Por: Andrés Villota
Una oenegé de origen estadounidense promueve en X (Twitter), un concurso para escoger al colombiano más resiliente. El ganador será el más perdedor, el que haya tenido la peor existencia, la vida más infeliz, más desgraciada y más amargada.
El elegido, deberá seguir a la búsqueda de más y de nuevas tragedias porque el que se deje pisotear, dominar, robar, mangonear, esclavizar, sin oponerse, sin cuestionar, sin revirar, sin defenderse, sin pensar, sin protestar, ese es el colombiano más valioso porque, según la narrativa del comunismo global, eso significa ser resiliente.
La exaltación a la desgracia no solo es algo que debe ser premiado o reconocido, sino que se trata de una condición, un pre requisito para obtener algo en la vida en medio de un régimen comunista como el que pretende imponer Gustavo Petro en Colombia.
La resiliencia es posible sólo sí, previamente, existe la condición de víctima. Ser considerado o percibido como una víctima se convirtió en una rentable industria que se tomó todos los ámbitos de la vida nacional porque solo pueden ser resilientes, las víctimas artificiales.
Las verdaderas víctimas del comunismo asesino, no son consideradas como tal por los dueños de la narrativa de la resiliencia. Los dueños de esa narrativa en Colombia determinan los requisitos para ser considerado como una víctima que pueda aspirar a, en el futuro, ser ungido como un colombiano resiliente.
Los dueños en Colombia de esa franquicia que administra la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a nivel global, son un par de rufianes de barrio de la calaña de Ernesto Samper Pizano y de Juan Manuel Santos Calderón alias “Colombian Oficial #3”, que llegaron de manera fraudulenta a la presidencia de Colombia.
También, son socios de la franquicia, tipos con la mini altura moral de Iván Cepeda, reconocido en las prisiones del mundo por extorsionar a los reos, especialmente en las cárceles de los Estados Unidos en las que se conservan todas las pruebas de cuando se dedicaba a fabricar víctimas a cambio de dádivas y favores judiciales.
Y miembros díscolos de la iglesia católica como Francisco de Roux, que renunció a su voto de pobreza para poder recibir miles de millones de pesos, provenientes de la fortuna de origen dudoso de George Soros. Esa pléyade de facinerosos determina los requerimientos mínimos para ser considerado como una víctima que pueda ser digno de adquirir la resiliencia.
El Acuerdo de Paz con las FARC se convirtió en una fábrica de víctimas. Los que no pudieron demostrar una afectación directa con la amenaza terrorista comunista, se inventan que no tienen derechos ni libertades para poder martirizarse y perpetuar su condición resiliente.
Una mujer, un travesti, un tegua, un negro, un aborigen, un inmigrante, un gay, un pobre, son auto percibidos como victimas, solo por su genero, ignorancia, raza o preferencia sexual. Son víctimas, candidatas para lograr el grado de resilientes.
Los niños, hoy quieren ser niñas porque eso significa que van a tener un trato preferencial. Los abusadores sexuales dicen que son no binarios o travestis porque saben que eso los hace inmunes a la acción de la justicia en su contra.
La fábrica de desgracias para producir víctimas a escala industrial, utiliza la narrativa como arma de destrucción masiva que solo puede ser utilizada en medio de sociedades sometidas, ignorantes y auto percibidas como resilientes.
Solo, una sociedad resiliente puede ser tan ignorante como para creer que se va a ahogar porque se van a derretir los polos por culpa de los que usan desodorante y pintura en aerosol. Solo una sociedad resiliente puede elegir a Gustavo Petro como su presidente.
La llegada de Gustavo Petro a la Casa de Nariño es un acto supremo de resiliencia nacional. El hampón, el ladrón, el secuestrador, el terrorista, el asesino, el drogadicto que al interior de las filas del grupo de forajidos del M-19 se disputaba con Guillermo Asprilla el título del más sanguinario, se mereció por su condición de asesino desalmado, una oportunidad para resarcirse con la sociedad a la que azotó de manera despiadada.
Cada alocución presidencial es la versión petriana del Delirio sobre el Chimborazo del masón Simón Bolívar que, parece, lo hace bajo la influencia de algún alucinógeno o de alguna droga potente que lo hace desconectarse de la realidad, como a esos caciques indígenas que se toman el yagé para poder ver el futuro de su tribu.
El estado ideal de la población colombiana es vivir de manera permanente en medio de la pobreza y de la miseria como un paso previo a la santidad liberadora de la resiliencia. Los colombianos deben ser pobres y vivir en la miseria para que Gustavo Petro salve a Colombia de su desgracia, convirtiendo al comunismo en la única receta para poder salvarlos.
Los que trabajan, producen y progresan, dejan de ser víctimas y, por ende, ascienden a una dimensión superior en la que su mente deja de ser vulnerable para ser permeada por los dogmas comunistas. Solo los tarados pueden creer que el comunismo es una buena idea.
No es necesario ser científico de cohetes para darse cuenta del bajo coeficiente intelectual mostrado por los miembros del gobierno de Gustavo Petro, que se victimizan por su condición de idiotas, con la clara intención de que sus crímenes, vejámenes, propuestas, disparates, comentarios, mañas, deben ser aceptados por la sociedad colombiana como una forma de resiliencia comunal.
Ignorantes, drogadictos, inexpertos, incompetentes que se venden como modelos a seguir para que los colombianos vean su ejemplo y se den cuenta que ellos, a pesar de ser unos perfectos fracasados y perdedores, ahora son los que mandan en Colombia, son los que se apropian de los recursos públicos y ese logro, creen los petristas, es el justo premio por ser resilientes.
La productividad paupérrima de Colombia es una consecuencia de la maldición de la resiliencia. En las universidades privadas nadie se quiere matricular porque recibir educación de calidad los saca automáticamente de cualquier posibilidad de tener el nivel de resiliencia exigido por los empleadores, que prefieren contratar a los más ignorantes, incompetentes e improductivos, porque ellos sí son resilientes.
Los bogotanos, por ejemplo, odian a Enrique Peñaloza porque los deja sin la posibilidad de auto percibirse como resilientes porque no los robó, quiso que los niños de escasos recursos fueran a colegios gemelos de los mejores colegios privados de la ciudad, construyó obras públicas útiles y pretendió convertir a la ciudad en un lugar seguro.
Gustavo Petro durante su alcaldía trató de destruir todo lo hecho por Enrique Peñaloza para que los bogotanos sean victimas y puedan merecer ser resilientes a perpetuidad. Por eso quieren elegir a Gustavo Bolívar como su alcalde para que puedan seguir revolcándose entre sus propias desgracias y miserias de manera vitalicia.
Valentina Castro es una top model colombiana que triunfa en las pasarelas del mundo. Gana más que un modelo hombre biológico binario blanco, a pesar que ella es una mujer biológica binaria negra. Los comunicadores sociales tradicionales la martirizan diciendo que vivía en Tumaco, Nariño y trabajaba haciendo trenzas. Trabajar es una desgracia para los estándares de la resiliencia.
El conocimiento condena, la ignorancia dignifica. Las universidades han diseñado programas académicos para no superar la victimización. Se inventaron programas impertinentes para el mercado laboral colombiano para que sean unos fracasados profesionales y así aseguren su permanencia en la élite resiliente.
Eunucos laborales que puedan ejercer una presión social que sea capitalizada por los comunistas para perpetuarse en el poder, ofreciendo soluciones a los problemas que ellos mismos fabricaron de manera artificial.
El clímax de la resiliencia colombiana sería que capturen con fines de extradición al presidente Gustavo Petro. Ser gobernados por un hampón drogadicto, eso generaría dentro de los colombianos una bendición masiva, un acto supremo de esa maldición llamada resiliencia.
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En las oficinas de Crédito Público deben de estar muy felices porque, tras confirmarse la manera fraudulenta como llegó Juan Manuel Santos al poder en los años 2010 y 2014, Gustavo Petro tiene una oportunidad de oro para poder declarar la deuda odiosa, sobre todo el endeudamiento público colombiano ocurrido en el periodo comprendido entre los años 2010 y 2018, por tratarse de un gobierno espurio.