Por: Andrés Villota
En 1998 el entonces candidato a la presidencia, Andrés Pastrana, presentó la propuesta de sentarse a negociar un acuerdo de paz con las FARC. Los colombianos aceptaron su propuesta y le entregaron un mandato amplio y suficiente para que así lo hiciera, por lo que tuvo la legitimidad para negociar e implementar un acuerdo de paz durante todo su mandato presidencial. Por el contrario, el candidato Juan Manuel Santos jamás mencionó la posibilidad de hacer un acuerdo de paz con las diezmadas FARC durante su campaña presidencial. Fue elegido y le entregaron un mandato para que hiciera todo, menos iniciar un proceso de paz con las FARC que se encontraban al borde de su extinción. Haber omitido esa propuesta le sirvió para ganar pero esa postura significó la pérdida de cualquier tipo de legitimidad y respaldo popular frente a su proyecto político oculto. El acuerdo de paz nació muerto.
El sorpresivo anuncio del inicio de un proceso de paz con las FARC que se hizo en el año 2012, significó el final de las expectativas positivas que se tenían sobre un gobierno del que se esperaba le diera continuidad a las políticas de la Seguridad Democrática, la Confianza Inversionista y la Cohesión Social. Ese cambio inesperado e inoportuno logro que la incertidumbre se apoderara de los mercados bursátiles colombianos y que cambiara la percepción positiva que se tenía de Colombia en los mercados financieros globales. El desplome de la capitalización bursátil de la BVC a partir del año 2012 y la híper devaluación que presentó el peso colombiano frente al dólar americano en el año 2015, son prueba del deterioro de la confianza en la economía colombiana.
Pablo Escobar en los años ochenta consideraba que la opinión pública colombiana era como los aguacates: se maduraba con la prensa. Tal vez en eso se basaron los asesores del Palacio de Nariño que emprendieron la más grande y costosa estrategia de comunicación usando a la prensa tradicional, artistas, “influenciadores”, activistas de ONG, consultores, analistas, académicos y funcionarios públicos para tratar de naturalizar y volver popular un proceso de paz altamente impopular y percibido como espurio por haberse fraguado a espaldas de la voluntad mayoritaria de los colombianos que había sido expresada en la urnas en el año 2010.
La estrategia fracasó porque los medios de comunicación y los periodistas tradicionales ya no tienen el mismo nivel de credibilidad y ascendencia sobre la sociedad que tenían hace 40 años, y porque se desarrollaron “bullying tactics” que pretendieron tratar de enemigos de la paz, de “iletrados”, de analfabetas y de “bestias” a todos los que no estaban de acuerdo con el proceso de paz. Es un error de kínder en publicidad tratar de subnormales, poco inteligentes o brutos a los que no consumen un producto.
Se volvió común que los que presumían de ser abanderados de la tolerancia y del respeto terminaran asumiendo posiciones radicales que para nada eran tolerantes o respetuosas con todos los que se atrevieran a expresar su punto de vista en contra del proceso de paz que, por eso, fueron acusados de fomentar un discurso de odio o eran calificados de extremistas. Incluso, usando el termino “polarización” se trató de mostrar a la sociedad como dividida en dos partes iguales para tratar de hacerle ganar espacio a la minoría que apoyaba el proceso de paz
Esa estrategia de legitimar el acuerdo de paz con las FARC, a la brava, llevó al deterioro de la imagen favorable que se tenía de las instituciones que tomaron partido a favor del acuerdo en contravía de la voluntad popular y del sentir de la mayoría de los colombianos que veían en las FARC a un grupo de forajidos que protegían a sangre y fuego el territorio en donde desarrollaban su actividad criminal y lo que pretendían era legitimar la actividad de las economías ilegales que controlaban. Como lo dijo Rubén Darío Acevedo el director del Centro Nacional de la Memoria Histórica, en Colombia existe una “amenaza terrorista”. El conflicto armado interno dejó de existir desde que las FARC y el ELN heredaron el negocio del narcotráfico de los Cárteles de Medellín y Cali.
En el GALLUP Poll que se publica periódicamente se ve el marcado deterioro de la gobernanza en Colombia desde el año 2010. La Presidencia de la República, el Congreso y las Altas Cortes pierden su credibilidad y prestigio por hechos asociados al Acuerdo. El plebiscito de octubre del 2016 fue la última acción desesperada para darle legitimidad a un acuerdo de paz que empezaron a calificar de “único” en el mundo para poder escapar de los estándares mundiales sobre justicia, reparación a las victimas o no repetición. Por tratarse del mejor acuerdo posible en toda la historia de la humanidad, se pudo convertir a los crímenes de lesa humanidad en “delitos políticos”. Esa falta de estandarización en lo pactado que pudo haber sido replanteado después del triunfo del NO, lo hace insostenible al interior de la comunidad internacional por muy ”blindado” que se hubiera tratado de dejar con la complicidad de las Altas Cortes colombianas.
El desconocimiento del resultado del plebiscito que se trató de burlar a través de un proceso de fast track en el Congreso colombiano, esta teniendo consecuencias negativas que aumentan con el tiempo y alcances que sobrepasan las fronteras. Haber desconocido la voluntad del constituyente primario hace ilegitimo todo lo acordado que sumado a la creación del grupo terrorista “La Nueva Marquetalia” por los dos principales negociadores de las FARC, deja enormes interrogantes sobre la existencia y legitimidad del Acuerdo. Hasta nos quedamos esperando la renuncia de Juan Manuel Santos a su cargo que, la había prometido frente a las cámaras de la BBC en caso de perder el SÍ.
En el año 2017 se cumplieron 25 años de la firma del Acuerdo de Paz en El Salvador por lo que la cadena alemana Deutsche Welle invitó a varios de los sobrevivientes del proceso de paz en representación del gobierno, del ejercito salvadoreño y de la guerrilla comunista del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Después de lanzarse mutuas acusaciones, la conclusión fue que El Salvador estaba igual o peor que 25 años atrás, tras haberse repartido el erario público entre el “establecimiento” que se quedó con los asuntos del Estado y la guerrilla comunista que se quedó con el manejo del gobierno, lo que propició una vorágine de corrupción y en lo social degeneró en nuevas y mayores violencias como la de las pandillas juveniles o “maras”. Eso explica la resistencia que ha encontrado el presidente Nayib Bukele de parte de las elites de la paz de 1992 que, al sentirse huérfanas de poder y sin el control de los recursos públicos han arremetido contra Bukele tratando de preservar sus privilegios y proteger sus intereses.
No hace falta ser experto en ciencia de cohetes para saber que Colombia hoy esta peor que en el momento de la firma del acuerdo con el grupo terrorista de las FARC. Después del año 2016, por ejemplo, volvieron las masacres que se habían reducido al mínimo durante el periodo del gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez, según datos del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH).
La protesta social está siendo utilizada como disfraz por el grupo de miembros de la elite de la paz del 2016 para presionar al gobierno del presidente Iván Duque para que inicie un proceso de paz con el ELN. Huérfanos de poder y sin la vorágine de contratos que recibieron del Estado para “aunar esfuerzos por la paz”, añoran los tiempos de la “Bonanza Pacifista” que los enriqueció.
“Los dividendos de la paz” era uno de los múltiples beneficios que nos traería la firma del acuerdo de paz pero resultó ser una más de las muchas falsas promesas que recibimos los colombianos. El único gran logro del Acuerdo de Paz con las FARC fue retrotraer a la sociedad colombiana a la época oscura del Cártel de Medellín cuando Pablo Escobar hablaba de “empezar a mandar muchachos a que quemen casas y a que hagan daños”, según él, para “crear un caos muy verraco, muy verraco pa´(sic) que nos llamen a paz”. Los colombianos estamos hoy en la misma situación del año 2002, cuando tuvimos que escoger entre ellos o nosotros.