Por: Johana Baldovino
Nicolás Maduro se burla una vez más de la comunidad internacional y se roba impunemente las elecciones en Venezuela. De nuevo usó toda clase de trampas para fraguar el más descarado fraude electoral que se conozca en la historia de ese país y se declaró cínicamente vencedor en una jornada electoral en la que el régimen le impidió votar a más de 4.000.000 de compatriotas en el exterior y se dio el lujo de no permitir la entrada a los veedores extranjeros no afectos a la dictadura. Las encuestas daban la victoria al candidato de oposición, Edmundo González y los vaticinios sobre la caída del dictador Maduro eran generalizados en todas las redes y medios de información. La prensa internacional auguraba el retorno de la democracia en el vecino país y los venezolanos regados por el mundo se alistaban para el anhelado regreso a su terruño.
Pero las voces que alertaban sobre el gran fraude electoral por parte de Maduro no se equivocaron. Aunque las grandes manifestaciones y los sondeos daban por ganador al candidato que apoyaba la líder opositora María Corina Machado, el juego sucio de la dictadura venezolana terminó como muchos temían y el mundo entero quedó nuevamente mirando un chispero. Esta vez el dictador Maduro decidió actuar de manera frontal contra las reglas de la democracia y no ahorró esfuerzos para continuar sin recato a toda costa en el poder. Ni siquiera le han importado las críticas de sus aliados del Socialismo del Siglo XXI como el presidente Luiz Inácio Lula Da Silva de Brasil o de Chile, Gabriel Boric. No le importa que el mundo entero lo vea como un paria. Lo tiene sin cuidado. Se ríe descaradamente de todo el mundo y está dispuesto a que su país se vaya a la ruina total y le importa un cominoque los venezolanos sigan huyendo a cualquier lugar del planeta para poder sobrevivir.
En medio de ese desolador panorama para los venezolanos hay algo aún más lamentable para la democracia mundial, que existan países que optaron por reconocer y legitimar el supuesto triunfo de Maduro. Rusia, China e Irán, han puesto por encima sus contradicciones con los Estados Unidos y celebran el “triunfo” del dictador. No les importa la suerte de los venezolanos rodando por el mundo y prefieren sus mezquinos intereses que aplauden una de las peores dictaduras del mundo moderno por perversas razones de geopolítica e inhumanas estrategias de poder en el contexto mundial. ignoran la tragedia de un pueblo que acaba de perder la ilusión de volver a empezar porque al fin y al cabo esos países tienen mucha identidad con las prácticas antidemocráticas de Maduro y precisamente no son modelo de respeto al sufragio universal ni de apego alas reglas democráticas.
Lo triste de la historia para los colombianos son los efectos que se vislumbran de cara al 2026 porque ya las voces de alerta vienen anunciando que el presidente Gustavo Petro se quiere perpetuar en el poder y que ya existe todo un montaje para construir un clima que le permita citar la famosa constituyente con la que ha amenazado el mandatario colombiano para presionar sus reformas, pero que todo el mundo sabe que es el instrumento para cambiar el articulito de la reelección. Ya se tiene listo el modelo fast track, utilizado en el gobierno de Juan Manuel Santos para birlar el resultado del plebiscito que él mismo convocó y el pueblo le votó en contra. Ya se siente por todas partes que hay toda clase de movimientos y manipulaciones que pretenden habilitar la reelección del presidente Petro, prohibida hoy por la Constitución. Como los panfletos que circulan hoy en Agua Blanca y Siloé, los barrios de la ciudad de Cali que han sido fortines del M19, distribuidos por un tal Colectivo Por la Unidad, que usa los colores del Pacto Histórico, en el que convocan a un referendo para diciembre del 2025 con el fin de ampliar el periodo presidencial dos años más. Así empezaron en Venezuela.
La juventud colombiana tiene como imperativo ético ser un baluarte de la democracia. Debe mirar responsablemente el espejo de lo que ocurre en Venezuelay no puede ser la idiota útil para satisfacer las pretensiones de un gobierno izquierdista que se quiere atornillar en el poder. Si los jóvenes que son la promesa del país no asumimos nuestro papel histórico, durante los próximos años se verá en Colombia el éxodo de millares de ciudadanos en busca de libertad y pan como lo ha visto el mundo con la juventud de Venezuela. Somos los jóvenes los llamados a evitar que se repita esta tragedia en nuestro país. Nosotros hemos vivido las consecuencias de los desplazados venezolanos que no han tenido otra forma de sobrevivir que delinquir en Colombia. No permitamos que esa obsesión de la izquierda de eternizarse en el poder arrase con la democracia y acabe con el futuro de nuestra patria. No le hagamos el juego que le hicieron los venezolanos a Hugo Chávez porque si no “mirad las cadenas y los grillos que os esperan”, como dijo José Acevedo y Gómez el 20 de julio de 1810.