Por: Roberto Trobajo
Los socialistas-comunistas andan recordando y homenajeando al Che Guevara, porque el pasado 9 de este mes de octubre se cumplió 53 años de su muerte, en La Higuera, Bolivia; donde militares bolivianos lo mataron, cual karma tras él haber mandado a fusilar 550 cubanos, entre enero y abril de 1959, en la fortaleza del castillo habanero “La Cabaña”.
“Hemos fusilado, fusilamos, y seguiremos fusilando” así declaró el Che en la ONU el 11 de diciembre 1964, reconociendo con prepotente cinismo que vivía dispuesto a matar sin la más mínima compasión ni piedad.
El Che estaba lleno de odio hacía sus enemigos políticos y era un asesino que disfrutaba matando a la gente; se sentaba en un muro en La Cabaña, fumando puros, a disfrutar ver los fusilamientos. Así lo contó Daniel Alarcón Ramírez “Benigno” que había sido compañero del Che en las guerrillas de la Sierra Maestra (Cuba), en la del Congo (África) y fue un sobreviviente de Bolivia, quien luego se voló para Francia donde le dieron asilo.
El que a hierro mata a hierro muere, y al Che lo mataron igual a como él mató.
A esos centenares de fusilados por orden del Che, se les suman las decenas que murieron, unos asesinados y otros porque se suicidaron, en el Campo de Trabajo Forzado que el Che creó en la península de Guanahacabibes, extremo occidental de Cuba.
En ese Campo de Concentración encerraban a disidentes, homosexuales, católicos, trovadores de canciones protestas. Luego Raúl Castro multiplicó esas cárceles agrícolas, a las que llamó Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) llegando a tenerlas en todas las provincias cubanas.
Los homosexuales eran los más castigados por el Che, quien era terriblemente homofóbico.
El único gay que se salvó de caer en sus garras fue Germán Pinelli, porque era muy querido por el pueblo cubano al ser el más popular presentador, actor, locutor de la radio y la televisión cubana. No obstante…
El 9 de octubre de 1962, en una conferencia en la Escuela de Administradores, con el auditorio repleto y televisándose el evento, Germán Pinelli muy emocionado anunció su llegada eufórico “¡Ahí está el Che!” repitiendo, hasta que el Che subió al escenario y quitándole el micrófono, con mucho desprecio le dijo al presentador Pinelli: “Che para mis amigos, comandante Ernesto Guevara para usted y esos que son como usted”. Agresión homofóbica que los cubanos, del pueblo, nunca han olvidado.
Los fans del Che lo tienen como el “gran padre del hombre nuevo”, pero deberían saber que el Che tuvo 6 hijos, aunque sólo reconoció y se ocupó de 5, los que tuvo con la cubana Aleida March Torres (Camilo, Aleida, Celia, Hilda, Ernesto) y tanto el Che como los Castros siempre han ignorado al sexto hijo –extramatrimonial- que tuvo con Lidia Rosa López, Omar, al que Lidia le puso ese nombre por ser el del escritor Omar Khayan, autor del libro “Rubayat” que el Che le había regalado a ella. Omar nació el 19 de marzo de 1964, y fue mi compañero en el colegio.
Lo único rescatable al Che eran sus ideas económicas, que siempre fueron rechazadas por los Castros. Tuve un suegro, Berdayes, quien fue el secretario privado del Che cuando éste era el presidente del Banco Nacional de Cuba; mi suegro me contó que Fidel se oponía a las tesis económicas del Che y que este renunció al cargo cuando no soportó más tener que hacer lo que a Fidel Castro le daba la gana.
Años después, y concursando bajo seudónimo, ganó el premio Casa de las Américas, el economista cubano Carlos Tablada Pérez, con el libro “El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara”. Quien lo lea y compare como todo lo que ha pasado con la economía cubana verá que si le hubieran hecho caso al Che muchos desmanes y desastres no hubieran pasado en Cuba.
Al libro ya le han hecho 34 ediciones, en 13 países y en 9 idiomas, sumándose un millón de ejemplares.
Carlos Tablada Pérez, quien tuvo que emigrar de Cuba, es un prestigioso licenciado en economía, filosofía, sociología, doctor en ciencias económicas, investigador titular del Centro Tricontinental y redactor de la revista “Alternatives Sud, Louvain-la-Neuve”.
Quise traer a Bogotá al eminente Carlos Tablada para que diera una conferencia en la ciudad, y aunque mi amigo estaba dispuesto a venir y hasta a no cobrar por la charla, no se pudo porque el por entonces embajador cubano Iván Mora se unió a Gustavo Petro, siendo alcalde, para sabotear que Carlos Tablada hablara del Che real a los bogotanos. Ojalá un día Carlos Tablada pueda venir a Colombia para desmitificar al Fidel Castro que tanto vetó al Che.
A pesar de todo Fidel confiaba en el Che, tanto como para mandarlo en representación suya, a una gira por aquellos países socialistas de Europa. El Che visitó la otrora URSS, y aunque concretó los convenios que Fidel le había encargado, regresó a Cuba muy decepcionado de los soviéticos.
El Che le dijo a los Castros que esos rusos comunistas le darían de todo a Cuba, pero utilizando a la Isla como punta de lanza para enfrentar a USA en las narices gringas; dejándoles claro el Che que él no estaba de acuerdo con eso porque la revolución cubana perdería identidad y se mancillaría la memoria de los miles de guerrilleros que murieron, pero no por un socialismo en Cuba.
Raúl Castro, ambicioso materialista siempre, le contestó al Che que no importaban las pretensiones soviéticas, porque la URSS les daría de todo para vivirse muy bien.
Irreconciliables Raúl y el Che, este último emplazó a Fidel para que decidiera. El jefe barbudo le contestó al Che que “lo ponía entre la espada y la pared, y como Raúl era su hermano se ponía del lado de él”. El Che ahí mismo renunció a la presidencia del Banco Nacional, se negó a ocupar más cargos, y días después decidió irse de Cuba, pretextando armar una guerrillea en Bolivia.
Fidel, que realmente quería al Che, se opuso a que el Che se fuera para Bolivia, argumentándole que en ese país no existían condiciones sociopolíticas para hacer viable a una guerrilla triunfadora.
Aun así el Che se empecinó en irse. Raúl no movió un dedo por evitarlo, sino todo lo contrario…
Cuando la CIA detectó la presencia del Che, junto con militares bolivianos, organizó la captura del Che; Fidel Castro se enteró y le ordenó a su hermano Raúl que infiltrara a un comando cubano para sacar al Che de Bolivia. Raúl, esgrimiendo muchos pretextos, nunca hizo nada para salvar al Che.
Paradójicamente la CIA estuvo en contra de que mataran al Che. Una vez que lo capturaron, se esforzaron en tratar de que el gobierno y los altos mandos militares bolivianos, les permitieran llevárselo para Panamá donde pretendían interrogarlo.
Félix Rodríguez, agente cubano de la CIA que participó en la captura del Che, quien todavía vive, en Miami, contó que el Che –que a tantos mandó a matar- pedía que no lo mataran, diciendo “Yo les valgo más vivo que muerto”. Así se portó el “valiente guerrillero” tan venerado por los socialistas-comunistas.
La CIA no pudo evitar que los militares bolivianos mataran al Che. En opinión de Félix Rodríguez, de la CIA, de muchos, y mía: matar al Che fue un gravísimo error porque al asesino guerrillero lo convirtieron en un mártir, y así logró vendérselo Fidel Castro al mundo.
Mientras que a Raúl Castro poco le importó la suerte del Che, la CIA trató de salvarlo.
Para que conozcan más del nefasto Raúl Castro les revelaré otra de las verdades del Che, que conocí de primera mano, personalmente, cuando trabajaba en la televisión cubana y me mandaban a cubrir eventos.
El 2 de diciembre de 1995, veintiocho años después de la muerte del Che, los hermanos Castros invitaron a varios altos oficiales bolivianos para que les acompañaran en una revista militar en la Habana.
El día anterior, durante los ensayos del evento, los soldados cubanos marchaban solemnes y saludaban en silencio, marciales, a la tarima.
Sin embargo, al otro día, mientras acontecía el evento, cada vez que las tropas pasaban frente a tribuna, los soldados –enérgicos- gritaban “¡Che!” lo que llamó la atención de todos los asistentes.
Fidel Castro, tan contrariado como sorprendido, preguntó por qué decían “Che”. Raúl Castro negó saber. Sin embargo, uno de los oficiales bolivianos, el por entonces general Mario Vargas Salinas, nervioso, aflorándole lágrimas, y ante Fidel, le dijo a Raúl: “tengo que hablar”, a lo que Raúl reaccionó angustiado. Fidel Castro inquirió al general boliviano y este le contestó a Fidel “no sé cómo lo supieron, pero ellos (los soldados cubanos que marchaban) saben que yo sé dónde está el Che”. Este suceso es más que evidente al probarse que Raúl Castro siempre estuvo al tanto de todo lo acontecido con el Che y se mantuvo callado durante casi tres décadas.
De inmediato Fidel Castro ordenó coordinarse la búsqueda de la fosa donde habían enterrado al Che, que luego estuvieron buscando durante dos años, pues el general Vargas Salinas sabía que era cerca de una pista de aviación, pero el que conocía el lugar exacto era el teniente coronel boliviano Andrés Selich que se llevó tal secreto a su tumba cuando murió en 1973. Una multidisciplinaria comisión científica logró encontrar la fosa común donde estaba enterrado el Che junto con otros guerrilleros, el 28 de junio de 1997, en Valle Grande, muy cerca de La Higuera, donde ajusticiaron al Che.
Luego Fidel Castro montó el show de la llegada triunfal del ataúd del Che a la Habana, el 13 de julio de 1997, orquestando una victoria política cuando los cubanos pasaban hambre a raíz del derrumbe de la URSS, la nodriza de la dictadura cubana.
Momento que escogieron muy oportuno, para los Castros idóneo: a pocos días de la fecha más emblemática de la dictadura, el 26 de julio, a unas semanas del V Congreso del Partido Comunista y del 30º aniversario de la muerte del «Guerrillero Heroico».
Los Castros mandaron a construir, en tiempo record, un mausoleo-museo donde guardaron los restos del Che, en el centro de Cuba, en la ciudad de Santa Clara.
En ese mismo lugar, el 20 de octubre del 2004, se cayó Fidel Castro, cuando finalizaba un discurso en “homenaje” al Che. Fidel tropezó y tuvo una estruendosa caída. La gente, del pueblo, siempre ha comentado, que el espíritu del Che lo empujó, por utilizarlo para manipular a los cubanos.
Desde ese día, Fidel Castro nunca volvió a pararse, levantarse de salud, porque a partir de ese accidente se desencadenó la cadena de males que lo llevaron a morir doce años después. Nunca se pudo recuperar el máximo verdugo de los cubanos.
Hay muchas más verdades, que los comunistas cubanos y sus cómplices se esfuerzan en mantener ocultas, como para escribirse un grueso libro, pero las que muestro en esta columna bien pueden ser suficientes para que los ciegos fans del Che abran los ojos y sepan quién realmente fue el “incólume y valiente” guerrillero que veneran.