Por: Andrés Villota
Colombia perdió el rumbo de su política exterior desde el día que se quedó sin la provincia de Panamá. Su discurso, en el contexto internacional, se volvió errático, contradictorio y de poco peso. Los policy makers, si existen, se dedican a formular políticas acordes con los compromisos, los gustos y las preferencias personales del presidente y del canciller de turno.
Fieles a la política de no tener política exterior coherente, el presidente Gustavo Petro y su canciller, Álvaro Leyva, improvisaron un remedo de política exterior, totalmente desligada de los intereses de la gran mayoría de los colombianos que privilegia los intereses del régimen de Nicolás Maduro, los intereses de los terroristas de las FARC, del ELN y de todos los forajidos que, el gobierno del cambio, convirtió en actores protagónicos de la agenda internacional.
El descalce entre las directrices de la Cancillería colombiana y la realidad, las macro tendencias y los movimientos geopolíticos, es inmenso. Pareciera que en la Casa de Nariño se enteran del acontecer internacional viendo la sección internacional de Noticias Caracol y que, de los acontecimientos en los Estados Unidos, no se enteran a través del embajador Luis Gilberto Murillo, sino por lo que dice el aprendiz de periodista, el pasante eterno, Juan Camilo Merlano.
Un ejemplo de esa desconexión con la realidad mundial es la reunión que sostuvo Gustavo Petro con Nancy Pelosi, cómo si ninguno de sus asesores se hubiera dado cuenta, aún, que el nuevo speaker de la Cámara de Representantes de Estados Unidos se llama Kevin McCarthy porque la mayoría en la Cámara, la perdió el partido de gobierno.
Petro usó la reunión con el Comité Parlamentario sobre Colombia para interceder por el régimen de Nicolás Maduro lo que trajo, como lógica consecuencia, que el senador Mario Díaz-Balart, presidente de la Subcomisión de Asignaciones sobre el Departamento de Estado, Operaciones Extranjeras y Programas Relacionados, anunciara públicamente que no va a permitir que la ayuda entregada a Colombia termine financiando al gobierno del cambio para que pueda patrocinar a los regímenes de Cuba y Venezuela, cómplices del tráfico de niños y del narcotráfico.
Leyva, sin tener en cuenta las enormes necesidades de los colombianos, le exigió a la moribunda ONU, crear un comité de alto nivel para que realice una exhaustiva investigación sobre la actividad mafiosa de Seuxis Paucias Hernández Solarte, alias Jesús Santrich, y concluya que, Santrich, no era un criminal de lesa humanidad sino un inocente anciano ciego, víctima de una trampa tendida por la DEA, el FBI, el MOSSAD, el MI6, la Santa Alianza y la CIA.
En Estados Unidos, el canciller, se vio ojeroso y con manchas en el área de sus ojos, lo que muestra el deterioro en la salud de Leyva que puede ser la razón por la que nunca se ha presentado a las numerosas citaciones que recibe del Congreso colombiano para que vaya a explicar su comportamiento díscolo que no corresponde a un aristócrata venido a menos y a un burócrata de avanzada edad. Otros, más suspicaces, han dicho que Leyva pertenece al Black EyeClub.
En la delegación colombiana que visitó a Washington, hizo mucha falta la presencia de Juan Manuel Santos por su cercanía y amistad entrañable con Joe Biden, Barack Obama, Bill Clinton y Hillary Clinton, máximos jerarcas del partido de gobierno estadounidense.
También hicieron mucha falta, Ernesto Samper e Iván Cepeda, los líderes colombianos del anti Trumpismo, odiadores profesionales del presidente Donald Trump, claves para haberse congraciado con Joe Biden y con todos los miembros del partido de gobierno que, también, detestan al presidente Trump.
Gustavo Petro, líder supremo del gobierno del cambio, insiste en quedarse con la plata de los inversionistas que confiaron en la Seguridad Democrática y en la Confianza Inversionista, como lo dejó claro en la Proclama de Stanford que, afortunadamente, no ha sido posible traducir al inglés.
Desafortunadamente, para Petro y para las finanzas públicas colombianas, ese discurso ya no lo compran los grandes administradores de Fondos de Inversión como BlackRock y Vanguard porque prefieren, mejor, creerle a Ivar Giaever, premio Nobel de Física, quien asegura que la narrativa del cambio climático es una gran estafa. Salvo Petro y los cerebros menos evolucionados del Pacto Histórico nadie le cree al discurso fósil-apocalíptico de Greta y de las Kardashian.
Petro y Leyva parecen desconocer que, en Holanda, los agricultores que los burócratas de la decadente Unión Europea les había prohibido cultivar “por lo del clima”, arrasaron en las elecciones regionales y se da por descontado que van a barrer en la elecciones generales que se van a celebrar en el próximo mes de mayo del 2023.
Mientras las sociedad civil europea rechaza las medidas restrictivas contra la producción de alimentos y la producción industrial por culpa del falso fósil-apocalipsis climático, en Colombia, Petro convirtió esa falsa narrativa en la piedra angular de su relacionamiento con el mundo.
Esa desconexión con la nueva macro tendencia mundial lo aleja de los BRICS, el nuevo centro multipolar de poder político y económico del mundo que, sus países miembros, están haciendo todo lo contrario a lo que hace Petro y sus secuaces.
Lo paradójico de esta coyuntura, es que los regímenes que patrocinan la llegada al poder de Gustavo Petro, menos Estados Unidos, ya pertenecen a los BRICS o están haciendo fila para pertenecer a este grupo de países.
A la desconexión con la realidad, se le suma la esencia pendenciera de Petro y de Leyva, un par de tropeleros que compran peleas por doquier. En Perú, declararon persona no grata a Gustavo Petro por estar apoyando los actos terroristas con los que su compadre, Evo Morales, pretende apoderarse de Arequipa y Puno para que, finalmente, Bolivia logre la salida al mar que, el convicto Pedro Castillo, le había prometido a Morales.
La colonia de venezolanos en Estados Unidos, también, declaró a Gustavo Petro como persona indeseable por apoyar al régimen de Nicolás Maduro y, en Guatemala, no han visto con buenos ojos que Petro nombró como Ministro de Defensa a un colombiano que es considerado, en Guatemala, como un extorsionista de alto vuelo.
Eso sin contar con el malestar expresado por el gobierno de Panamá por el comentario hecho por el canciller Leyva sobre la reunión de Petro con Biden que podía llevarse a cabo en Colombia en el departamento de Panamá y el irrespeto diplomático mostrado con países como México, en el que designó a un tegua como embajador de Colombia ante su gobierno.
Irrespeto que se extiende a todos los países en los que Colombia tiene representantes diplomáticos inmersos en líos judiciales o involucrados en casos de corrupción y saqueo al erario público colombiano.
La afinidad comunista y la empatía revolucionaria, mueve las relaciones diplomáticas colombianas y fija el itinerario de los múltiples viajes del presidente y de su canciller a países con gobiernos seriamente cuestionados, totalmente desprestigiados y con índices paupérrimos de favorabilidad como es el caso de Chile, Estados Unidos, México y Venezuela.
Gustavo Petro no ha buscado relacionarse con países ricos, con los que pueda activar nuevos mercados y generar relaciones comerciales productivas, por el contrario, se ha dedicado a acercarse a los países con economías colapsadas y su gestión internacional se limita a aferrarse a la estructura obsoleta y decadente de las oenegés como la ONU, el FMI, la OEA, la CIDH y el WEF.
Es inevitable recordar la vergüenza que sentían los venezolanos cada vez que Hugo Chávez y, su canciller, Nicolás Maduro, se iban de paseo por el mundo y abrían la boca. La misma vergüenza que sienten los colombianos cuando, Gustavo Petro, el canciller Álvaro Leyva y la Primera Dama, Verónica Alcocer, que funge como agente diplomática, sin serlo, se van de paseo por el mundo y hacen el ridículo en todas sus apariciones. Dan “oso ajeno”, dicen.