Por: Rafael Rodríguez-Jaraba
La penosa situación social y económica que padeceArgentina, es vivo ejemplo del resultado perverso que arroja la articulación de la regresiva ideología populista, buena para sembrar esperanzas y tan solo cosechar frustración, desengaño y pobreza.
Por fortuna, Argentina tiene una nueva oportunidad para revertir su oscuro pasado, signado por el populismo, la corrupción, el abuso en el manejo de su erario, su errática política monetaria, una inflación sideral y el desmesurado crecimiento de su frondosa burocracia.
Para superar tamaño desafío, Argentina debe, reconocer el error de haber permanecido afecta a la discursiva populista del moribundo peronismo; erradicar el clientelismo; corregir y ordenar su política monetaria; abatir la inflación; y, reducir la dependencia del endeudamiento externo.
Pero por encima de todo, es imperativo e inaplazable que, el Banco Central de la República de Argentinarecupere -en la realidad- su autonomía e independencia, y deje de ser un apéndice del Gobierno para convertirse en la máxima autoridad monetaria, cambiaria y crediticia, así como responsable de velar por el mantenimiento del poder adquisitivo de la moneda que emite.
Al respecto es bueno recordar que, en 1694, William III, Rey de Inglaterra, asediado por la ruina de la corona, promulgó el Tunnage Act, creando el primer banco central del mundo al que llamó Presidente y Compañía Banco de Inglaterra y con ello, monopolizó de manera solapada en favor de su reino la emisión, circulación y regulación del papel moneda y conjuró la raquítica situación económica que sufría su reinado y la hacienda pública inglesa.
Muchos de sus sucesores y gobernantes de todo el mundo, durante siglos, resolvieron la iliquidez del erario, con la emisión abusiva y en ocasiones furtiva de dinero. Esta práctica hizo imperioso que los bancos centrales se convirtieran en organismos independientes regidos por el interés nacional y no por el querer de gobernantes transitorios.
La emisión excesiva de dinero, originó la Inflación Monetaria que es, el aumento de los precios por sobreoferta de medios de pago, fenómeno muy distinto a la Inflación Reflectiva que es, el encarecimiento por escasez de commodities o activos precursores de bienes procesados y, de la Inflación Inductiva provocada por la postura colusoria de intermediarios que en cubierta perfeccionan acuerdos para establecer precios mínimos de venta al consumidor y máximos de compra al productor.
Para que el mundo entendiera y pudiera enfrentar la Inflación Monetaria, fue necesario que Milton Friedman promulgara su Teoría de la Intervención Monetaria, la que predica que, el Estado puede controlar la inflación si regula la oferta monetaria a una tasa constante.
La Tasa de Intervención que fijan los bancos centrales, las OMAS, los REPOS y los TES, evidencian la eficacia de la teoría de Friedman, quién fue el último economista realmente merecedor de un Premio Nóbel.
Es evidente que, en Argentina, su banco central no tiene independencia frente al Gobierno, y, por ende, sus decisiones están supeditadas a la voluntad ondulante del presidente, y que, su órgano directivo, aparte de no ser técnico, da permanentes muestras de insuperable dificultad para entender y aplicar la Teoría de Milton Friedman, como quiera que no logra distinguir entre inflación Monetaria, Reflectiva e Inductiva, lo que pone en duda su capacidad técnica y hace nugatoria la eficacia de su intervención.
Además, de la falta de independencia y capacidad técnica del Emisor argentino, son recurrentes sus yerros, lo que propicia que la improvisación, el repentismo y las ocurrencias de los gobernantes de turno, sea lo que trace la política monetaria, lo que, al advertir la banca mundial y multilateral, los inversionistas y los mercados internacionales, les produce duda, prevención y reserva sobre la sostenibilidad económica de las finanzas de la nación.
Así resulte crudo decirlo, Argentina ha hecho del atajo, el esguince, el despojo y la arbitrariedad populista, el fundamento de su manejo monetario. Cómo olvidar la Ley de Convertibilidad, la fugaz aventura del Austral, la celada del Corralito, el cinismo del Default, las repetidas moratorias de su deuda, los tramposos bandazos cambiarios y hasta sus posturas desconsideradas frente a los inversionistas que compraron de buena fe bonos de su deuda, los que luego debieron vender y terminaron peyorativamente llamados Bonos Buitres.
Para rebozar la lista de desmanes, tampoco se debe olvidar que, la señora Cristina Fernández de Kirshner, en una decisión propia de un dictador africano, despidió al presidente del Banco Central por no plegarse a sus arrevesadas ocurrencias.
La nación argentina debe retomar su liderazgo perdido y volver a demostrar su capacidad para administrar la exuberante riqueza de su territorio y para reforzar los cimientos que fundieron los inmigrantes europeos para hacer de ella una nación modelo y probablemente, la más próspera del mundo.
Ojalá que, de llegar Javier Milei al poder, haga de la cordura, la racionalidad y la sostenibilidad el fundamento de la recuperación económica de la nación; materialice sus anuncios; modere sus pasiones y excesos; y, logre crear un consenso en favor de la necesidad de devolverle al banco central su independencia, lo que permitiría racionalizar la política monetaria y, por ende, hacer frente, de manera solvente y con instrumentos legales y eficaces, a la inflación que agobia y pauperiza a los argentinos.
Ojalá que Argentina abandone los toldos del populismo, empiece a cavar las sepulturas del peronismo y del indelicado Kirchnerismo, y retome el camino de la democracia plena.
Ojalá que Milei ayude a desterrar la plaga de comunismo que asedia el hemisferio, recupere el respeto, la independencia y la gobernabilidad de las instituciones republicanas, y reconstruya la Argentina civilizada, honorable, pujante y promisoria del pasado.