Por: Mayor General (RP) William René Salamanca
El pasado Lunes, mientras el mundo conmemoraba el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, llamé a Flor (Florinda Farfán) para reiterarle mi apoyo incondicional en la búsqueda de su hija, Julie Yesenia Chacón Farfán, una de las niñas desaparecidas hace más de 25 años en la localidad de Suba, en el noroccidente de Bogotá.
Fue un momento sobrecogedor que trajo a mi memoria el impactante relato que me compartió en mi oficina, cuando me desempeñaba como Superintendente de Vigilancia y Seguridad Privada encargado y ella prestaba sus eficientes servicios en la misma entidad.
Como padre, es difícil contener las lágrimas ante tanto sufrimiento, y como policía es frustrante comprobar que todos los esfuerzos que desde ese día hemos desplegado aún no han dado el resultado esperado. Un cuarto de siglo después de ese fatídico 20 de febrero de 1996, no hay ni el menor rastro de la niña que en ese entonces tenía tan solo 11 años.
Lo único concreto fue que la pequeña estudiante de séptimo grado salió esa mañana vestida con su uniforme de falda a cuadros y saco azul rumbo al colegio San José de Calasanz, a tan solo dos cuadras de su casa, en el barrio La Manuelita, y jamás regresó a su hogar.
Desde entonces, la vida de Flor se llenó de un sufrimiento inefable y de una eterna incertidumbre, porque, de seguro, no hay nada en el mundo comparable con tener a un ser querido desaparecido, sin saber si está pasando penurias y, lo peor, sin tener la menor idea de si está vivo o muerto.
Ese es el mundo de Flor, una mujer que primero recorrió hasta el último rincón de la localidad de Suba, que empapeló Bogotá con la imagen de su hija, que viajó a todo pueblo y monte de Colombia donde falsos informantes afirmaban haber visto a su única hija. Los habitantes de Casanare, Guaviare y Tolima son testigos de los pasos errantes de esta madre atribulada que solo la motiva a seguir viviendo el anhelo de volver a ver a su hija.
Es una eternidad guardando hasta el último recuerdo de su pequeña, sin perder la esperanza de un día no muy lejano volver a verla o, por lo menos, saber dónde está su tumba. Es una muerte en vida a la espera de un milagro.
Es el mismo drama que viven las familias de Nini Johana Moncada Correa, desaparecida en esa zona desde el 5 de julio de 1995, y de
Andrea García López, cuyo rastro se perdió el 27 de noviembre del mismo año, al igual que meses después ocurrió con Johana Alexandra Rodríguez y María Yolanda Perdomo.
Es la misma tragedia de miles de seres humanos víctimas de este delito de lesa humanidad que, como bien lo señalan las Naciones Unidas, es una práctica que no se limita a los parientes próximos al desaparecido, sino que afecta a su comunidad y al conjunto de la sociedad, y que, al habérsele separado del ámbito protector de la ley y al haber ‘desaparecido’ de la sociedad, se encuentra, de hecho, privado de todos sus derechos y a merced de sus captores.
Incluso, si la muerte no es el desenlace final y tarde o temprano termina la pesadilla y queda libre, la víctima y su familia pueden sufrir durante largo tiempo las cicatrices físicas y psicológicas de esa forma de deshumanización y de la brutalidad y la tortura que con frecuencia la acompañan.
En nuestro país, según el informe ‘Hasta encontrarlos: el drama de la desaparición forzada en Colombia’, elaborado por el Centro Nacional de Memoria Histórica, entre 1970 y agosto de 2018 se reportaron más de 60 mil casos de desaparición forzada, obvio, sin contar los de los últimos tres años, incluidos los 2269 registrados en tan solo los primeros siete meses de 2021, tal como lo reveló esta semana el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.
Sobre los autores intelectuales y materiales, el estudio de Memoria Histórica concluyó que los grupos paramilitares fueron responsables del 46,1 %; las guerrillas, de casi el 20 %; los grupos posdesmovilización, del 8,8%, algunos agentes del Estado, del 8 %, y el 15,9 % a grupo armado no identificado, con afectación en 1010 municipios, en especial los pertenecientes a las regiones del Magdalena Medio, el oriente antioqueño y el Valle de Aburrá.
Como oficial de policía fui testigo de la valentía y profesionalismo de los grupos especializados de la Policía Nacional, la Fiscalía General de la Nación y la Justicia Especial para la Paz (JEP) que, con el apoyo del Ejército Nacional y en medio de campos minados y hostigamientos, se juegan la vida para ayudar a desenterrar la verdad, tal como ocurrió esta semana con el equipo que fue intimidado en Saravena (Arauca). Son más de 9400 cuerpos encontrados en los últimos años, de los cuales más de la mitad ya fueron identificados plenamente y entregados a sus familiares.
Todo nuestro reconocimiento a estos hombres y mujeres que, con su abnegado trabajo, le devuelven la esperanza de vivir a tantos hogares colombianos.
Pero este flagelo no solo azota a Colombia. En Camboya, por ejemplo, buscan a más de un millón de desaparecidos y en México, a 75 mil, mientras que en España se cree que más de 130 mil cuerpos yacen en fosas comunes. En Argentina, donde el pasado lunes rebautizaron una avenida con el nombre ‘Son 30.000’, rindieron un sentido homenaje a igual número de desaparecidos.
Es un drama universal que debe comprometer aún más a las autoridades y ciudadanos de todo el planeta, para que mediante el uso de información fidedigna y solidaria, más la utilización de los avances científicos forenses y una mayor y fluida cooperación internacional, se redoblen esfuerzos para aliviar el sufrimiento de Flor y demás víctimas de desaparición forzada.
A los colombianos, nuestra invitación es a no desfallecer en la búsqueda de nuestros desparecidos y a aportar cualquier detalle que pueda contribuir a dar con el paradero de alguna de las víctimas, como la pequeña Sara Sofía Galván, a quien no hemos podido encontrar desde el pasado mes de enero en Bogotá.
Tan solo imaginen, por un instante, la inconmensurable alegría y la eterna gratitud de una familia que reciba semejante ayuda.
Para Flor, nuestro abrazo fraterno, con el compromiso de seguir haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para ubicar a Julie Yesenia; abrazo y compromiso que hacemos extensivos a cada una de las familias colombianas que viven esta pesadilla que lacera el corazón de nuestra sociedad.