Por: Mayor General (RP) William René Salamanca Ramírez
Poco o nada queda de la Bogotá que en el siglo XIX fue bautizada como la ‘Atenas Suramericana’, por sus similitudes, en materia cultural, artística y científica, con la gran capital griega.
La capital de Colombia, hogar de 8 millones de colombianos y epicentro de grandes negocios internacionales, que aporta el 25 por ciento del Producto Interno Bruto nacional, hoy parece una ciudad abandonada, carcomida por el ruido, la suciedad y las ‘ollas’, resultado de fallidas administraciones pasadas y de una falta de civismo que nos ha llevado a afirmar que es la ciudad de todos y de nadie al mismo tiempo.
Porque llevo a esta gran ciudad en mi corazón, porque es una tierra de oportunidades y porque me interesa aportar mi granito de arena para que vuelva a ser la ‘Atenas Suramericana’, decidí recorrer sus calles, de día y de noche, con el fin de proponer soluciones rápidas y efectivas a varios de los males que la aquejan.
Poner la casa en orden, mediante acciones cívicas y actuaciones conjuntas entre autoridades locales y ciudadanía, es la mejor manera de sentar las bases para enfrentar males mayores, como la inseguridad, la corrupción y la poca credibilidad en nuestras instituciones. Estas son diez propuestas cívicas para diez graves problemas:
1. Ruido infernal. Las noches, en especial de los jueves, viernes, sábados y domingos antes de festivo, se convirtieron en una pesadilla para miles de bogotanos por culpa del estridente ruido que emana de bares y discotecas. La música a todo volumen y la gritería de borrachos les impiden conciliar el sueño, como lo comprobé incluso en zonas residenciales de Galerías y Palermo, en la localidad de Teusaquillo. A la algarabía se suma la invasión del espacio público con mesas, puestos de comida y carros que atraen a supuestos cuidadores de vehículos y hasta a expendedores de drogas; todo, sin que las autoridades hagan algo al respecto. Solo, entrada la madrugada, cuando estos establecimientos cierran, pueden descansar un rato, pero son despertados abruptamente por todo tipo de vendedores y compradores ambulantes. Y, como para rematar, la mayoría de conductores tienen la manía de pitar por todo. A lo anterior se suma el vecino ruidoso del conjunto cerrado que le da por armar fiesta en su apartamento cualquier día de la semana. Es una ciudad invadida por el ruido, fenómeno que, según los expertos, genera estrés, depresión, alteraciones del sueño, pérdida auditiva, daños en el sistema nervioso y bajo rendimiento académico y laboral.
No es problema menor. Es un factor de grave perturbación de la salud y la convivencia ciudadana que puede generar hasta violencia. Por eso, aquí tiene que haber una intervención urgente de las autoridades locales para responder a este clamor ciudadano y poner en cintura a todos los generadores de ruido. En el caso de bares y discotecas se debe revisar cómo fue que les otorgaron licencia de funcionamiento sin ser sometidos a pruebas de insonorización. Es una oportunidad para que las autoridades de policía sirvan de mediadoras entre los afectados y los dueños de estos negocios para alcanzar acuerdos que les permitan ejercer sus actividades comerciales respetando la privacidad y la tranquilidad de sus vecinos.
2. Garajes bloqueados. Utilizar el parqueadero privado de cualquier casa o edificio se convirtió en un dolor de cabeza por cuenta de los conductores irresponsables que estacionan sus vehículos al frente de los garajes. De nada sirve que los dueños de casa pongan avisos de “prohibido parquear, garaje en uso”. Toca irse por todo el barrio buscando al dueño del vehículo y, lo peor, una vez se le hace el reclamo se pone bravo, argumentando que “la calle es libre”. A tal punto ha llegado el desespero de los afectados que unos ya le agregaron una advertencia a sus carteles, tal como lo pude comprobar en una calle de la Zona G: “Se pinchan llantas”. Este es un problema muy serio y, por eso, la primera invitación está dirigida a los infractores, para que respeten estos espacios; y a las autoridades locales, para que hagan batidas diarias encaminadas a sancionar a estos conductores y los multen e inclusive les inmovilicen sus autos. Además, en coordinación con la ciudadanía, hay que instalar las señales de tránsito públicas de “prohibido parquear” en los sitios donde sea necesario.
3. Manchones de pintura. Es deprimente ver el estado en que se encuentran las fachadas, los vidrios y los muros de cientos de casas, edificios, negocios, monumentos y escenarios deportivos, culturales y recreacionales por cuenta de las ‘firmas’ que estampan los vándalos. Hacen ver buena parte de la ciudad en un estado de abandono. Es hora de repintar esas zonas de la ciudad. Las autoridades locales deben liderar esta campaña, en compañía de las empresas vendedoras de pintura, que pueden ofrecer descuentos en estos productos, mientras los ciudadanos ponen la mano de obra. Bienvenidos los grafitis artísticos, pero no estos actos que como mínimo son daño en bien ajeno.
4. Basuras. Hace parte del paisaje bogotano encontrar basura botada por doquier. Más tardan los ciudadanos en sacar las bolsas que en ser rotas por personas que buscan algo para reciclar, dejando desechos en plena calle. A lo anterior se suman comportamientos nada cívicos, como los de ir y dejarle al vecino la basura propia o abandonarla al pie o dentro de las canecas instaladas para depositar pequeños desechos, incluso en días que no son de recolección. Por eso, es urgente poner en práctica una política de reciclaje, que incluya clasificar en casa, en bolsas diferentes, los desechos orgánicos de lo reciclable y adaptar los vehículos recolectores con los compartimientos necesarios para separarlos. Pero mientras llega ese día, fácilmente se podría habilitar una ruta semanal de solo recolección de productos reciclables, los cuales dejarían grandes dividendos monetarios, ecológicos y de limpieza.
5. Escombros. Calles, caños y parajes solitarios están convertidos en auténticos depósitos de desechos de construcción, colchones viejos, tasas sanitarias, muebles y de cuanto cachivache nos estorba en el hogar. Los altísimos precios que cobran las empresas recolectoras contribuyen a que los ciudadanos acudan a transportadores quienes de manera irresponsable, arrojan desechos en sitios prohibidos, contribuyendo así a la suciedad de la ciudad y a acrecentar la contaminación del ambiente. La solución, además de aplicar las multas correspondientes, radica en obligar a las empresas recolectoras de basura a recogerlos sin pagar precios adicionales, ya que si miramos el valor que pagamos cada dos meses por concepto de “aseo” es lo suficientemente oneroso.
6. Postes contaminados. Los postes de la energía eléctrica y las bases de los semáforos parecen carteleras de cuanto producto o servicio ofrecen en la ciudad. A plena luz del día los llenan de engrudo para pegar avisos publicitarios, uno sobre otro, hasta convertirlos en monumentos a la contaminación visual. Limpiarlos e incluso pintarlos y sancionar a los responsables de este comportamiento contrario a la convivencia son una prioridad que también debe estar en cabeza de las autoridades locales, en alianza con los ciudadanos. Dar con los responsables es muy fácil: ahí están consignados los números telefónicos y hasta las direcciones de quienes auspician esta práctica. Y si existe la necesidad de hacer estas publicaciones la solución pasa por habilitar espacios públicos con tal fin, donde se puede cobrar algún precio para el mantenimiento del lugar.
7. Vías en mal estado. Si bien es cierto que Bogotá no cuenta con los recursos necesarios para recuperar la totalidad de su malla vial, también lo es que las principales vías no pueden seguir llenas de huecos, no solo porque afectan gravemente la movilidad, sino porque son trampas mortales. La propuesta es sencilla: más que continuar arreglando calles solitarias entre barrios, que muchas veces las levantan estando en buen estado, la prioridad debe ser tapar hasta el último hueco de las calles más transitadas. Debemos tomar avenida por avenida, detectar todos los baches y desplegar cuadrillas de trabajadores, como las que existían en el pasado, hasta dejarlas libres de huecos.
8. Entornos escolares riesgosos. Preocupante el ambiente que rodea a muchos colegios de la ciudad. En Chapinero, Puente Aranda, Fontibón, Bosa, Rafael Uribe, Usaquén y otras zonas de la capital, niños, niñas y adolescentes son acosados por ladrones, jíbaros, reclutadores de menores de edad y hasta traficantes de personas. Es urgente blindar y organizar estos escenarios para que nuestros hijos puedan gozar de una verdadera educación. En ese sentido, hay que fortalecer el programa ‘Entornos Educativos Protectores y Confiables’ e incluso trasladar colegios, como ocurre con el ‘Manuela Beltrán’, ubicado en la Caracas con 57, en un ambiente que no es el más apropiado para los estudiantes.
9. Ruinas peligrosas. Uno de los sitios más deprimentes que visité fueron los alrededores del barrio San Bernardo, en el corazón de la ciudad; donde docenas de casas compradas para realizar obras de infraestructura y transformación urbana están convertidas en guaridas de delincuentes. Es urgente derribarlas en su totalidad y cercar esos lotes para que no sigan siendo epicentros del delito, en especial del microtráfico, y para eliminar esa sensación de sector en ruinas. Similar decisión hay que tomar con todos los bienes adquiridos por la administración a lo largo y ancho de la ciudad, ya que el lote baldío es mucho más fácil de vigilar.
10. Cambuches. Otro de los fenómenos que contribuye a afectar gravemente la imagen de la ciudad y a acrecentar la percepción de inseguridad es la proliferación de cambuches en calles, caños y puentes, no solo en localidades como Los Mártires, Santa Fe y Kennedy, donde se concentra la mayor cantidad de habitantes en condición de calle, sino en separadores viales, rondas de humedales, parques y zonas verdes. Soy el primero en reconocer los esfuerzos que viene realizando la administración distrital para dignificar las condiciones de vida de estas personas, pero como sociedad tenemos que hacer mucho más para vencer la indiferencia que nos ha llevado a convivir con este fenómeno sin mayores preocupaciones. Hay que acondicionar nuevos espacios para focalizar el problema y atender de manera más efectiva las necesidades primarias de esta población marginal y fortalecer los programas encaminados a su resocialización.