Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez
El próximo martes conoceremos el documento más completo y detallado que se haya efectuado sobre el conflicto armado que por más de medio siglo estremeció a Colombia y dejó al menos 9 millones de víctimas, entre ellas 262 mil muertos y 120 mil desaparecidos.
Después de tres años y medio de arduas labores conoceremos el Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, creada en el marco del Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, suscrito entre el Gobierno de Colombia y las Farc, como un mecanismo de carácter temporal y extrajudicial del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, tendiente a conocer lo ocurrido y contribuir al esclarecimiento de las violaciones e infracciones cometidas y ofrecer una explicación amplia de su complejidad a toda la sociedad.
La valiosa investigación se conocerá en momentos en que se presenta una de las noticias políticas más importantes de los últimos tiempos, como lo es el anhelado diálogo entre el presidente electo, Gustavo Petro, y el expresidente Álvaro Uribe, en busca de un acuerdo nacional tendiente a alcanzar una paz completa y duradera.
En nuestro criterio, el diálogo sincero y fraterno, más allá de las ideologías políticas o visiones de país, es el único camino posible para construir una patria común, donde los 51millones de habitantes de Colombia, tal como lo reza el preámbulo de la Constitución de 1991, gocemos de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica.
Como colombiano, hijo, padre de familia y policía, que durante todos mis años de vida y de servicio a la patria he añorado con vivir en un país en paz, valoro cada gesto de buena voluntad e iniciativa que nos permita cerrar las heridas del ayer, perdonar lo que sea necesario y aunar esfuerzos para dejarles a las nuevas generaciones la nación que todavía no hemos podido disfrutar a plenitud, pero con la que soñamos a diario.
En ese sentido, el denodado trabajo de la Comisión de la Verdad nos aportará elementos de juicio suficientes para el esclarecimiento de tan dolorosos hechos, como un requerimiento esencial para la consolidación de la paz y superar fenómenos como la violencia de género y el racismo estructural.
Conozco de primera mano la rigurosidad y el compromiso con la verdad del presidente de la Comisión, padre Francisco de Roux; un sacerdote y exprovidencial jesuita, filósofo y economista, fundador del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio y del primer laboratorio de paz de Colombia, quien trabajó sin descanso junto con los comisionados Alejandra Miller, Leyner Palacios, Lucía González, Saúl Franco, Alejandro Castillejo, Alejandro Valencia, Carlos Martín Beristain, Marta Ruiz, Patricia Tobón Yagarí, Alfredo Molano y María Ángela Salazar, estos dos últimos que en paz descansen.
A lomo de mula, cruzando trochas, ríos y manglares acudieron a encuentros con las comunidades olvidadas y martirizadas para promover incluso encuentros que parecían improbables, como aquellos en los que excombatientes de las Farc pidieron perdón a las víctimas por los graves crímenes y violaciones a los derechos humanos, tal como ocurrió esta semana en la Audiencia de Reconocimiento sobre el flagelo del secuestro.
La Comisión cumplió a cabalidad con sus tres objetivos centrales. En primer lugar, contribuyó al esclarecimiento de lo ocurrido, al ofrecer una explicación amplia de la complejidad del conflicto armado, de tal forma que se promueva un entendimiento compartido en la sociedad, en especial de aspectos poco conocidos del conflicto, como su impacto en los niños, niñas y adolescentes y la violencia basada en género.
En segundo término, promovió y contribuyó al reconocimiento de las víctimas como ciudadanos que vieron sus derechos vulnerados y como sujetos políticos de importancia para la transformación del país.
En este punto, uno de los mayores avances lo constituye el hecho de que todos quienes de manera directa o indirecta participaron en el conflicto aceptaran de manera voluntaria las responsabilidades individuales y colectivas, como una contribución a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición.
En mayor o menor grado, la sociedad en su conjunto reconoció que ese cúmulo de violaciones e infracciones merece el rechazo de todos y que no se debe ni se puede repetir si queremos construir una mejor patria.
Y por último, promovió la convivencia en los territorios, en el entendido que esta no consiste en solo compartir un mismo espacio social y político, sino en la creación de un ambiente transformador que permita la resolución pacífica de los conflictos y la construcción de la más amplia cultura de respeto y tolerancia en democracia.
Hoy, sin lugar a dudas, gracias al trabajo de la Comisión de la Verdad, en los territorios se dispone de las herramientas y capacidades necesarias para construir, de manera autónoma y en un ambiente democrático, pactos y acuerdos institucionales, sociales y políticos de convivencia y compromisos para que nunca más se repita lo ocurrido en el marco del conflicto armado.
Cada capítulo nos permitirá contar con los elementos de juicio necesarios para aportar en la construcción de una nueva Colombia, como se detallará en la Narrativa Histórica; Violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario; Mujeres y Población LGBTQ+; Étnico; Niños, Niñas y Adolescentes; Impactos, Afrontamientos y Resistencias; Exilio; Testimonial y Síntesis, Hallazgos, Conclusiones y Recomendaciones para la No Repetición.
Como bien lo afirma el destacado sociólogo, catedrático, periodista, escritor y analista Eduardo Pizarro Leongómez, el Informe Final de la Comisión de la Verdad debe ser “un cierre simbólico del pasado y la apertura de una Colombia reconciliada”.
Por eso, no se trata de abrir heridas para incrementar odios, sino de entender lo que nos pasó en más de medio siglo de conflicto, para que no nos vuelva a suceder algo parecido, como principio fundamental para vivir en la Colombia que todos nos merecemos.
Desde este espacio, nuestro más sentido reconocimiento de solidaridad y admiración hacia cada una de las víctimas del conflicto, por su capacidad de resiliencia, sus inspiradoras lecciones de perdón y su infinito amor por Colombia.