Por: Abelardo De La Espriella
El presidente Iván Duque está cambiando la manera de gobernar. Su apuesta continúa en la línea de combatir con argumentos y acuerdos consensuados la malhadada costumbre que exponencialmente llevó al descaro el nefasto gobierno del tartufo Santos, que consistía en comprar conciencias a punta de puestos, contratos y pauta publicitaria.
La agenda legislativa, incluidas las objeciones a la tal JEP, se encuentran en un punto difícil para el Gobierno, que lucha haciendo política argumentativa contra los vicios que heredó, en un Congreso acostumbrado a que para votar necesita alguna dádiva gubernamental. Por eso, las cosas no avanzan con la velocidad que deberían tener ni por en el camino correcto.
Esta semana que pasó Cambio Radical se unió a la postura de los partidos de oposición y desniveló las mayorías que requiere el Gobierno para sacar adelante no solo las objeciones a la JEP, sino el propio plan de desarrollo, que se salvó a última hora, gracias a la rebelión de parte de la bancada de Cambio Radical, que no acató las instrucciones que había recibido del jefe natural de su partido.
A lo anterior, se suma que el propio gabinete aún no conecta; es tibio en el manejo de las filigranas políticas que requiere el macroproyecto que lidera el presidente Duque: cambiar las malas costumbres políticas por una verdadera división de poderes, a partir de un diálogo por encima de la mesa entre todas las dependencias y ramas del Estado. Para lograr ese objetivo, se requieren halcones con peso político y conocimiento del juego de poderes y no mansas palomas que parecen no estar alineadas con esa histórica tarea.
En medio de ese ambiente enrarecido, mete baza la oposición, que está acudiendo a todas las formas de lucha, y de manera organizada paraliza al país: los brazos ilegales promueven mingas violentas, cuyo único fin es usar de forma inapropiada el derecho a la protesta, para disfrazar lo que realmente es una movilización armada de grupos ilegales, que aprovechan la coyuntura para mover a sus anchas cocaína y armas, por esos corredores en los que no hay Dios ni ley.
Desde otra orilla, dispara el exministro de Justicia del tartufo Santos, otro que ayudó a cocinar los acuerdos espurios con las Farc, Yesid Reyes, tratando de amedrentar a los congresistas con la amenaza de un inexistente prevaricato (ausencia de delito dejada muy en claro por el propio Fiscal General de la Nación), con el fin de dañar cualquier posibilidad de discusión de las objeciones presidenciales al tribunal, que el mismo Reyes ayudó a confeccionar para la impunidad de las Farc. A Yesid Reyes se le olvidó que el derecho penal impone el dolo como un requisito sine qua non para que se estructure el prevaricato; mientras que discutir y votar las objeciones a la JEP no es más que el cumplimiento de una función constitucional y legal, por parte del Congreso. ¿Está fungiendo Reyes de abogado de las Farc o sirviendo de muñeco de ventrílocuo a su jefe, el tartufo Santos?
En medio de ese panorama, se va quedando solo el Centro Democrático, tratando de sacar adelante una agenda legislativa titánica, señalado como el partido que se opone a la paz, en las voces de los grandes medios y reconocidos opinadores que se quedaron sin mermelada en este gobierno. Ese grifo lo cerró el presidente Duque y está recibiendo el coletazo del sistema que se niega a perder sus prebendas, desprestigiando al primer mandatario y al partido de gobierno.
El presidente Duque está cercado por Santos y sus amigos, por la Corte Constitucional, por el Procurador y los partidos de oposición, por las Farc y la izquierda radical, y por los medios tradicionales y sus periodistas que posan de objetivos.
No la tiene fácil el presidente, pues medidas fuertes habrá de tomar para superar la crisis. Una sola conclusión puedo dejar al respecto: se equivocan de cabo a rabo los que pretenden arrodillar a Duque: no hay nada que pueda detener a un hombre decente y honesto, que, amparado en la ley y del lado de la razón, busca para su pueblo un futuro mejor.
La ñapa I: No sigamos reclamando al tartufo Santos por las mentiras del libro que supuestamente escribió. El verdadero autor debe ser Germán Santamaría, el mismo personaje que le hacía las columnas en El Tiempo. Santos es tan mediocre y bruto que no es capaz de hilvanar un cuento para niños.
La ñapa II: Se pasó de calidad el presidente Trump: pretender que el presidente Duque resuelva en 7 meses la herencia maldita de las más de 250.000 hectáreas de coca que le dejó Santos, es francamente inaceptable.
La ñapa III: A propósito del paseo de Petro a La Haya para denunciar, ante la CPI, las muertes de los líderes sociales en el país, ¡qué bueno sería que otra caravana fuera a la misma ciudad a denunciar a Petro por los delitos de lesa humanidad, como el asesinato de José Raquel Mercado o la toma del Palacio de Justicia, cometidos por el M-19, organización criminal de la que hizo parte ese pedazo de hipócrita!
La ñapa IV: ¡Muy barro que Germán Vargas Lleras ordenara a su partido votar negativamente las objeciones presidenciales a la JEP!