Por: Ricardo Angoso
La guerra concluirá en una mesa de negociaciones, eso algo que está meridianamente claro aunque ambas partes ahora se niegan a aceptarlo. Ninguno de los dos bandos podrá derrotar al otro de una forma total y lograr todos sus objetivos militares en el campo de batalla de una forma rotunda.
por Ricardo Angoso
Se repite en estos días con bastante insistencia que todos los conflictos terminan en la mesa de negociaciones con un gran acuerdo político entre las partes en liza. Sin embargo, en la guerra de Ucrania se echa en falta la voluntad de ambas partes -la atacada, Ucrania, y la atacante, Rusia- de sentarse a dialogar y abrir un proceso de conversaciones al más alto nivel que permita atisbar una salida negociada al conflicto. Tanto Moscú como Kiev parecen estar dispuestas a llevar el conflicto hasta las últimas consecuencias y sin plantear alternativas o salidas políticas a una guerra que se apresta a cumplir ya un año.
Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, como aseguraba Carl von Clausewitz, el ataque a Ucrania ha sido la exposición por parte de Moscú de qué es lo que busca realmente y quiere mostrar al mundo. Rusia, siguiendo la tradición imperial de los zares rusos de los siglos XVIII y XIX, reconstruye su imperio a base de sustraer territorios en su periferia, que considera sujeta a una suerte de doctrina de la soberanía limitada de sus vecinos, en una reactualización de la “doctrina Breznev», en la que se sostenía que, en virtud de la «solidaridad socialista internacional», la URSS tenía el derecho de intervenir en los asuntos internos de cualquier país socialista si optaba por reformas que pusieran en peligro el régimen comunista. Ahora Rusia invoca, de una forma u otra, esa misma doctrina y se cree con el derecho de intervenir en los asuntos de sus vecinos e incluso ocuparles algunos de sus territorios, como ha hecho con Ucrania en Crimea y el Donbás. O presionarles por la vía militar para que no se adhieran a la OTAN y esta organización transatlántica extienda sus fronteras hacia el Este.
Siendo fiel a esta doctrina, el presidente ruso Vladimir Putin impuso brutalmente la paz y el orden en Chechenia, a costa de devastar esta pequeña región y situar al frente de la misma a una administración dócil a sus designios; mantuvo sus fuerzas de ocupación en Transnistria (Moldavia); humilló a Georgia en una mini guerra, en el año 2008, reconociendo a los territorios ocupados de Osetia del Sur y Abjasia; y se anexionó Crimea, en el 2014, para después de consumado el hecho armar e incitar a los rebeldes del Donbás a levantarse contra el ejecutivo de Kiev.
La guerra en el Donbás es otra de las razones que esgrime Putin para justificar su agresión contra Ucrania, ya que, en su opinión, existe un presunto genocidio de los habitantes de esta región a manos ucranias. Desde el 2014 hasta ahora han muerto más de 15.000 personas, entre civiles y militares de ambos bandos, en la guerra y en la actualidad se están librando los más cruentos combates entre rusos y ucranios en este territorio.
LOS CALCULOS ERRONEOS DE PUTIN
El problema es que el presidente de Rusia, Putin, ha errado el tiro y le ha salido por la culata en la guerra de Ucrania. Esperaba poder entrar triunfante en Kiev en apenas días y cambiar el gobierno de este país sin apenas resistencia, pero, en lugar de ese escenario, se encontró una resistencia tenaz y decidida a hacerle frente a los rusos. Las fuerzas ucranias pararon la ofensiva purtinesca contra la capital y les infligieron grandes daños al Ejército ruso.
Putin confiaba en que Ucrania se rendiría en días y no ofrecería resistencia alguna en el Donbás, la costa del mar Negro con todos sus puertos y en las ciudades de Járkov y Jersón, para, a renglón seguido, anexionarse todos esos territorios siguiendo su tradición neoimperialista. Pero lo que tenía que haber sido un paseo militar sin apenas combates ni lucha por parte del enemigo ucranio, se está convirtiendo en una guerra de desgaste en que el tiempo juega en contra de los rusos.
La guerra contra Ucrania comienza a ser muy impopular, aunque desconocemos lo que realmente está pasando en el país; los desertores rusos de la guerra se cuentan ya por miles y huyen por cualquier medio; más de un millón de rusos han abandonado el país porque no quieren vivir en una nación abatida por las sanciones, la guerra, el aislamiento internacional y la falta de expectativas razonables de vida; y la moral de los militares rusos, a tenor de varias derrotas y la impotencia por no poder derrotar rápidamente a los ucranios, podría estar por los suelos. La situación en sus filas es “desesperada”, según fuentes de los servicios secretos británicos.
El jefe de los servicios secretos británicos, Jeremy Fleming, aseguró en una conferencia que Putin ha cometido “errores de juicio estratégicos” y “Rusia se está quedando sin municiones y tropas, y ciertamente se está quedando sin amigos”. Por ahora, pese al apoyo retórico de China e India a la causa rusa, solamente Irán y Bielorrusia le están prestando ayuda práctica sobre el terreno, pero no parece que en los próximos meses se intensifique esa cooperación y haya una implicación de ambos países, aunque algunas fuentes aseguran que podría haber asesores iraníes en materia de drones en una base militar rusa en Crimea.
MANIOBRAS POLITICAS Y DIPLOMATICAS FALLIDAS
A diferencia de las guerras de los Balcanes (1991-1995), en que hubo numerosas tentativas, planes fallidos, negociaciones secretas y numerosas iniciativas para buscar un acuerdo pacífico entre las partes enfrentadas, en la guerra de Ucrania escasean las mismas y no ha habido avances en el terreno político para buscar un acuerdo entre los dos bandos enfrentados.
En marzo del año pasado, cuando apenas comenzaba el conflicto, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, tuvo un papel determinante en una ronda de negociaciones entre dos equipos de Rusia y Ucrania para poner fin a la guerra, aunque no hubo avances de ningún tipo y la conversaciones se desarrollaron en una clima de desconfianza mutua y escasa disposición de las dos partes para abrir un verdadero diálogo político. Hasta se habló de un posible envenenamiento del equipo ucranio por parte de Moscú, algo que no sería nada extraño dado el siniestro historial político de Putin, viejo agente del KGB y maquiavélico líder entre las sombras del Kremlin desde tiempos remotos.
Más tarde, en julio del 2022, Rusia y Ucrania firmaron, también mediante la mediación de Turquía, un acuerdo en Estambul para permitir la exportación de cereales ucranianos bloqueados en los puertos del mar Negro por la guerra y que resultan imprescindibles en los mercados mundiales. Paralelamente a estas dos iniciativas, Moscú y Kiev han cerrado acuerdos para liberar con carácter recíproco prisioneros militares y, al menos, se han producido cinco intercambios de militares rusos y ucranios.
Pero, al margen del acuerdo de los cereales y estos intercambios de prisioneros, poco más se puede destacar en el terreno político y diplomático. Está claro que esta guerra acabará como todas las guerras en la mesa de negociaciones, toda vez que ninguna de las dos partes podrá derrotar totalmente a la otra e imponer todas sus condiciones. Ucrania lo tendrá realmente difícil para reconquistar todo el territorio conquistado por los rusos y para arrebatar el Donbás a Rusia, tal como ha expresado en numerosas ocasiones el presidente ucranio, Volodímir Oleksándrovich Zelenski, y tratan de conseguir por la vía militar las fuerzas ucranias.
PUTIN, EN SU LABERINTO
Pero Rusia tampoco puede esperar mucho tiempo porque su soledad en la escena internacional cada vez es mayor, el peso de las sanciones puede tener consecuencias muy graves para una economía ya de por sí maltrecha y muy dependiente del exterior, y porque cada día que pasa aparecen más voces disidentes en la sociedad rusa contra la guerra. A pesar de que Putin trata de acallarlas con la represión, la ley del silencio dentro de la institución militar y la descarada censura, esta ola de contestación y disidencia podría volverse en su contra y tener efectos no deseados que acaben desafiando a su omnímodo poder. Cada día de guerra la soledad del máximo líder ruso es mayor y la demostración de la misma fue su triste imagen en la misa de Navidad en el Kremlin, el pasado 7 de enero, rodeado de guardaespaldas y sin amigos ni familia.
Además, la misteriosa muerte de una veintena de oligarcas y empresarios rusos -todos en circunstancias extrañas y en “suicidios”no esclarecidos- cercanos e incluso algunos ligados al entorno de Putin hace crecer la sospecha de que la contestación a la guerra es mucho mayor que el supuesto monolitismo en torno a la misma que nos intentan vender los medios rusos. Putin entró en un laberinto el 24 de febrero, cuando atacó a Ucrania por seguir los consejos de sus asesores políticos y no los de los militares curtidos, y todavía no sabemos si encontrará la salida.
Para concluir, en estas circunstancias, pese a que la intensidad de los combates no se detiene pero tampoco el envío masivo de armas por parte de los países occidentales a Ucrania, las dos partes necesitan establecer un diálogo cuanto antes de una forma apremiante. Ya hay voces en Estados Unidos, sobre todo en el Partido Republicano, que claman por rebajar la ayuda económica y militar a Ucrania y la chequera de los europeos tampoco será eterna para ayudar a los ucranios, es decir, Zelensky debe entender que la negociación con los rusos será la única vía para parar la guerra y obtener algunos réditos. Mientras que para Rusia, y más concretamente para Putin, que desea conservar el poder a toda costa aunque hunda a su país en el mayor descrédito de la historia, puede que cuanto más tiempo pase en buscar el diálogo con los ucranios, menos tiempo le quede para lograr sus objetivos finales, cada día más inalcanzables y a un precio realmente alto para todos los rusos. Por otra parte, las bravatas de Putin, amenazando con un ataque nuclear a Ucrania, resuenan ya en el olvido y no parece probable que, de dar la orden, sus mandos militares le vayan a obedecer.
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