Por: Andrés Villota
“Por lo del COVID19” fue lo que me dijeron cuando expresé mi sorpresa por la ausencia de Juan Manuel Santos, el más show off de los ganadores del Premio Nobel de Paz, el Día de Martin Luther King en Washington DC, acto al que había sido invitado y que se celebró el 19 de enero del 2021, justo un día antes de la posesión de su gran amigo, Joe Biden.
El periódico de marcada tendencia progresista, El Espectador, afirmó que Santos había sido invitado a la posesión de su gran amigo, como era obvio, pero luego dijo que nunca lo había invitado lo que no sonó tan obvio si tenemos en cuenta la gran cercanía y los altos niveles de empatía que tuvo Biden con Santos desde siempre, por tratarse de dos políticos idénticos en sus gustos, preferencias y en su forma de ser y de proceder.
Esa relación se fortaleció cuando el entonces vicepresidente Joe Biden visitó a Colombia en junio del año 2014 y se mostró especialmente cariñoso con las funcionarias del gobierno Santos. Biden vino a darle la bendición al Acuerdo de Paz con las FARC y a preparar el terreno para el acercamiento de su patrón, Barack Obama, con el dictador cubano Raúl Castro al año siguiente en la Cumbre de las Américas en Panamá. Por ese apoyo incondicional fue que a Juan Manuel Santos no le importó inmiscuirse en las elecciones presidenciales estadounidenses del año 2016 diciendo que lo mejor que le podía pasar al Acuerdo de Paz con las FARC era que Hillary Clinton llegara a la Casa Blanca.
Con semejante antecedente de cooperación, cercanía y amistad entrañable entre Juan Manuel Santos, siendo presidente, y Joe Biden cuando era el vicepresidente de Barack Obama, sumado al abierto apoyo de la izquierda colombiana liderada por Gustavo Petro, de Juan Manuel Santos y de los ex funcionarios de su gobierno al candidato del partido Demócrata en el proceso electoral del 2020, se esperaba una participación muy activa de los santistas y de la izquierda colombiana en el nuevo Estados Unidos de Joe Biden.
El Estados Unidos de Joe Biden sería el paraíso de la impunidad para las economías ilegales y de las donaciones mega multimillonarias para financiar todas las causas del post conflicto y del progresismo colombiano como el cambio climático, el aborto, la equidad de género, la pedofilia, la legalización de la cocaína, el lenguaje inclusivo, cambiar el himno nacional por la marcha de Star Wars y la prohibición de comer carne y de tomar Coca-Cola sabor original. La nueva tierra prometida para Juan Manuel Santos y su sanedrín, para las FARC y para todo el microcosmos del Acuerdo de Paz incluidos los miembros del equipo negociador, los magistrados de las Altas Cortes colombianas y de la JEP, las oenegés progresistas y, en general, para todos los bailarines que bailaron la Danza de los Millones durante toda la Era Santos.
Sin embargo, contra todo pronóstico y contrario a las expectativas, pasan los meses y los Bidenistas colombianos no son tenidos en cuenta o permanecen bastante parcos frente al enorme potencial que podían haber desarrollado en el inicio de la administración de Joe Biden. Por ejemplo, nombraron a Juan González como asesor del presidente para América Latina pero podían haber nombrado a otro costeño colombiano que fuera un santista de verdad como Armando Benedetti o Karen Abudinem.
Otro ejemplo es el nombramiento del reemplazo de Francisco Santos en la embajada de Colombia en Washington que, dicen, fue hecho desde la Casa Blanca pero el ungido resultó siendo Juan Carlos Pinzón, un santista arrepentido y no un santista pura sangre como Roy Barreras, Juan Fernando Cristo, Guillermo Rivera, Alfonso Prada o María Ángela Holguín. Y para rematar, fue designada como consejera de Relaciones Exteriores, en esa embajada, la comunicadora social Andrea Bernal. Si se trataba de nombrar a una comunicadora social afín al santismo, deberían haberle dado ese cargo a la anti Trump consumada Vanessa de la Torre casada con un primo de Santos, que trato de prostituta barata a la primera dama Melania Trump, nombramientos que, supongo, hubiera podido determinar Juan Manuel Santos con una simple llamada a su gran amigo.
Donde más se ha notado la ausencia de Santos Calderón en su calidad de Premio Nobel de Paz 2016-2017 y de amigo personal de Biden, ha sido durante la Crisis de Afganistán, una crisis que supera con creces a las crisis de Watergate de Richard Nixon y la de Monica Lewinsky de Bill Clinton.
El expertise del santismo en resolución de conflictos y en negociación con terroristas que se financian con el narcotráfico, conseguido durante el proceso de paz con las FARC, habría sido de gran utilidad para entenderse con los talibanes. En la evacuación de los norteamericanos de Kabul, por ejemplo, Juan Manuel Santos hubiera podido aportar su experiencia transformando aviones cargueros y convirtiéndolos en cómodos aviones de pasajeros como hizo con el Boeing 767 de carga que acondicionó para poder llevar a los 210 santistas más selectos a Oslo y lo acompañaran a recibir su Premio Nobel.
Entendible que por el riesgo de contagio de la variante Delta del COVID19 no aparezcan por los Estados Unidos, Juan Manuel Santos con su asistente personal Camilo Enciso y su sanedrín de expertos en resolución de conflictos con grupos terroristas, pero lo que tiene atónitos a los analistas de política internacional ha sido la ausencia total de los 80 millones de votantes que supuestamente eligieron a Joe Biden.
Hoy, la gran mayoría de estadounidenses quiere que Biden renuncie o que lo destituyan sin que los de su partido lo defiendan, sin que los medios de comunicación tradicionales lo sigan apoyando y sin que la farándula de Hollywood llegue a socorrerlo. Los que votaron por Biden no aparecen. Como si los que hubieran votado estuvieran muertos. Como si los votos que llegaron por correo fueran fotocopias. O como si los resultados de las máquinas de votación hubieran sido adulterados.
Los santistas y la izquierda colombiana actúa como si le creyera a esos teóricos de la conspiración y sus teorías conspirativas cuando dicen que Joe Biden no es el presidente y que los militares tienen el control de los Estados Unidos. Deberían relajarse y no hacer caso a esas teorías. Los congresistas de las FARC y los magistrados de la JEP deberían pedirle el favor a Camilo Enciso para que les consiga un par de conferencias en la universidad de Harvard y viajar a Boston a darlas, por ejemplo. Pareciera como si la maldición que Gabriel Silva Luján anunció para toda Colombia por culpa del presidente Iván Duque no haber apoyado a Joe Biden aunque todas las encuestas lo daban como seguro ganador, no le hubiera caído a los colombianos sino a los santistas y a la izquierda colombiana que, paradójicamente, sí apoyó de todas las maneras a Joe Biden. No se entiende, entonces, la razón por la que hoy lo dejaron solo y abandonado.