Por: Milla Romero Soto
Este artículo versa sobre el primer derecho humano, el origen de todos: la vida. Podemos iniciar afirmando que el principio de la vida es la concepción; esta afirmación no reposa en ideología, es un hecho científico demostrado.
Igual de cierto es que ésta es la etapa más frágil del ser humano, por tratarse de sus inicios, que requiere claramente protección natural y jurídica, lo cual está consagrado como el primer Derecho Fundamental de la Constitución Política colombiana, artículo 11, y se ve reforzado mediante el bloque de constitucionalidad en el artículo 4 de la Convención Interamericana de Derechos Humanos.
Sin embargo, la vida en su inicio no ha gozado de la protección natural y jurídica que requiere, incluso extremando su vulneración con las sentencias de la Corte Constitucional números C 355 de 2006 y C 055 de 2022 mediante la cual se legitima la eliminación de la vida humana en sus inicios, con la creación de causales que pueden ser fácilmente resumidas en “incomodidad”.
La vida del que está por nacer no es bien vista por las circunstancias que lo rodean, porque está enfermo y no viene perfecto, porque su madre fue víctima de su padre y en él se traduce un castigo no merecido, o porque su progenitora se “estresó” al verse embarazada. Bien conocemos todos que el “llanto fácil” es actualmente la causal más utilizada cuando se mencionan temas de salud y, debido a las circunstancias antes mencionadas, el asesinato de inocentes ha ido en aumento llegando a cifras tan alarmantes como 30,000 abortos por año en nuestro país.
Pero lo más triste es la forma. Gracias a la resolución 3280 de 2018 emitida por el Ministerio de Salud, en abortos tardíos se utiliza la inyección de cloruro de potasio, misma utilizada para ocasionar la muerte a reos sentenciados a pena de muerte en Estados Unidos. Esta inyección se encarga literalmente de quemar las venas a medida que viaja al corazón. (Fuente: Human Rights Watch). La diferencia en estos casos, es que a los reos se les aplica anestesia, y al inocente en el vientre de la madre se le hace sufrir la más dolorosa agonía, reconocida y evitada por el derecho norteamericano.
Está demostrado que el ser humano concebido siente dolor desde recién nacido, incluso desde el útero, como se evidencia en varias referencias científicas.
Es preciso reconocer el aborto como una práctica salvaje, propia del oscurantismo, tan condenable como cualquier forma de tortura utilizadas en esa época. Es necesario aclarar que con el advenimiento de la fetología y las imágenes ultrasónicas, queda sin piso el argumento de la ignorancia para justificar estas prácticas, pues la ciencia nos ha mostrado a esos inocentes haciendo movimientos defensivos y gesticulando gritos silenciosos en los que se evidencia su miedo y dolor ante el peligro que representa el ataque del profesional encargado de asesinarlo, como fue expuesto en el documental denominado “El grito silencioso” de Bernard Nathanson, el mayor médico abortista de la historia, quien una vez establecida la realidad de lo sucedido, reconoció al aborto como una práctica inaceptable en la actualidad declarándose, posteriormente, como un defensor de la vida humana.
Desde todos los sectores estamos obligados como especie racional a iniciar una cultura en defensa de la vida inocente, pues actualmente prima una especie de cultura del descarte que lleva a asesinar todo aquel que no es perfecto o es considerado subjetivamente inconveniente.
Es necesario parar YA. Así como nosotros tuvimos el derecho a nacer no podemos arrebatárselo a otro ser humano y sobre todo a un ser humano indefenso. Para lograrlo es necesario trabajar en educación en valores, en una sexualidad responsable, en PATERNIDAD RESPONSABLE, donde el respeto, la responsabilidad y el amor sea la base de la educación en los hogares colombianos.