Por: Jorge Cárdenas
No vale la pena negar que los colombianos somos boquisucios. No voy a decir que todos, pero si una gran parte de nosotros usamos las vulgaridades como muletillas.
Es tal la magnitud que lanzaron incluso un “Diccionario de la maricada” donde reunían una gran cantidad de acepciones para esa palabra.
Desde el 2004, en una fiesta en Teatrón (una famosa discoteca gay en Bogotá) se hizo un homenaje en el que declaraban que, desde ese entonces, en Colombia, Marica no significaba gay. Hasta el periódico El Tiempo cubrió el evento y lo llevó a sus páginas.
Desde hace años decimos que lo que emberraca no es la palabra que se utiliza sino el tonito con el que se usa. Eso es lo que realmente determina si se trata de un insulto o de algo coloquial.
A los que somos mayores de 40 nos sorprendió escuchar, hace una década más o menos, como las adolescentes desde entonces se hablan entre ellas como “Oye marica,”. Fue ahí cuando empecé a reconocer que estaba perdiendo mi juventud, me sentí espantado por ambos descubrimientos. Y eso que yo soy bastante mal hablado.
Hace unos años estaba en una playa en Aruba; al día siguiente de un concierto; jugando voleibol con los músicos de la banda. Nos divertíamos tranquilos cuando unas señoras ya mayores que se asoleaban al lado se pararon disgustadas y mirándonos con rabia dijeron “deben ser colombianos” y se fueron lejos de donde estábamos. Solo hasta ese momento caímos en la cuenta de las muchas groserías que estábamos diciendo en medio de la emoción del juego.
La verdad es que, para ser justos, esto no es exclusivo de nuestro país. Es más, no es algo que solo sucede en nuestro idioma. Todos los países y todos los idiomas utilizan dentro de su jerga las groserías para cosas mucho más allá del uso propio de las palabras.
Lo que es vulgar y ofensivo en un país es una tontería en otro o significa algo diametralmente opuesto. Por ejemplo, yo vivo en México y acá si uno quiere iniciar una discusión acalorada que puede llevar incluso a los golpes solo basta con decirle a la otra persona, PENDEJO. Es preferible mentarle la madre a decirle un insulto que para los colombianos no pasa de ser un sinónimo de bobo o de algo que se puede desestimar y que nunca llevaría a una gresca. Esa misma palabra para un argentino es sinónimo de niño o niña. Algo hasta cariñoso.
No se si les haya pasado, pero cuando uno va a un país donde hablan otro idioma y trata de aprenderlo, justo después de que tus amigos te enseñan como saludar o decir tu nombre, te empiezan a enseñar las groserías propias del idioma.
Y es que no hay palabras más cargadas de emoción y a las que se les imprima tanta energía como a un buen madrazo.
En Cali, cuando era pequeño, antes de los partidos de futbol se cantaba el himno nacional y después el himno al Valle del Cauca que siempre finalizaba con… “Adelante feliz juventud” a lo que seguía un estruendoso AMERICA HP – Imagino que los hinchas del Deportivo Cali tendrán su propia versión-.
Pasa igual en el Metropolitano de Barranquilla antes de los partidos de la selección… “Del que murió en la cruz” y viene la explosión del Colombia más la ñapa del madrazo.
Prácticamente todos las usamos, y cuando son dichas en momentos que se piensan privados y por lideres del país la oposición saca partido a rabiar.
Le pasó a Álvaro Uribe con el famoso “Si lo tuviera aquí le daría en la cara, marica”. Casi lo hacen renunciar. Lo injusto del caso es que para el expresidente era una conversación privada. Jamás esperó que un imprudente infiltrado estuviera grabándolo.
Cuando el exgobernador y excandidato presidencial Sergio Fajardo estaba al frente del departamento bajo su eslogan “Antioquia la más educada”, se le oyó decir al aire en una entrevista radial “Estoy hablando como una güeva aquí, aló…” cuando creyó que la llamada se había caído. Tremenda contradicción para quien era el líder del departamento más educado. ¿Como serían los demás?
En fin, ejemplos hay muchos, pero el de esta semana protagonizado por la senadora y primera dama de la capital, Angélica Lozano, es digno de analizar.
Primero porque es una más de los altos representantes que han sido traicionados por la nueva manera de sesionar, las sesiones virtuales.
Se ha visto a un honorable parlamentario haciéndose masajes en plena sesión, a otra durmiendo; algo que, la verdad, no es extraño entre algunos senadores y representantes.
Aún no son capaces de diferenciar el que están trabajando desde su casa.
Segundo porque es una muestra más de la guerra frontal entre los de la Alianza Verde, El Polo democrático y los representantes de la “Colombia humana”. La realidad es que se odian.
La fractura entre ambas facciones de la izquierda colombiana es clarísima desde antes de la última contienda presidencial y se ha ido intensificando de cara a las próximas elecciones.
El apoyo de la alcaldesa Claudia López, su esposa, Jorge Robledo y su grupo, al excandidato Fajardo es algo que Petro, Bolívar y su sector no perdona ni perdonará. Y, al parecer, el madrazo iba dirigido precisamente a alguno o a todos ellos.
El último punto, a lo mejor más banal pero no menos divertido, es el hecho de que sean, precisamente, los “impolutos” quienes queden “empelotas” con esta situación.
La izquierda colombiana se ha autoproclamado prístina sin embargo tras ellos hay exterroristas, cartel de la contratación, saqueos a las arcas de ciudades y departamentos, acusaciones de violencia sexual contra menores protegidas por ellos mismos, … Una cantidad de evidencias de que ese titulo solo existe en su imaginación y en la de aquellos quienes ciegamente los siguen.
Lo de menos es el lenguaje utilizado o el que se hubiera hecho público; eso le puede pasar a cualquiera; pero ver como las palabras reflejan lo que hay en sus intenciones, si es preocupante.
Las fake news, la compra de testigos, las acusaciones sin fundamento, las bodegas destinadas a destrozar a sus opositores en redes sociales aprovechando hasta la rabieta de una niña; denota que para ellos la altura no existe y que cualquier método es valido para llegar al poder.
Tras la posesión del nuevo congreso, el pasado 20 de julio; con la anécdota del Presidente Duque y su comentario a los ataques de Aida Avella, miembro de las FARC, donde le dijo “Esta vieja” (otro colombianismo infaltable); la oposición al gobierno a viva voz pedían una retractación del primer mandatario e, incluso, no fueron pocos los que hablaron de su renuncia. ¿En qué posición están ahora ante los insultos proferidos entre los miembros de sus bancadas?
Al parecer es preferible permitir insultos que el encomendarnos a La Virgen de Chiquinquirá.
A este paso, a lo mejor, terminemos todos entonando el himno nacional en las sesiones del senado de la república y dando el mismo grito final del estadio metropolitano… ¡Viva Colombia, HP!