T.Coronel (R) Gustavo Roa C.
“Breve y completa reflexión histórica”.
Desde hace varias décadas, los gobiernos y los grupos terroristas han intentado conseguir la paz, ese deseo tan anhelado por los colombianos. Pero esos intentos han estado truncados, por varios intereses, unas veces políticos y otras veces sociales, pero especialmente por intereses económicos. Los procesos que se han adelantado en Colombia, por diversos gobiernos, han sido sui generis, comparados con otros, adelantados en otros países. El vínculo permanente del narcotráfico, con los grupos al margen de la ley y con amplios sectores de la política colombiana, hace que este tipo de procesos, sean cada vez más difíciles de consolidar.
Adicionalmente existe una evidente falta de sinceridad de los negociantes, tanto de los que representan al gobierno, como de los representantes de los grupos terroristas, hacen que este tipo de gestiones, se conviertan en el más grande sainete, que termina casi siempre con un perverso engaño, para los incautos colombianos.
Por un lado, los intereses de la clase política colombiana se fundamentan principalmente en mantener el poder y control de las instituciones y desde esa órbita, lograr que la corrupción y la burocracia beneficie a cada uno de los integrantes de los diversos partidos políticos, sin importar su ideología. De otro lado, el interés de los cabecillas de los grupos terroristas, para mantener vigente el negocio del narcotráfico y otros delitos conexos, como el secuestro, el chantaje, la amenaza y la extorsión, que les permite mantener sus arcas llenas de dinero, producto del crimen.
Encontramos entonces dos protagonistas en las negociaciones, por un lado la clase política y por el otro, los cabecillas de los grupos terroristas, los cuales a espaldas de la sociedad colombiana negocian el futuro de un país, primordialmente para mantener la subsistencia, de sus intereses personales, económicos y estratégicos.
La clase política colombiana, salvo muy contadas excepciones, carece de la ética y la moral para negociar con transparencia, en beneficio de la nación y delpueblo que los eligió, de igual manera, los grupos terroristas que se esconden tras el antifaz de filosofías y doctrinas socialistas, pero lo que realmente desean, es mantener sus estructuras de terror y muerte, alimentadas por el negocio del narcotráfico transnacional, que les permite convertirse, en los carteles de drogas, más poderosos del continente.
Los colombianos hemos recorrido durante los dos últimos siglos, varios intentos fallidos para lograr la verdadera paz, que se ha convertido en un propósito utópico, para el pueblo colombiano, bajo las premisas de la sinceridad, la honestidad, la transparencia, la justicia y la equidad.
Los intentos por lograr la paz, como propósito nacional, se han probado, en varias épocas de la historia política de Colombia. Con el grupo terrorista M19, grupo al cual perteneció el actual mandatario de los colombianos, este intento se inició desde el año 1.984 durante el gobierno del social conservador Belisario Betancourt. Después de firmar un acuerdo de cese al fuego con Betancur, se produjo sorpresivamente la sangrienta toma del Palacio de justicia el 6 de noviembre de 1.985, debido a la presión que ejercía el cartel de Medellín, en los intereses económico del M19. Solo hasta la llegada al poder, del presidente liberal Virgilio Barco, se logró a través de la ley 77 de 1989, decretar el indulto para este grupo terrorista, el cual acogió al entonces guerrillero Gustavo Petro Urrego, actual mandatario de los colombianos.
Pero lo que aún se desconoce por varios sectores de opinión, es que muchos de los terroristas del M19, que no se acogieron al indulto, fueron a alimentar las filas de las Farc, el Epl, el Eln y el grupo indigenista Quintín Lame. En su afán de mantener un estrecho vínculo con los carteles del narcotráfico, olvidaron sus supuestas convicciones ideológicas y terminaron convirtiéndose, en aliados de grupos narcoterroristas, práctica que los fortaleció, engañando de esta manera, la buena voluntad y la credibilidad de la juventud colombiana, que los catalogaba como alternativa de poder, pero también, de gran parte de la sociedad colombiana y de organizaciones internacionales, que creyeron en una paz integral y consistente, gracias a la consolidación del proceso de indulto.
Luego viene la historia de negociaciones con las Farc, iniciadas por el conservador Andrés Pastrana Arango, con el llamado proceso del Caguán en 1998, donde a pesar de las concesiones ofrecidas generosa e inocentemente por el Estado Colombiano, una vez más, estos grupos armados, demostraron su falta de interés en una verdadera paz y más bien optaron, por mantener sus actos terroristas y la práctica de retoma de actividades ilegales, acrecentando sus ingresos, producto del narcotráfico.
En el año 2016 Juan Manuel Santos firma el primer acuerdo de paz con las Farc, que según los negociadores y los cabecillas del grupo terrorista, era el mejor acuerdo logrado, pero este, debía ser sometidos a un proceso de refrendación popular, sin embargo, tanto el gobierno de Santos, como los negociadores de la Farc, no acataron y desconocieron sin atenuantes, el resultado de la voluntad popular en las urnas, en las cuales se preguntaba a cada uno de los colombianos, si estaba de acuerdo o no con el proceso de paz que habían diseñado el gobierno y las Farc. El resultado del plebiscito fue que el NO triunfó con un 50.2% y el SI fue derrotado, con un 49.7%.
Ante este resultado inesperado, tanto gobierno como los cabecillas del grupo terrorista aseguraron realizar una “renegociación”, que solo se trató de un vulgar maquillaje y engaño a los electores, manteniendo el contenido de fondo, pero cambiando la etimología, de algunos conceptos y otras frases. Hoy al hacer el inventario sobre este proceso, tenemos como resultado que no solo lograron llevar al Congreso, a una decena de viejos terroristas, varios de ellos depravados, criminales, genocidas y pederastas, los cuales por “jugaditas” pseudo legales, evadieron la acción de la justicia y hoy alimentan sus bolsillos con los altos sueldos de congresistas, producto de los impuestos de muchas de sus víctimas.
Pero no solo ocurrió eso, muchos integrantes de lo que antes se denominaba Farc, se atomizaron en varios grupos terroristas, que continúan sembrando el terror y fueron bautizados como parte del engaño populista, como las supuestas “disidencias”, que no son otra cosa que las mismas Farc, denominadas ahora como la segunda Marquetalia, el estado mayor central o el frente Oliver Sinisterra y otras cuadrillas menores, comandadas por antiguos cabecillas de las Farc, como los alias Iván Márquez, Jesús Santrich, el Zarco, Walter Mendoza, Iván Mordisco entre otros.
Hoy pretende Petro realizar otro proceso, pero este aún más improvisado que los anteriores, donde el Eln, con los cabecillas, que participan como negociadores y voceros de toda la organización narcoterrorista, pero no tienen la suficiente hegemonía de mando sobre los multigrupos que la conforman. Petro y su ministro de defensa, a pesar de las repetidas acciones terroristas contra la fuerza pública y la población civil, le han asignado un estatus de supuesta “agrupación rebelde”, y no terrorista, para entrar nuevamente en esa dialéctica del juego de palabras, con el fin de engañar a los colombianos, inclusive utilizando acciones intimidatorias como la amenaza a las instituciones del Estado, si estas no aprueban los proyectos, que le permiten alcanzar la tan cacareada ”paz total”, donde el incremento de asesinatos, secuestros, acciones terroristas y vandálicas, por parte del Eln, crecen exponencialmente día a día, con el sospechoso beneplácito del gobierno izquierdista.
Regresamos entonces a la reflexión inicial, el pueblo colombiano se encuentra dentro de un fuego cruzado, donde por un lado el gobierno populista, mentiroso y falaz, busca los mejores réditos políticos, para permanecer en el poder y del otro lado de la mesa, un grupo de cínicos terroristas negociadores, que colocan condicionamientos impensables y demuestran, que no desean ninguna paz, que por el contrario lo único que necesitan es sostener el narcotráfico y las acciones terroristas, para poder alimentar sus arcas
Es por esta razón, que considero que estos procesos que se han llevado a cabo, especialmente el realizado con las Farc, durante el gobierno de Santos y el que se pretende consolidar del Eln con el gobierno populista de Petro, son los más grandes engaños a la sociedad colombiana.
Solo hasta dentro de unos años, se podrá dimensionar el daño tan inmenso de este tipo de negociaciones, así como los efectos colaterales de orden político, social y económico, para Colombia. Una negociación con fines perversos y siniestros y bajo las condiciones que se están dando, donde el buen juicio, la sinceridad, honestidad, justicia, equidad y transparencia y sobre todo el beneficio popular, no aparecen por ningún lado, tendrá efectos aun, mucho más graves, que los que se han tenido con las Farc.
¿Será que el imperio del mal, de la mentira y el engaño, representado por las partes negociadoras, triunfarán, sobre los verdaderos intereses de todos los colombianos?
! Basta ya de engaños, falsedades, trampas y farsas…Colombia, ¡no aguanta más!