Por: Joan Sebastián Moreno
Las relaciones de pobreza y riqueza, inherentes al estudio critico de las dinámicas sociales, que han motivado los estudios demográficos, sociales y económicos en países cuyas raíces emergen de una compleja mezcla entre lo rural y lo urbano, dejan entrever que Bogotá no es una ciudad que escapa a todas las realidades que se presentan en las grandes urbes latinoamericanas.
Aquel es el caso de los Barrios San Martin de Loba y Caracolí, dos puntos en lo alto de la periferia bogotana, dos barrios que perfectamente muestran la convergencia entre lo urbano y lo rural, no porque gocen de tierras productivas, sino porque en verdad su población está compuesta en gran parte por campesinos migrantes, que han apostado, por una parte, a mitigar las consecuencias de un desplazamiento forzado que se manifiesta de dos maneras:
La primera, instrumentalizando el terror y las armas para despojar de la posesión de la tierra a sus propietarios. Y el segundo, desestimulando el crecimiento agrario, para que esa fuerza de trabajo se sume a labores industriales, lo que indudablemente genera un crecimiento demográfico desordenado en las ciudades de los Estado de Latinoamérica y el Caribe.
Así lo comenta Mariela, una niña que como su hija o hermana dice: “mi mamá viene del campo, de Boyacá, llegamos a la ciudad porque la guerrilla nos desplazó de la finca de mi papa, entonces pues se la trajo a trabajar, vivieron en arriendo por allá en el barrio Girardot, y ya luego mi papá compró un lote acá arriba (en San Martín de Loba primer sector) y luego ya se vinieron a vivir, mi mami, mis hermanos y nosotros que éramos pequeños, (…) menos la que se acaba de ir, ella si nació acá
Tal como sucede en Caracoli o en San Martin de Loba, en Latinoamérica la mayoría de los procesos de urbanización se han dado sobre la base de la migración forzada, conformando algo así, como un modelo ecleptico de sociedades desiguales, que involucran un componente agrario en el espacio urbano.
Sin embargo, la cuestión expuesta anteriormente genera una sensación de incertidumbre en lo que respecta al agro, dado que la población campesina colombiana y latinoamericana ha sufrido fuertes rupturas en los sistemas tradicionales de relacionamiento, que son resultado de reformas en las técnicas agrícolas, los medios de transporte, los productos y formas de cultivo, la creciente urbanización, el desplazamiento forzado, las consecuencias de la estratificación social, los cambios en las instituciones representativas, el impacto de los medios de comunicación y de forma crucial la expansión de los niveles de delincuencia que agravan la situación de la propiedad de la tierra, la estabilidad de soberanía alimentaria, la titulación de los baldíos, la comercialización e intercambio de productos y la consolidación de una reforma agraria que mejore las condiciones de existencia del campo y el campesinado (Que no son las propuestas por el acuerdo de paz). Y que en tiempos de pandemia, no tiene una posibilidad palpable que pueda mejorar.
Es consecuente afirmar que la lista de ejemplos es múltiple en Latinoamérica, y que los mismos sirven para ejemplificar, como el proceso migratorio del campo a la ciudad ha sido en efecto, un proceso fallido. Petare en Caracas Venezuela, la Fabela de Rocinha en Sao Pablo Brasil, o Chamalhuacan en México, denotan el peor fracaso de los intentos por urbanizar las capitales de los Países latinoamericanos. Empero, el proceso de urbanización no ha sido del todo desorganizado, pues ciudades como Buenos Aires o Santiago de Chile, denotan un modelo urbanístico centralizado y ordenado en una expansión demográfica responsable, debido en gran parte a las dictaduras militares que redujeron de manera considerable la pirámide demográfica y evitaron que la gente que se ubicaba en los sectores rurales, migrara a los centros urbanos, en gran parte por temor a la dictadura.
A diferencia de aquellos; países como Colombia, Nicaragua, Guatemala, entre otros que han tenido el infortunio de generar condiciones de violencia propicios para la formación de guerrillas, han tenido un proceso a la inversa, los campesinos migran a las ciudades, con el objetivo de evitar la guerra, el reclutamiento forzado, las violaciones y el despojo de su tierra, aunque de por sí, el mero traslado del campo a la ciudad, desliga el factor de producción más importante para el campesino, – su tierra. Asi, se entiende que la vereda es la más importante unidad de sociabilidad del campesino después de la familia, pues al ser una unidad de interacción básica característica de la sociedad colombiana es de gran relevancia en la compresión de las formas de relación social, conformación grupal y conciencia del campesino, al ser la base geográfica en donde desarrolla lo fundamental de su actividad productiva y por tanto de su sensibilidad cotidiana.
Con esto se reafirma la relevancia del territorio para los campesinos, pues históricamente además de ser fuente de subsistencia es el primer espacio geopolítico de interacción social y comunitaria sobrepasando el ámbito personal y familiar.
Y en ese sentido, los barrios periféricos, como Caracoli o San Martin de Loba, el primero Ubicado en Soacha y el segundo en San Cristóbal, son manifestaciones claras de una mezcla de lo rural y lo urbano no representadas como sectores de una localidad, sino como agrupaciones de personas que se asientan sobre veredas urbanas.
Esta categoría, la de “veredas urbanas”, son la muestra representativa del modelo de integración entre lo urbano y lo agro, procesos que generalmente siguen un patrón en gran parte de América Latina, y que finalmente tienden a demostrar, que el crecimiento desmedido de las ciudades rodeadas por cinturones de miseria se debe en gran parte a factores de violencia e ineptitud administrativa por generar políticas públicas para el mejoramiento de estas comunidades olvidadas.
Joan Sebastian Moreno Hernandez
Columnista de opinión