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Los hijos de la opulencia o la generación subsidiada

por El Expediente
mayo 24, 2021
en Opinión
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Conceder o no conceder, esa era la cuestión
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Por: Andrés Villota

En los últimos 30 años se crearon en Colombia nuevos programas de educación superior para atender la demanda de todos los jóvenes que, por sus bajos puntajes en las pruebas del Estado, no pudieron ingresar a las facultades con mayor nivel académico cuya oferta coincide con los programas considerados como productivos para el mercado laboral colombiano. Se utilizaron recursos de las matriculas de las facultades más importantes de cada universidad, para subsidiar la operación de las facultades sintéticas que crearon una falsa oferta académica que no tenía correlación alguna con las realidades y necesidades del país, alentada por la codicia de las universidades que quisieron aprovechar esa masa creciente de jóvenes a los que se le había vendido la idea que, para ser exitosos en la vida, tocaba tener un título profesional en cualquier cosa.

Significó la creación de programas con poca carga académica, acorde a las capacidades cognitivas de los estudiantes. Los profesores de pregrado y post grado de esas carreras, la mayoría formados en el exterior en los mismos programas, quisieron evitar la deserción cuando los jóvenes se dieran cuenta que su elección no iba a serles útil en su vida profesional y para quitarles el trauma causado por haber sido rechazados por su bajo nivel, les vendieron la idea que ellos eran más inteligentes, que esas pruebas de ingreso a la universidad no medían nada y que ellos estaban adquiriendo un conocimiento más importante que el del resto.

Tan importante que, mientras unos iban a hacer puentes o fabricar aviones, ellos iban a cambiar al mundo. Gabriel García Márquez contaba que su esposa se encargaba de rebuscar la forma para darle de comer a él y a sus hijos porque él, un ser superior, estaba dedicado a escribir 100 Años de Soledad, algo verdaderamente importante, y no estaba hecho para una nimiedad como comprar el mercado o pagar los servicios públicos.

Por tratarse de facultades subsidiadas porque el costo de la matrícula era más bajo y no se matriculaban muchos, el rendimiento y la calidad de los profesores no podía ser el mejor por costos y los niveles de exigencia debían ser los mínimos para que no se quedaran todos los programas sin alumnos. El lema era, “turista satisfecho, trae más turista”. Formaron a una generación de supremacistas intelectuales, sin serlo. Por eso son violentos, agresivos, reaccionarios que no admiten el diálogo, la sana discusión de las ideas porque se consideran iluminados que son dueños de la única verdad que existe.

Julián de Zubiría lleva muchos años advirtiendo que los enormes vacíos en la formación, especialmente en la lectura crítica, ha creado una generación de colombianos sin criterio que basan la toma de sus decisiones en las emociones y no, en el uso de la razón. No piensan. Las capacidades cognitivas son aprendidas no innatas, por eso, la inmensa brecha que muestran los resultados de las pruebas estatales, entre los egresados de los colegios privados y los egresados de los colegios públicos que son sometidos, durante los años más importantes de su formación, a una educación de pésima calidad que los hace inútiles e incompetentes para enfrentar las realidades de una democracia liberal por la formación sesgada que los prepara para vivir en una dictadura comunista en la que, les dicen, no toca trabajar sino esperar a que el Estado les de todo. Por eso, en las calles, culpan al Estado de todas sus desgracias y de su fracaso en la vida.

Una nueva Alegoría de la Caverna en la que a pesar de existir la libertad para poder acceder al conocimiento pleno y estar afuera de la cueva, los sindicatos de profesores, les ponen cadenas a los niños y los obligan a ver las sombras proyectadas en el fondo de la cueva. Son monotemáticos en la formación impartida lo que priva a los niños de conocer otras teorías, otros puntos de vista para que puedan confrontar, analizar y logren formarse un criterio informado con base al libre acceso a la multiplicidad del saber. Limitar la enseñanza a teorías anacrónicas como el marxismo que, desde el siglo pasado, la Escuela Austriaca demostró que era un modelo de sociedad imposible, inviable, contrario a cualquier racionalidad económica; condena a los niños colombianos a ser incompetentes y amplia la brecha con los países más ricos que basan sus educación en la universalidad del conocimiento.

Los medios de comunicación tradicionales han mostrado la cruda realidad de la minoría de la juventud colombiana a la que me he referido. Han ayudado a ridiculizarlos y a mostrar con crudeza el nivel educativo deplorable de los jóvenes que participan en las marchas. Por ejemplo, mostraron a una joven directora de orquesta usando su batuta para dirigir a un coro improvisado de jóvenes que gritaba al compás que marcaba la joven directora y les daba la entonación para repetir el estribillo “el pueblo, unido, jamás será vencido”. Tres menores de edad con un aerosol rosado de Hello Kitty, escribieron obscenidades en un paradero de bus y se molestaron con un señor que les dijo que no dañaran los bienes públicos. Otra joven en Cali, impulsó las marchas en su ciudad publicando el mensaje de “resistencia” que entregó el cantante “Residente” desde su mansión en Beverly Hills, la joven caleña al otro día subió a sus redes sociales las fotos de la destrucción del negocio de su familia que había sido arrasado por la turba que ella misma ayudó a promover. Estudiar no sirve, dijo una joven. Y otra, exigió que jamás volvieran a hacer exámenes de admisión a las universidades.

Durante las marchas de BLM en Nueva York, Colinford King Mattis, egresado de la Universidad de Princeton, iba a quemar vivos a unos policías con un coctel Molotov. También, desde los exclusivos Hamptons, llegaron a Manhattan hordas de jóvenes aristócratas para participar en las revueltas y actos terroristas. La actriz de cine Carolina Sanín, egresada de Yale, insulta y humilla a los policías bogotanos desde sus redes sociales. La concejal Heidy Sanchez, egresada de la Universidad Externado de Colombia, promovió desde sus redes sociales el ataque a ambulancias y personal médico en una popular avenida bogotana. En las universidades más chic de Colombia, algunos profesores irresponsables, promovieron la participación de sus estudiantes en las marchas violentas, paradójicamente, después de asistir a unas reuniones en que el tema central era buscar el origen de la caída en las matriculas para el segundo semestre del año 2021.

Los tiempos de bienestar, riqueza y exuberancia forman a generaciones débiles que no tienen la necesidad de valerse por si mismas porque son privilegiadas, poseedoras de todo y más de lo que puedan necesitar. Por ejemplo, en un primer momento, la teoría de la violenta “acción directa” del marxista George Sorel solo tuvo eco entre los burgueses, aristócratas y los snobs de su época a los que les pareció muy cool destruir todo lo que sus ancestros habían construido. Giovanni Sartori retoma el concepto de Hombre-Masa de Ortega y Gasset, y afirma que después de largos períodos de prosperidad y crecimiento del bienestar, aparecen generaciones débiles de carácter, proclives al ocio y al hedonismo que se rigen por el híper individualismo, y poco o nada les interesa lo que pueda ocurrirle a la sociedad con sus actos y el papel que jueguen al interior de la misma.

Los jóvenes que hoy están llegando a la universidad, que crecieron viendo el desastre de la década perdida del gobierno de Juan Manuel Santos y que vivieron todas las atrocidades e injusticias que se cometieron en nombre de la paz, gracias a eso, va a ser una generación fuerte. Dentro de las 20 carreras profesionales más demandadas por los jóvenes recién egresados del colegio, no aparece ninguna de esas carreras “cocteleras”, muy buenas para tener un tema de conversación en un coctel u otra actividad social, pero muy malas para poder conseguir un trabajo que produzca un ingreso digno. Hay una luz de esperanza para el futuro de Colombia, no todo está perdido.

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