Petro corre detrás de Lula para servir a Putin y Xi Jinping

Por: Eduardo Mackenzie

Las actuales movidas internacionales de Gustavo Petro hay que verlas en su contexto real, no en el marco ficticio que él quiere mostrarnos.

El telón de fondo de su encuentro de hoy en Washington con el presidente Joe Biden y el de la “cumbre de Bogotá”, fijada para el próximo 25 de abril, no es el arreglo de la cuestión venezolana sino el de servir de principal comodín regional tanto de Putin como de Xi Jinping en la lucha desesperada de los dos dictadores para aislar y derrotar a Ucrania y a Taiwán y, sobre todo, para debilitar a Estados Unidos y los países de Occidente en general.

Petro está en competencia frenética con su homólogo brasileño. El nuevo mandatario colombiano quiere adquirir ante Moscú la estatura, no alcanzada hasta ahora, de hombre clave de la escena latinoamericana. La mejor palanca para ello sería conseguir un cambio de actitud de la Casa Blanca ante el moribundo régimen de Nicolas Maduro, el elemento central del juego de Putin en el continente americano, aún más que Cuba. 

Si Nicolás Maduro acepta reanudar el diálogo con la oposición, que él había roto en noviembre pasado, y realizar unas elecciones “limpias y libres”, como promete el ministro colombiano Álvaro Leyva, para que la “democracia regrese” a Venezuela en 2024, Petro reduciría la distancia que le ha tomado Luiz Inácio Lula da Silva y sería visto, por Moscú y Pekín, como el nuevo líder progresista del subcontinente.  

Ocultando ese objetivo estratégico, Petro aspira a obtener el respaldo de Washington y de algunos gobiernos en Latinoamérica para esa movida en favor de Maduro. Sin embargo, la tarea es complicada. En cuatro meses Petro se ha reunido cuatro veces con Maduro sin obtener de éste nada en materia electoral. Un regreso de la democracia sin la magia de las maquinas electrónicas de voto, y sin destrucción del cartel de los soles y sin neutralización real de las narco-bandas colombianas en Venezuela, será imposible.

La Casa Blanca, además, no cede en su cronograma para Venezuela: primero elecciones transparentes y restauración de la democracia antes de levantar las sanciones, a pesar de que Washington es ahora menos recio pues el petróleo venezolano sería de nuevo atractivo a causa de la guerra en Ucrania. 

Pero si Washington verifica el trasfondo real de las operaciones de mayor aliento, de Petro y Lula en favor de Putin y de su aliado chino, la confianza y la cooperación de Biden se le derrumbará a Petro como un castillo de naipes. Nadie olvida que Gustavo Petro, el 25 de febrero de 2022, un día después de la invasión rusa de Ucrania, declaró que no fue Putin sino Europa quien decidió avanzar hacia “su tercera guerra europea” y que no hay que ayudar a Ucrania contra tal agresión.

En ese terreno, Lula parece haberle tomado la delantera a Petro. Ya se consagró como agente diplomático a los dictadores de Rusia y China. El 13 de abril fue recibido con gran pompa por Xi Jinping y poco antes Lula había enviado a Moscú a Celso Amorim, su asesor de Relaciones Exteriores para que recitara el libreto que tanto le gusta a Vladimir Putin: que en la guerra en Ucrania no hay un país agresor ni un país agredido y que Moscú y Kyiv son víctimas de la OTAN. Y que Lula es favorable a la búsqueda de la paz en Ucrania, pero en los términos de Moscú: a costa de la integridad del territorio de Ucrania. 

En una declaración Lula reiteró: “Estados Unidos tiene que dejar de fomentar la guerra y empezar a hablar de paz” (…) “Tenemos que convencer a la gente de que la paz es el camino”. Obviamente esa posición delirante convirtió a Lula en blanco de las críticas de Washington y en el hazmerreír de las cancillerías europeas. El portavoz de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby, dijo que Lula “está repitiendo como un loro la propaganda rusa y china sin fijarse en los hechos”. La Unión Europea agregó que Lula olvida que “Rusia fue quien invadió Ucrania y que ellos simplemente buscan evitar la destrucción del país”.

Y ello le dio un chance a Gustavo Petro. Pero Lula, imperturbable, corrigió el tiro y trató de maniobrar más hábilmente. En Brasilia, durante una ceremonia con el presidente de Rumanía, Klaus Iohannis, Lula lanzó: “Al mismo tiempo que mi gobierno condena la violación de la integridad territorial de Ucrania, defendemos una solución política negociada para el conflicto”, pero no negó que se opone a las sanciones impuestas a Moscú por la Casa Blanca y la comunidad internacional.

Para reforzar la influencia de Moscú, Serguei Lavrov, el ministro de Relaciones Exteriores ruso, partió en gira por Latinoamérica. Luego de Caracas, pasará por Brasilia, La Habana y Managua. Tras reunirse con Maduro, Lavrov exigió, en una conferencia de prensa, contrarrestar el “chantaje” occidental: “Es necesario unir fuerzas para contrarrestar los intentos de chantaje y la presión unilateral ilegal de Occidente [contra Rusia y Venezuela]”.

Con ese disparate, Lavrov busca seducir a otras capitales del continente. Su objetivo es inyectar la visión de Putin sobre la anexión de Crimea y el Donbás ucraniano y buscar apoyo a la demanda del levantamiento de las sanciones internacionales contra Rusia. Lavrov afirmó que Venezuela es “sin duda alguna uno de los socios más fieles de Rusia” y que las relaciones bilaterales Rusia-Venezuela serán fortalecidas para derrotar las “presiones” norteamericanas.

Ocultando la visión paranoica de Putin, según la cual la OTAN fue la que lanzó la guerra sobre Ucrania, Lavrov gesticuló: “Con nuestros amigos venezolanos abogamos por el derecho de cada nación a devenir su propio futuro sin la interferencia, sin el chantaje, desde fuera y también sin intentos de influir por vía ilegítima por sanciones”. Iván Gil, un ministro madurista, respondió lo que esperaba Lavrov: que Venezuela “condena el uso de sanciones sea contra Venezuela o contra la Federación de Rusia”.

Putin autorizó a Lavrov para que le prometiera a Lula el fuego nuclear. En la rueda de prensa, Lavrov insinuó que Rusia podría ayudar a Brasil a dotarse de plantas de energía nuclear “con fines pacíficos”. “Hoy conversamos sobre los ámbitos que deben desarrollarse en beneficio de nuestros países y ciudadanos. Sobre todo, se trata de la energía, en particular del uso de la energía atómica con fines pacíficos. Aquí tenemos una buena interacción y perspectivas (…), y el uso pacífico del espacio (…), así como de la agricultura, sanidad y productos farmacéuticos», dijo el ministro ruso.

Tal extremo muestra que Putin también está en una carrera contra el tiempo. Según varias cancillerías de Occidente, las rivalidades dentro del Kremlin aumentan contra Putin por la acumulación de sus fracasos militares en Ucrania. La emergencia de un grupo de países latinoamericanos que se someta a los dictados de Putin y legitime la violación rusa del orden mundial de 1945 y pida el levantamiento de las sanciones contra Rusia, con el pretexto de un “retorno de la democracia” en Venezuela y en favor de la paz en Ucrania, reforzaría la posición de Putin y marcaría el regreso de la hipnótica doctrina del no alineamiento que la URSS utilizó con tanto éxito durante la Guerra Fría.  

Lula se muestra dispuesto a asumir esa tarea.  Pero el reino de Lula también es frágil: la oposición no descarta la posibilidad de poner de nuevo a Lula contra las cuerdas por los delitos de corrupción que él arrastra y que le valieron una primera condena en 2017 (1). ¿Qué salida le queda entonces a Petro?  ¿Cederá el liderazgo a Lula y se unirá como un segundón a la maniobra estratégica, en beneficio de Rusia y, sobre todo, de la China comunista? Ello será apoyado por las mamertería internacional, pero generará en Estados Unidos, Europa y Asia gran rechazo. En Colombia, amplios sectores verían esa aventura como otro vuelco suicida inaceptable que alejará a Colombia de Washington y del mundo civilizado.

(1).- El 12 de julio de 2017, Lula fue condenado a nueve años y seis meses de prisión por corrupción pasiva tras ser hallado culpable de aceptar sobornos de US$1,1 millones por parte la constructora OAS, cargo que el expresidente niega. Lula fue encarcelado en 2018 y pasó 580 días en prisión. Pero en 2021 el Supremo Tribunal Federal (STF) revocó estas condenas. 

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