Por: Marco Fidel Ramirez
Con cada declaración pública el presidente Gustavo Petro, quien pronto como van las cosas será reconocido como ´´Su Majestad Imperial Petro Primero de Bacatá´´, se supera y de lejos, en atrevimiento, fantocheria y autoritarismo. La última será clásica con el ´´Yo soy el Jefe del Estado y por lo tanto el jefe de él´´ (del Fiscal General de la Nación). Tal afirmación de Petro en España, seguramente impresionado por su visita a los reyes Felipe y Letizia, ha levantado la polvareda mediática y política más grande de los últimos tiempos en Colombia. Tanto que motivó la reacción airada del fiscal Francisco Barbosa y una amonestación sin precedentes de la Corte Suprema de Justicia, amén de las manifestaciones alarmantes de los líderes de los partidos, los ex fiscales generales y los medios de comunicación.
Petro no disimula su talante dictatorial, ni tampoco sus ínfulas monárquicas de autócrata y narcisista incurable. Su último discurso del primero de mayo desde el balcón petrochavista que ha instalado en la Casa de Nariño, fue amenazante, populista y premonitorio de las desgracias que se avecinan para el país con el gobierno comunista del Pacto Histórico. Afirmó que de no aprobarse sus reformas que ha presentado al Congreso, podría sobrevenir como consecuencia una revolución. Tal advertencia aterra y da miedo entendiendo lo que significa la palabra ´´revolución´´ para quienes como el jefe del Estado, han tenido un oscuro pasado subversivo y de ñapa hoy respaldado por esos siniestros colectivos de moda en el actual Gobierno llamados ´´guardia campesina´´, ´´primera linea´´ y ´´minga indigena´´, que en el fondo son para lo mismo, esto es para intimidar a la sociedad en general y para perseguir a quienes no nos arrodillamos ni adoramos a este caudillo de pacotilla izquierdista.
Petro demuestra con sus permanentes amenazas, que se preparó eficazmente en el M-19 para intimidar, amenazar, criticar, extorsionar e incendiar, pero no para gobernar con responsabilidad. Rápido disolvió la coalición mayoritaria que lo apoyó motivada por la mermelada burocrática, pero que ya no lo aguantó más. Pronto reemplazó a los ministros de hacienda y agricultura, entre otros, que le ponían freno a sus pretendidas locuras de cambio a la brava y con resolución instantánea. Velozmente nombró a sus nuevos colaboradores extraídos de la cantera progresista, mamerta y comunista que tanto le agrada y rapidito anunció que las transformaciones que supuestamente necesita Colombia, demandan un levantamiento campesino, más movilizaciones populares y la reactivación de las juventudes lideradas por ´´la primera línea´´ que incendió el país en el llamado ´´estallido social´´ que en realidad fue una masiva toma guerrillera del país .
Así las cosas, las amenazas del presidente y su Gobierno del ´´cambio´´ como lo llaman , al Congreso, al Fiscal, a los partidos, a la libertad de expresión, a los periodistas y medios independientes y a la institucionalidad en general, es evidente y absolutamente alarmante. A Petro ya le incomoda la Constitución de 1991, la separación de poderes, la contradicción política, la creciente fuerza de la oposición y las opiniones contrarias a su proyecto político alineado con el Foro de Sao Paulo. Lo de la anterior semana con la tal ´´guardia campesina´´ acosando al Congreso en la Plaza de Bolívar, el presidente disparandole a la rama judicial por la vía del Fiscal General, seguramente para que le haga pasito a su hijo Nicolasito Petro con las investigaciones que ya le corren pierna arriba, justifican con creces el pánico de los ciudadanos que ven que su mandatario ha pelado rápidamente el cobre petrochavista que lleva dentro y de un proyecto político socialista que ya castiga con hambre, carestía e incertidumbre a millones de colombianos.
Petro en definitiva da mucho miedo, no encarna la dignidad inherente a un verdadero Jefe de Estado, pero sí amerita el calificativo de ´´Su Majestad Imperial Petro I de Bacatá ́ ́, pues con solo 8 o 9 meses en el poder ya nos anuncia que no tendremos en su mandato presidencial una gran transformación social, sino un auténtico régimen del terror.