Por: Andrés Villota
Las teorías sobre finanzas conductuales o del comportamiento (behavioral finance) de los Premios Nobel en economía, Daniel Kahneman (2002) y Richard Thaler (2017) tratan de explicar desde otro punto de vista, la irracionalidad y la ineficiencia de los mercados bursátiles. Los seres humanos pueden no tomar decisiones racionales, a pesar de tener acceso ilimitado a la información en tiempo real y contar con innumerables herramientas de análisis técnico. Se tiende a tomar “atajos” al momento de analizar la información. Priman los criterios fundamentales, pues se recurre a las vivencias o a ejemplos del pasado que se puedan asociar a situaciones del presente. Dicho de otra manera, los sesgos cognitivos, pueden explicar y determinar la toma de decisiones de inversión.
La información es el insumo básico para tomar decisiones de inversión. Por eso es tan importante la estandarización de la información para que pueda ser fácilmente entendida en todos los grandes centros financieros dada la globalización de los mercados de capitales y la alta dependencia que tiene Colombia de la inversión extranjera, por estar saturado el mercado local con inversiones en TES. Que todos hablen el mismo “idioma”, favorece la toma de decisiones de inversión. Lo que explicaría la razón por la que las grandes empresas de Colombia, migraron su contabilidad a las Normas Internacionales de Información Financiera (NIIF o IFRS por sus siglas en inglés)
Los precios de los activos financieros fluctúan con base a la información pública sobre los estados financieros y los hechos que crean las expectativas. El riesgo asociado a la probabilidad que esos hechos ocurran en el futuro, determina el valor de los activos en el presente, que se transan en los mercados bursátiles. El precio es una prima de riesgo que se paga de manera inversa. Se paga más por los activos menos riesgosos, y se paga menos, cuando se asume un riesgo mayor.
La confianza sobre la ocurrencia o no, de los hechos, determina el riesgo relativo de los activos financieros porque, ese tipo de activos, son intangibles y representan flujos futuros que se negocian en el presente. Los dividendos que paga una empresa al propietario de una acción. O el cupón que le paga la empresa que emite un bono al tenedor del mismo, son ejemplos de esos flujos futuros de los que se deriva el rendimiento financiero.
Conocer a profundidad la actividad de la empresa es el insumo principal para determinar con algún grado de certeza que, en el futuro, esa empresa que emite valores va a crecer, a vender más, a contratar a personas idóneas, a tener comportamientos éticos, que no va a depredar el medio ambiente, o que va a someter a sus empleados a trabajos forzosos. Todo lo anterior, dentro de un marco político institucional que asegure la continuidad y la estabilidad a nivel macro económico.
Si existe la confianza en que las condiciones de riesgo no cambiaran de manera dramática durante el periodo de la inversión que se hace a largo plazo, el tomador de decisiones de inversión comprará ese activo financiero emitido por una empresa que genera una percepción positiva. La confianza, es entonces, la consecuencia de la percepción que se tenga sobre la sostenibilidad. La confianza de saber que la empresa que emitió el valor (acciones o bonos) no solo va a existir en el futuro en un horizonte de largo plazo sino que, también, protegerá y preservará el valor de la inversión. Para los títulos de deuda pública funciona exactamente igual y se rige bajo la misma lógica.
El deber fiduciario que están obligados a cumplir los administradores de los fondos de inversión y los banqueros que administran el ahorro del público, les exige ser diligentes y eficientes con el cumplimiento del mandato que les fue encomendado. Por lo tanto, en la selección de los activos con los que se va a conformar los portafolios de inversión o en los créditos que se van a otorgar, el análisis y la evaluación de los elementos propios de la sostenibilidad, los factores ambientales, sociales, de gobernanza y administración de datos (ESGD por sus siglas en inglés), es determinante para construir la confianza. Privilegiar esos factores en el análisis fundamental para tomar una decisión de inversión, de eso se trata la Inversión Responsable.
Por eso para los inversionistas institucionales de los principales centros financieros del mundo es tan importante confiar en el presidente (CEO) de una empresa, porque su conocimiento y experiencia es determinante en el rumbo que tome la compañía en el largo plazo. Al igual que ponderan, confiar en la empresa emisora del valor objeto de la inversión por su comportamiento ético, su innovación, su transparencia en la información reportada, antes de evaluar los modelos de valoración, el comportamiento de empresas pares o los estados financieros históricos. Dicho de otra manera, estamos ante una industria financiera que usa cada vez menos el Excel y usa mucho más el Word.
El analista de crédito del Banco, el analista del inversionista institucional o el comisionista de bolsa que asesora al cliente inversionista, son los que deben aprender a leer la información que generan las empresas, para que se traduzca en Inversión Responsable. El encargado de la sostenibilidad de una empresa emisora de valores, debe ser el más experto en los procesos internos, en la actividad corporativa basado en su experiencia de muchos años en la industria, que domine “el negocio del negocio”, y no, el experto medioambiental. En las relaciones con los inversionistas, predominan los temas relacionados a la sostenibilidad, por tratarse del principal argumento comercial en este momento.
Se acaba de suscribir la Declaración a favor de la Inversión Responsable en Colombia, una manifestación de gremios, del Gobierno, de algunas entidades de la infraestructura del Mercado de Capitales colombiano, empresas privadas, ONG ambientales e Iniciativas privadas del orden internacional. Esa declaración se produce a los pocos meses de la Superintendencia Financiera de Colombia haber creado el Task Force de Inversión Responsable formada por funcionarios del Ministerio de Hacienda, y por miembros de Asobancaria, Asofondos y ONG ambientales.
La sostenibilidad no es otra cosa que la permanencia en el tiempo de algo. Algo como la actividad de una empresa o la democracia en un país, por ejemplo. No es altruismo, ni caridad, ni filantropía. Ni Responsabilidad Social Empresarial. Ni emisión de Bonos Verdes, ni Finanzas Verdes. Tampoco es un tema que se limita a la ecología y a la conservación del medio ambiente. Bajo esa lógica, se tiende a considerar cómo empresas “sostenibles”, solamente, a las que su objeto social es el manejo de desechos, la reforestación, vender plantas ornamentales, desarrollar actividades para prevenir el cambio climático, o las que promueven el turismo ecológico.
La Inversión Responsable fue introducida a Colombia por personas como Rafael Stand Niño (qepd), Ernst Ligteringen (qepd) y Erick Pichot. Y por los representantes de la Iniciativa de la ONU, surgida desde el sector privado, “Principios de Inversión Responsable” (PRI por su siglas en inglés), profesionales con amplia experiencia en la industria financiera global como Tatiana Assali y Chris Fowle (actual director de PRI para América). Sin embargo el tema de la Inversión Responsable, inexplicablemente, solo logró convocar a ambientalistas, ingenieros forestales, ecologistas y expertos en el cambio climático.
En el año 2015 escribí sobre Inversión Responsable en un periódico especializado en negocios, economía y finanzas. Recuerdo que mi columna la acompañaron con una imagen de unos arboles que formaban una curva de rendimientos. Por una mala interpretación del tema, ha primado lo ambiental dentro de los factores propios de la sostenibilidad. Dejando por fuera los temas sociales, la administración de datos y los temas trascendentales de la gobernanza. La Inversión Responsable debe estar en la agenda de la industria financiera local porque es la protección natural que tienen los mercados financieros que se encuentra muy por encima de la regulación local (hiper regulación para el caso colombiano). Gracias a la sostenibilidad se mitiga el riesgo para los ahorradores y para los inversionistas.
Eso pasa en Colombia mientras que, en el mundo, el tema desde siempre ha sido abordado y manejado por los financistas, los economistas, los inversionistas y los grandes tomadores de decisiones de inversión. Si siguen insistiendo que la Inversión Responsable solo está asociada a la ecología o al cambio climático, y que debe ser administrada y dirigida por el Estado y por alguna ONG dedicada a la protección del medio ambiente, se va a seguir aumentando la brecha de 15 años que, ya presenta nuestro país frente a los mercados financieros mundiales.
¿Cuántos años más vamos a esperar para entender que la Inversión Responsable es un tema que atañe a los analistas financieros, a los banqueros, a los comisionistas de bolsa y a los administradores de los portafolios de inversión?