Mayor general (RP) William René Salamanca Ramírez
Los colombianos debemos tener claro que si queremos que cese esta larga y horrible noche y encontremos el camino de la reconciliación y la justicia social tenemos que comenzar por sincerarnos y abandonar la cadena de eufemismos que tanto daño nos ha hecho a través de nuestra historia y la cual nos tiene al borde del abismo.
Llamar las cosas por su nombre implica dejar los simplismos a la hora de encontrar y aceptar las múltiples y justificadas causas del creciente descontento social que, según nuestra realidad cotidiana y cifras del Banco Mundial, nos sitúan como uno de los dos países más desiguales de América Latina y el séptimo en el mundo. Los 21 millones de pobres de los que habla el DANE requieren ayuda inmediata, priorizando a los 7 millones que deben sobrevivir cada mes con tan solo 145 mil pesos.
Para dar respuestas a sus sentidas necesidades hay que tener claro que si le seguimos apostando a la vieja y errónea premisa de que en Colombia pasa de todo, pero no pasa nada, no solo crecerá la protesta, sino que peligrosamente nos precipitaremos al precipicio del populismo y del mesianismo anacrónico que galopa en otras latitudes.
Se equivocan quienes le apuestan a la añeja estrategia de desgastar o desprestigiar la protesta social, como también lo hacen quienes aprovechan las reclamaciones de nuestros compatriotas para pescar en río revuelto en procura de obtener réditos personales. Esa mezquindad también hace parte de la amplia gama de problemas que debemos resolver, encabezada por la rampante corrupción, que siempre hará insuficiente cualquier presupuesto; seguida por la impunidad, que nos condena a repetir que la justicia es para los de ruana; el narcotráfico, que financia las distintas manifestaciones del crimen organizado y envenena a nuestros niños, niñas y adolescentes, y las promesas incumplidas que han llevado a la juventud a tomarse las calles para reclamar algo de aquella riqueza nacional que se ha quedado en los bolsillos de unos pocos, en detrimento de la educación, la salud y el bienestar de nuestros semejantes.
Y si se trata de llamar las cosas por su nombre, los colombianos tenemos que rechazar cualquier forma de violencia como mecanismo para lograr las transformaciones anheladas, porque la violencia es el camino más expedito hacia el mundo de la anarquía y el caos. Jamás construiremos una sociedad más justa sobre un cementerio de odio. Arruga el corazón la muerte de un bebé recién nacido dentro de una ambulancia atascada en medio de un bloqueo. Aflige el alma la muerte de nuestros jóvenes, al igual que los rostros ensangrentados de muchos colombianos en medio de humaredas y detonaciones. Perturba la razón escuchar que alguien intentó quemar vivo a un grupo de policías o que un uniformado fue secuestrado, torturado, asesinado y su cuerpo lanzado a las aguas de un río.
Difícil de entender que en plena pandemia el oxígeno no pueda llegar a los hospitales o que sea atacada una misión médica, que millones de animales tengan que ser sacrificados para que no mueran de hambre, que millones de toneladas de comida, sembradas con esfuerzo por nuestros campesinos, se pudran en las carreteras mientras hoy tenemos incluso que pagar el doble por una cubeta de huevos y que nuestros bienes comunes, construidos con tanto esfuerzo, ardan en llamas…
Si afirmamos que el vandalismo es ejercido por unos pocos, pues lo que tenemos que hacer es impedirlo, porque los actos de violencia no solo traen más ruina, sino que deslegitiman la protesta pacífica, desvían la atención de los verdaderos problemas y les dan argumentos de peso a quienes se oponen a las grandes reformas. Por eso, desde este espacio, proponemos un reencuentro entre la ciudadanía y sus instituciones, porque sin instituciones sólidas no hay democracia ni justicia. Un buen punto de partida lo constituiría un acto de desagravio entre ciudadanos y policías en cada CAI, estación o puesto de policía, para limar asperezas y presentar excusas mutuas si es necesario.
Una jornada de esta naturaleza nos permitiría construir confianza y dar ejemplo de civismo y de trabajo mancomunado, porque el binomio ciudadano-policía es insustituible si queremos desterrar el vandalismo y ser más eficientes en la lucha contra los delitos que más afectan nuestras calles y vecindarios.
Otro punto de partida implica bajarle el tono incendiario a nuestras palabras, para tomarnos unas horas de reflexión individual y colectiva, en aras de construir consensos, encontrar caminos de entendimiento y comprender que el primer propósito nacional radica en acelerar el proceso de vacunación, para obtener la anhelada inmunidad de rebaño, poder volver a trabajar a toda marcha y, ahí sí, entre todos, efectuar las reformas necesarias y pagar la deuda social, en especial con los más olvidados.
Lo último que podemos es caer en la desesperanza y creer que no tenemos futuro, porque sí lo tenemos, y mucho. Ya hemos superado noches más oscuras, como la del narcoterrorismo de los años 80 y parte del conflicto armado que nos dejó más de 9 millones de víctimas. No es el momento de las demostraciones de fuerza, ni de triunfalismos y mucho menos de encubrimientos y de creer que aquí no está pasando nada. Por el contrario, es el momento de la autocrítica y aceptar que, por acción u omisión, todos somos responsables de haber llegado a esta encrucijada, que en mes y medio nos costó el equivalente a una reforma tributaria; de reconocer al otro, para entender que mis libertades terminan donde comienzan las de los demás, y de propiciar nuevos liderazgos para construir el país que queremos.
Esta es una nación llamada a ser grande, no solo porque cuenta con enormes riquezas, sino con un capital humano ingenioso, trabajador y, ante todo, resiliente, capaz de sobreponerse a las adversidades de la vida, tal como lo reconoce la comunidad internacional, que siempre ha visto en nuestro territorio un paraíso de oportunidades para invertir sus capitales. El mensaje es uno solo, en especial a los jóvenes, quienes están demostrando que son más inteligentes y capaces de lo que muchos creen: sí hay futuro, pero debemos construirlo entre todos, y ello implica ayudar a parar de inmediato cualquier tipo de violencia.