Por: Ricardo Angoso
Los talibanes, en una rápida ofensiva de apenas unas semanas, consiguieron llegar a la capital afgana, Kabul, e instalar un nuevo gobierno islámico, asegurando que sabrán administrar la victoria y que no habrá espíritu de revancha. Pero quedan la duda y el miedo dado su siniestro historial.
Los Estados Unidos, que habían intervenido en 2001 para echar del poder a los talibanes, han fracasado estrepitosamente y se han retirado sin pena ni gloria, casi derrotados. Las imágenes de miles de afganos huyendo despavoridamente por miedo al Talibán y la vergonzosa y humillante retirada occidental serán difíciles de olvidar para todos.
La gente tiene miedo, especialmente las mujeres que temen volver a la Edad Media, y miles de afganos ya han huido ante la posibilidad de que se vuelva a instalar un régimen teocrático en el país. Los que se quedaron, que no esperaban que la ofensiva de los talibanes fuera tan rápida y llegaran hasta las puertas de sus casas en Kabul, se lanzaron al aeropuerto y las carreteras en una precipitada, despavorida y caótica huida.
La decisión tomada por parte del nuevo presidente norteamericano, Joe Biden, de la retirada total de todas las tropas norteamericanas, siguiendo la senda de Donald Trump en este sentido, encendió las señales de alarma en esta nación permanentemente en guerra. El resto de los contingentes de la OTAN presentes en Afganistán, tras el paso dado por Washington, también han decidido abandonar el país, dejando a sus suerte a los afganos y hasta ahora sus aliados locales. Trump, con su anuncio de retirada de las tropas, alentó a los talibanes a seguir en su guerra total y desanimó a las fuerzas afganas que luchaban codo con codo con los occidentales.
Veinte años de inútil guerra (2001-2021) no han servido para asentar las instituciones democráticas ni un Estado sólido en esta nación abatida, pobre y siempre sumida en la violencia. “Han sido casi 20 años de ocupación militar, al precio de 50.000 civiles y 70.000 soldados afganos muertos, 2.500 estadounidenses caídos en el campo de batalla, y 800.000 millones de dólares de gastos”, como señalaba en un reciente análisis el sociólogo Sami Nair. Tampoco la presencia occidental ha permitido generar un clima político propicio para superar por la vía del diálogo el conflicto entre los talibanes y las fuerzas del legítimo ejecutivo afgano, aunque se intentaron unas negociaciones que resultaron, finalmente, fallidas.
Los talibanes, que parecen controlar ya casi todo el del territorio afgano, saben que era cuestión tiempo –poco- acabar dominando todo el país e instalar un gobierno de corte islamista en Kabul. La moral del ejército afgano, tras haber sido abandonado por los occidentales, estaba por los suelos y muchos de sus soldados ya han desertado por miles hacia Tayikistán y Pakistán. Otros miles de agentes de la policía y de las Fuerzas Armadas ocultan ahora sus uniformes y se esconden de los talibanes. Ambos países ya sopesan abrir campos de refugiados para recibir las “oleadas” de afganos ante el colapso del gobierno de Kabul y la victoria del Talibán, tan temida como presentida. La intervención occidental ha concluido con una fracaso total y sin haber dado los frutos esperados, en el sentido de haber democratizado y modernizado el país dejándolo al frente de una administración responsable y elegida en las urnas por los propios afganos.
LOS ORIGENES DEL CONFLICTO AFGANO
El 24 de diciembre de 1979, las tropas soviéticas ocuparon Afganistán para apuntalar al régimen soviético. “Asesinaron al presidente Amín e instalaron al líder parchami Babrak Karma. Afganistán se vio catapultado al centro de la guerra fría cuando el presidente norteamericano Ronald Reagan prometió hacer retroceder al comunismo. Los mulás afganos y los líderes políticos declararon una Yihad contra la Unión Soviética, al tiempo que cinco millones de personas huían por el Este hacia Pakistán y por el oeste hacia Irán. Durante la siguiente década, Estados Unidos y sus aliados europeos y árabes entregaron miles de millones de dólares de armas a los muyahidines, un dinero que enviaba a través de Pakistán y del régimen militar de Zia ul-Haq”, escribía el analista Ahmed Rashid al referirse a este periodo de la historia.
Diez años después, en 1989, tras haber padecido más de 15.000 bajas mortales y 5.000 heridos, y haber sufrido innumerables pérdidas, las tropas soviéticas se retiraban derrotadas, exhaustas y con la moral por los suelos.
El Gobierno prosoviético de Kabul, como era de suponer, duró solo unos meses más después de la marcha de las tropas de la URSS. Sus máximos líderes, los hermanos Najibuláh, una vez defenestrados por una facción rebelde a los soviéticos, acabarían sus días ahorcados en los escasos semáforos que quedaban en la abatida capital afgana por los talibanes al parecer guiados por los servicios secretos pakistaníes, en 1996. Pakistán siempre ha intervenido en la vida política afgana y se ha entrometido descaradamente en sus asuntos.
Pero antes de ser «ajusticiados» el maltrecho país se vio envuelto en la guerra civil de 1993-1994 entre los diversos grupos que luchaban contra los soviéticos, en la que se impusieron los talibanes. Gorbachov tuvo algo de culpa en la caída de la administración afgana y en el éxito de los rebeldes islamistas armados por Occidente: dejó de suministrar armas, fondos y asistencia técnica a Kabul y la caída del gobierno instalado por Moscú era solo cuestión de tiempo. En 1994, el país se estaba desintegrando rápidamente.
Luego llegaría la pesadilla del Talibán (1994-2001), donde el país regresó a la Edad Media y la brutalidad más burda se impuso como política de Estado. Si es que a la introducción de medidas de corte medieval, como quemar aparatos de radio, discos y televisores e imponer el burka, se le puede llamar como «política de Estado».
¿Pero cuál es la razón del surgimiento de los talibanes? El Talibán fue fundado por veteranos de la guerra de Afganistán contra la invasión de la Unión Soviética, en plena guerra entre los grupos muyahidines. Estos grupos, que dieron paso después a los talibanes, recibieron la ayuda de los Estados Unidos y una buena parte de Occidente, que querían contener la “amenaza soviética” y evitar la expansión del comunismo. Eran los tiempos de la Guerra Fría y las lógicas políticas eran otras bien distintas a las de hoy.
COMIENZA LA LARGA OFENSIVA CONTRA LOS TALIBÁN
En octubre del año 2001, una vez que los Estados Unidos habían sufrido los ataques del 11-S, las fuerzas occidentales, con el apoyo de algunas milicias locales antitalibanes, comienzan su ofensiva contra el Gobierno integrista de Kabul. En apenas unas semanas, a finales de ese mismo año, los objetivos políticos y militares se han conseguido y una administración prooccidental, liderada por Hamid Karzai, se instala en el nuevo Afganistán. La victoria era un espejismo, el prólogo de una larga guerra y un interminable conflicto.
«En estos veinte años largos, los más de 130.000 hombres desplegados por un contingente militar formado por casi 50 naciones no ha conseguido derrotar a los talibanes, conformar una fuerza militar local capaz de imponer orden y seguridad en el territorio y garantizar, al menos, que la amenaza terrorista fuera conjurada en las ciudades más importantes del país. Unos cuatro mil soldados de la alianza liderada por los Estados Unidos han fallecido en esta guerra y de ellos el 60% eran norteamericanos. Después de veinte años, llego la hora de aceptar dos verdades importantes respecto de la guerra en Afganistán. La primera es que no habrá ninguna victoria militar del Gobierno y de sus socios estadounidenses y de la OTAN en ese país.Las fuerzas afganas, si bien son mejores de lo que eran, no son lo suficientemente buenas, y es poco probable que alguna vez lo sean, para derrotar a los talibanes. Esto no se debe simplemente a que las tropas del Gobierno carezcan de la unidad y el profesionalismo para imponerse, sino a que los talibanes están altamente motivados, gozan de un respaldo considerable en el país y cuentan con el apoyo y crucial refugio de Pakistán», aseguraba Richard N.Haas, experto en temas internacionales y ex asesor de George Bush. Así es como ha ocurrido y las palabras de este asesor en temas de seguridad han resultado proféticas.
Las autoridades “democráticas” instaladas en Kabul por los occidentales han fracasado política y militarmente frente a los talibanes, revelando el fracaso de toda una estrategia democratizadora para este país que ahora naufraga en medio de la guerra y el caos. La democracia ha sido siempre una idea ajena a esta nación, en parte porque hay ni tradición ni historia que avalen su éxito en una sociedad tan arcaica y primitiva.
MUCHAS PREGUNTAS SIN RESPUESTA
El futuro del país no se presenta nada halagüeño, desde luego, y a los problemas estructurales se le suman los coyunturales. En primer lugar, en Afganistán nunca ha habido la unidad suficiente como para construir un Estado coherente, autónomo y estructurado territorialmente. No es difícil de prever que uno de los escenarios más previsibles de cara a los próximos años, es que se agudicen las viejas fisuras tribales, étnicas y lingüísticas que caracterizan a la sociedad afgana y las mismas desgarren al país en interminables conflictos. La guerra civil no ha concluido y todavía hay numerosos grupos antitalibán alzados en armas en varias partes del país. La paz está muy lejos todavía.
¿Pero podrá sobrevivir Afganistán sin la ayuda exterior y sin el apoyo de los Estados Unidos y de los países miembros de la OTAN? Será muy difícil sin la ayuda internacional mantener un Estado eficaz, moderno y funcional en las actuales circunstancias. El país está devastado y destruido desde sus raíces. A pesar de la rápida victoria de los talibanes, la economía afgana se encuentra al borde del colapso, es absolutamente dependiente del tráfico de drogas y hasta ahora estaba conectada a las ayudas que recibe de un Occidente también cada vez más cansado de la interminable crisis afgana y el elevado grado de corrupción que impregna a toda la administración. Ahora esas ayudas, con la llegada de los talibanes, se acabarán.
¿Habrán cambiado los talibanes tal como pretender mostrar en sus primeros días al frente del gobierno ante su opinión pública y ante el mundo? Visto el comportamiento de los talibanes en los últimos meses, cometiendo ataques terroristas indiscriminados contra objetivos civiles y aplicando una estricta y rígida interpretación de la ley islámica -la sharia- en los territorios que iban ocupando, no parece que ahora vayan a cambiar de la noche a la mañana, pese al anuncio de buenas intenciones e incluso las declaraciones iniciales de sus líderes en el sentido de que no perseguirán a las mujeres. El tiempo nos dará la respuesta de si realmente han cambiado. Me temo que no.
¿Pero qué es lo que ha fallado en la estrategia occidental en Afganistán y lo que ha llevado a esta clara derrota en los campos de batalla? Y respondo a la cuestión con unas palabras de William Pfaff y que ponen en entredicho esa creencia occidental de que nuestros valores políticos, éticos y morales son trasladables a cualquier latitud geográfica, tal como lo hemos intentado en Afganistán y en Irak. «Obligar a los votantes renuentes a una democracia es una idea intelectualmente insostenible así como imposible de alcanzar», señala Pfaff. ¿Será así, volverá Afganistán a ser ese territorio indómito sin futuro y sin Ley para sus sufridos habitantes? ¿Sabrán comportarse los talibanes como un gobierno civilizado y respetuoso con los derechos humanos?