una aceptación tácita de que está lejos de concebir una dictadura del proletariado o un régimen socialista.
El haber impulsado a Roy Barreras con todos sus antipergaminos como presidente del Senado habla de lograr mayorías en el Congreso con la filosofía de Deng Xiaoping, según la cual «No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato», » (不管黑猫白猫,捉到老鼠就是好猫) «. Por otro lado, ha hablado de que no se trata de expropiar y que respetará el concepto de la propiedad privada, pero no deja de aclarar que va a retomar los Acuerdos de Paz en asuntos de reforma agraria, algo que aún asusta a algunos que temen que cierta literalidad de los Acuerdos de Paz pueda terminar en un escollo por donde algún funcionario le abra la puerta a la expropiación, tema que de seguro en los diálogos encontrará una forma de acordar puntualmente la interpretación de lo acordado en general y de concertar el tema de las famosas tierras improductivas.
Gustavo Petro ya metido en camisa de once varas puede terminar como el gran reformista que pase a la historia de Colombia, si continúa con la postura que ha asumido al haber triunfado y si logra concertar, mantener las mayorías legislativas y pensar en lo social sin castigar al empresariado. Tiene bastante tarea con la reforma tributaria que aspira a impulsar y es claro que tendrá que lograr muchos acuerdos para hacer ajustes con miras a acabar con ciertas exenciones absurdas y con las grandes evasiones de impuestos. Y entonces algunos ricos tendrán que aceptar que la renta de muchas empresas puede esconder dividendos particulares, por lo que habrá que encontrar la forma de que prefieran reinvertir dividendos en las empresas para generar más empleo y mayor productividad y así evitar que no terminen grabados por esos dividendos particulares.
El nombramiento de Alvaro Leyva como canciller, le pone una impronta a la agenda internacional y a las relaciones con el entorno regional que dibuja una proyección geopolítica que preocupa aún a muchos. Leyva es quizás el político colombiano que más ha intentado encontrar salidas a la paz y es casi un terco con ese tema. Su persistencia ha hecho que algunos sectores lo vean como un agente de las FARC pero ese es el riesgo que corre cualquiera que se meta a redentor, sale crucificado. Petro con su política del amor deberá lograr la paz y el perdón en sus propias filas porque allí están el expresidente Ernesto Samper y quien fuera su fiscal, Alfonso Gómez Méndez quienes con un testimonio falso obligaron a Leyva a exiliarse en Costa Rica. Y aunque la justicia lo exoneró cuando apareció un video del testigo que acusaba a la Fiscalía de haberlo sobornado, eso hasta el día de hoy no ha sido perdonado. Por otro lado, al comprometerse Petro con el Acuerdo de Paz y tratar de hacerlo cumplir deja claro que el Estado debe cumplir su parte. Sin embargo, con la ayuda de Leyva, es posible que pueda lograr algo que todavía no se vislumbra y que hasta ahora parece imposible, exigir a las FARC que también cumplan.
Un hecho curioso es que Petro se supo rodear de auténticos juristas gladiadores que lograron elevar el nivel de su defensa jurídica ante ataques de todo tipo y acusaciones insospechadas. Fueron escuderos discretos de gran valía académica que se convirtieron en los verdaderos protectores del caudillo en ciernes. Se hizo célebre por ganar sendas batallas en diferentes escenarios como lo hicieron sus abogados frente al caso del famoso “Pollo Carvajal” y lo habían hecho antes con el procurador Alejandro Ordóñez. Ahora Petro tendrá que hacer equilibrio entre los petristas primera fila y sus barras bravas versus su política del amor, porque el amor empieza por casa y allí en sus filas sobrevive aún el odio de clase que puede terminar por mortificar su postura de diálogo y de concertación, su diálogo nacional.
Al tiempo que deberá tener el suficiente temple para que los enemigos de Uribe y los periodistas mas petristas que Petro no se conviertan en una talanquera para su concepción del diálogo y acuerdo nacional, o del momento en que haya que entrar a perdonarse mutuamente y lograr la concertación a partir del respeto al otro como un legítimo otro. Tendrá, además, que tener ojo avizor para que los petristas no se conviertan en el fuego amigo y para que los aliados no se comporten como extorsionistas burocráticos. Así mismo para que simpatizantes y nuevos aliados en la construcción de mayorías legislativas no crean que llegó el momento de sacarse el clavo con los contradictores del presidente electo, ni mucho menos que se podrá impunemente hacer lo que siempre se hace. Para Petro esto no será un cuarto de hora como aspiran siempre los mamertos burocratizados.
Quizás Petro desde el propio miedo que genera en ciertos escenarios pueda lograr realmente escribir una nueva historia incluyente sin buscar nuevas exclusiones, algo que sería encomiable y se puede parecer a lo que sería un cambio de verdad, donde los pobres se favorezcan sin recurrir a que los ricos sean las nuevas víctimas, lo que no significa que no haya que pensar en que “todos ponen”, como proponía Antanas Mockus y ese será el lema en asuntos tributarios. Petro ya logró acceder al poder y puede ser un gran presidente si hace la tarea como ha dicho que piensa hacerla. Ojalá Petro no se vea afectado por el síndrome de los líderes con talante mesiánico que no solo quieren el poder sino la gloria, porque por ese camino puede caer en la trampa de volverse un faro latinoamericano con veleidades de emulación con el discurso de Fidel Castro o de Pepe Mujica en Naciones Unidas y ahí sí, su presidencia terminaría convertida en trampolín para la gloria y la mirada al bosque le puede obnubilar el árbol, como pudo haber sucedido cuando su alcaldía en Bogotá prácticamente terminó de tarima para su proyectada campaña presidencial.