Por: Andrés Villota
Las cuarentenas obligatorias impuestas por los diferentes Estados para evitar que se propagara un virus de dudosa procedencia y las sanciones económicas y los bloqueos comerciales en contra de Rusia, implementados por iniciativa de Joe Biden, de Ursula von der Leyen y de oenegés inútiles como la OTAN, se convirtieron en los catalizadores de la debacle del Orden Mundial que regía desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Las consecuencias funestas de la intervención desmesurada del Estado y de las oenegés, en la actividad económica de una sociedad, durante la coyuntura de la pandemia y de la Crisis de Ucrania, mostró que las prohibiciones, la censura y la eliminación de las libertades, distorsionan y afectan de manera grave el funcionamiento eficiente de los mercados, hasta llevar a una sociedad a la ruina.
Esta situación calamitosa, revaluó totalmente las teorías del intervencionismo estatal y la creación de oenegés para anular a la iniciativa privada, que propuso John Maynard Keynes, como solución a la Gran Depresión y durante la configuración del Sistema Económico Internacional de la postguerra que planteó Breton Woods. La pobreza, el hambre, la inequidad en la distribución del ingreso, la injusticia social, el endeudamiento estatal desbordado, la crisis energética, la crisis climática o la crisis migratoria son solo algunas de la tragedias que fabricaron los Estados y las oenegés, durante los últimos cien años.
El prestigioso diario británico Financial Times publicó un estudio en el que mostró que el ingreso promedio de un británico hoy, en términos reales no nominales, es solo la tercera parte del ingreso promedio de un británico en 1920. Dicho de otra manera, por ejemplo, un británico se ganaba, en promedio, £100,00 en 1920, mientras que un británico en la actualidad gana, solamente, £33,33.
Uno supondría, entonces, que la solución a todas las calamidades económicas y sociales actuales, sería eliminar el modelo inventado por Keynes que fue impuesto con o sin motivo en países como Colombia, por ejemplo, durante el primer gobierno del presidente Alfonso López Pumarejo.
La humanidad, de manera natural, está volviendo al modelo económico que regía durante la prosperidad de La Belle Époque, hace más de cien años, que es el modelo basado en las teorías del Siglo XVIII de la Economía Clásica de Adam Smith y David Ricardo y de los Fisiócratas de François Quesnay.
Adam Smith sostenía que la sociedad es capaz de autorregularse en términos económicos, sin necesidad de la presencia del Estado y de su intervención. La economía de una nación funciona con mayor eficiencia cuando existen menores niveles de intervención estatal, decía Smith.
La regulación y la intervención estatal que genera inequidad, pobreza y distorsiona el funcionamiento de la economía es reemplazada por la “Mano Invisible” que se encarga de asignar los recursos a los más eficientes, a los mejores, lo que fomenta la sana competencia que beneficia a los consumidores y forma y fija los precios de los bienes y servicios de una manera adecuada y transparente.
Las sanciones y los bloqueos impuestos por oenegés o países poderosos genera asimetrías que va en contravía del libre mercado que es el encargado de definir lo que produce un país con mayor eficiencia por los menores costos derivados del uso de menos factores productivos, que genera unos excedentes que pueden ser exportados para ser comercializados en los mercados internacionales que, se supone, son libres y sin barreras de acceso.
El libre comercio, para Smith, era una política de interacción entre los países del mundo y una herramienta para conseguir el crecimiento económico. El comercio internacional contribuye al mejoramiento del bienestar mundial, el mercado es capaz de maximizar el bienestar social sin necesidad de la intervención estatal.
Para Smith, el único papel del Estado, es asegurar y facilitar el bien social y económico, creando las condiciones favorables para un entorno productivo. La política de la Seguridad Democrática y de la Confianza Inversionista, no es nada diferente a la aplicación de los postulados de Adam Smith que, se debió revolcar en su tumba cuando Joe Biden impuso el bloqueo y el aislamiento comercial a Rusia porque destruyó el funcionamiento natural de la economía mundial.
Laissez-faire, laissez-passer (dejar hacer, dejar pasar) decían los Fisiócratas frente a la actividad del Estado. La Fisiocracia es un movimiento intelectual que surge como una reacción a la concepción intervencionista del Mercantilismo que promovía la intervención del Estado en la economía para favorecer a unas minorías, lo que creaba distorsiones en el libre mercado y en la asignación de los recursos que, por ser desigual, crea inequidad e injusticia social.
Para los fisiócratas la intervención del Estado es inútil, interfiere en el orden esencial. Consideran que el progreso económico es la causa del progreso social porque gracias a la prosperidad natural, desaparecen las rivalidades en la lucha por la supervivencia. La cura perfecta en contra de la inequidad, de la desigualdad y de la injusticia social que aqueja a Colombia en la actualidad.
La Mano Invisible y el Orden Esencial, son los que están modificando de manera natural, sin imposiciones, al Sistema Económico Mundial y están moviendo a la sociedad, en lo político, a abandonar el modelo estatista que ofrece la Izquierda.
Adicional a esas teorías de pensamiento económico que están en boga y cuestionan el papel del Estado en la economía, en el mundo, la gente solo confía en las empresas, en los empresarios y en la gente “común y corriente”, mientras que hace mucho que perdió la confianza en el Estado, en los políticos, en los burócratas y en los periodistas tradicionales, según el Barómetro de la Confianza 2021 hecho por Edelman.
La confianza es determinante al momento de hacer una inversión. Es una enorme contradicción que los colombianos le presten sus ahorros al Estado en el que no confían y no financien a las empresas en las que sí confían. Máxime cuando ven que el gobierno de Gustavo Petro es una oda a la ineptitud, a la ignorancia y a la improvisación.
No importa que al Director de Planeación Nacional le digan “El Sabio”, tampoco importa que el Director de Crédito Público sea un ex Corredor de Bolsa, nadie puede confiar en lo que va a hacer Gustavo Petro y su equipo de gobierno con la plata de los inversionistas y de los contribuyentes.
La Crisis de Ucrania mostró, de manera cruda y abierta, la forma cómo se dilapidan los recursos públicos nacionales en terceros países como Ucrania, mientras que los ciudadanos de esos países donantes padecían enormes necesidades tras la pandemia.
Nada diferente a lo que pretende hacer Gustavo Petro comprándole gas a Venezuela en beneficio de la dictadura venezolana pero en detrimento de los intereses del pueblo colombiano.
El concepto de la Tasa Libre de Riesgo, que es la tasa a la que le prestan plata al Estado, está siendo cuestionado en el mundo. ¿Cómo considerar “libre de riesgo” a una inversión que se hace en un país administrado por burócratas como el médico Roy Barreras, el periodista Armando Benedetti, la diseñadora de joyas María José Pizarro, la directora de orquesta Susana Boreal o la filósofa Irene Vélez?
Dejar de financiar al Estado por el alto riesgo, es el primer paso para empezar a fortalecer a las economías nacionales. Usar el ahorro para financiar a los empresarios y no al Estado, obliga al Estado a disminuir su tamaño y su actividad intervencionista que necesita de una macro burocracia para poder inmiscuirse en todas las actividades económicas de los particulares.
En los mejores centros comerciales de Colombia, han empezado a aparecer tiendas que ofrecen productos con excelente manufactura, hecha con los estándares internacionales de calidad, que no tienen nada que envidiarle a las marcas con reconocimiento mundial.
También han aparecido boticas, mostrando una tendencia natural a volver al sistema del pasado, cuando el mundo funcionaba y la riqueza y la prosperidad eran una realidad.
Los colombianos deben canalizar sus ahorros para financiar la actividad de esa nueva generación de empresarios de alta calidad. Marcas como Alma, Balleti, Behar, Entreaguas, Sabandija o Valisse, entre muchas más, deben empezar a cotizar en la Bolsa de Valores de Colombia y volver al pasado, hace casi un siglo, cuando lo único que se transaba en la Bolsa de Valores de Bogotá eran acciones de pequeñas empresas colombianas y nadie invertía en los títulos de deuda pública del Estado colombiano. Volver al pasado para construir el futuro de Colombia.