Por: Andrés Villota
En el mes de julio del 2013, Kevyn Orr, experto en bancarrotas corporativas fue nombrado por el entonces gobernador de Michigan, Rick Snyder, como director de emergencias de la ciudad de Detroit luego de haber sido declarada en bancarrota. Asumió las funciones del alcalde David Bing del partido Demócrata. Bing, a su vez, había reemplazado a Kwame Kilpatrick otro miembro del partido Demócrata que hoy paga una condena de 28 años de prisión por múltiples delitos, varios de ellos, asociados a su gestión como alcalde de Detroit.
La fórmula demócrata utilizada en Detroit es la misma que ha sido replicada en otras ciudades y países que los ha llevado a correr la misma suerte. Persecución al sector productivo, altos impuestos a los más ricos, crecimiento desbordado de la burocracia, contratos para los amigos del mandatario de turno, organismos de control y vigilancia inoperantes, inseguridad rampante, persecución a la policía, éxodo de las empresas, caída en el recaudo de impuestos, emisión de títulos representativos de deuda para tapar el hueco dejado por la falta de ingresos con el posterior default, deterioro en las condiciones de vida, éxodo de la población, ruina y miseria.
De nada sirvió que grandes corporaciones hicieran enormes inversiones o que los chefs nativos de Detroit renunciaran a sus trabajos en Londres, Nueva York o Chicago para tratar de revivir la gastronomía de una ciudad en la que sus habitantes tuvieron que utilizar el terreno de los parques públicos para poder sembrar sus alimentos y no morir de hambre. Las mansiones de los ricos a los que tanto persiguieron durante la hegemonía demócrata, hoy están abandonadas y en ruinas.
Detroit es una ciudad que pasó de la opulencia y del esplendor en la primera mitad del Siglo XX a la miseria, la desolación y la quiebra financiera de la mano de los alcaldes pertenecientes al partido Demócrata que desde el año 1962 no han abandonado la administración de la ciudad, varios han terminado sus mandatos capturados por actos de corrupción sin embargo, curiosamente, los pocos habitantes de Detroit que se quedaron siguen re eligiendo a los mismos para que hagan lo mismo en una extraña manifestación de masoquismo colectivo que, suponía, solo existía en la ciudad de Bogotá.
De la Nueva York del alcalde demócrata Bill de Blasio la gente se va, situación que parece repetir la debacle de la ciudad en las décadas de los setenta y ochenta. Algunos se han ido al Westchester County, los más ricos, pero son victimas de la persecución impositiva del gobernador demócrata Andrew Cuomo y han tenido que cambiar su destino a Estados gobernados por republicanos como la Florida que tiene varias ciudades dentro de las que más crecieron en el último año.
Austin en Texas es otro de los sitios preferidos para las migraciones internas en los Estados Unidos y los Estados de Tennessee y Texas atraen a las empresas que salieron huyendo del totalitarismo del gobernador demócrata de California, Gavin Newsom, en una dinámica que no tiene reversa. Detroit no se recuperará jamás, ni California volverá a ser el Golden State nunca más.
Varias ciudades de Colombia están siguiendo los pasos de Detroit. Los movimientos de revocatoria que han surgido, son la lógica respuesta a esa amenaza evidente.