Por: Juan Daniel Giraldo
Recuerdo que hace más de 20 años, revisando la biblioteca familiar, encontré un libro escrito por expresidente Virgilio Barco durante su período presidencial titulado ‘así estamos solucionando el problema de los maestros’.
Siempre me ha parecido curioso ese título, más viniendo de un presidente en ejercicio. El problema de los maestros: en pocas palabras, los maestros son un problema. Esta situación a mi siempre me ha puesto en una dicotomía: crecí en un hogar de maestros, ambos normalistas y licenciados. Educados para eso: para ser maestros; y cómo entenderlos?
Aquí comienza la discusión, para un estado en el que ejercicio docente es un problema, y no una solución, resulta trágico que se politice y se usen con fines electoreros.
Históricamente el maestro, en especial el de escuela, era un normalista que con los dientes ejercía su vocación (ojo vocación, no ocupación). La de enseñar.
Lo hacían con pasión. Enseñaban con extraña facilidad a leer y a escribir, entendiendo en la praxis y no en la teoría los dogmas más profundos de la psicología infantil y la pedagogía. Llevaban en la práctica lo más entroncado de los conceptos de Piaget y los demás, haciéndonos la vida más sencilla.
Sus salarios eran irrisorios. Su escalafón (el antiguo valga decir), era paupérrimo. Pero era su vocación desde jóvenes, se educaron para ello y lo practicaban con honor y altruismo.
Si, pararon y lucharon (y lo hicieron como lo que eran, como maestros), jamás en mi memoria recuerdo que hubiera un paro de docentes que tuviera muertos, heridos o desmanes. Sus protestas que duraban semanas tenían un propósito claro: mejorar sus condiciones salariales y prestacionales y nada más.
La política (aún cuando el secretario de educación de turno fuera el padrino que los apoyó a ubicarse), era para otro lugar, para otro espacio.
Pero llegó la hora trágica: al pretender cambiar el estatuto docente y el Escalafón. la docencia pasó de ser una vocación a una profesión. Se convirtió en una ocupación más.
Se permitió que profesionales de cualquier rama, sin la menor capacitación y amor por el ejercicio docente, llegasen a encargarse de la más delicada de la tarea: la formación de los más jóvenes. Personas que no encontraron cupo en sus áreas, vieron como oportunidad para emplearse la docencia, confundiendo la cátedra y la instrucción con la formación y la enseñanza.
El resultado de esa decisión no pudo ser más lesiva para la generación actual, la generación del ‘yo no como entero’, la generación que ahora marcha sin saber por qué, en pocas palabras: la generación del odio y el resentimiento. Y es la del resentimiento porque es el resultado de profesionales que no encontraron cabida en sus áreas de formación, y solo encontraron un sitio para expresar sus tristezas y frustraciones: el salón de clase.
Ese es el problema de los maestros para el estado, no entender que el ejercicio docente es una vocación, no una ocupación. Entender que para que tengamos personas de bien, formadas en valores, con independencia moral, conceptual y política. Las escuelas y colegios normales, encargados de la formación de maestros, cayeron en la decadencia ante el mal mensaje enviado: ‘no es necesario formarse para ser maestro.’ Entonces, para qué una Normal? Es como si un médico olvidase que los hospitales universitarios no son necesarios para formarse como médicos, que en el salón de clases se puede aprender de cirugía a corazón abierto.
Urge que la sociedad haga el debate público del tema: a quiénes le estamos entregando el futuro de nuestros más jóvenes? No podemos seguir pasando de agache este hecho: LA SOCIEDAD REQUIERE MAESTROS, no catedráticos.
La educación es una vocación que se lleva en el corazón y no la salida a un problema de empleo. La educación de calidad va más allá de entender cómo se resuelve un Binomio perfecto, sino en responder con madurez y con ética moral los problemas cotidianos de la vida. Si no entendemos esta situación, nuestras generaciones del futuro estarán condenadas al fracaso.
El llamado al debate no es si FECODE es político o no, el llamado es a revivir el ejercicio docente como una vocación, y no como un empleo