Por: Leandro Ramos
La derrota de la izquierda en las próximas elecciones presidenciales dependerá del tipo de acción política que adelante el bloque contrario el próximo año. Durante el 2021 sería ideal asistir a unas eliminatorias que entreguen un candidato evidente antes de que termine el año. A más tardar a comienzos del siguiente. Luego, ganar en primera vuelta debería ser su objetivo.
Las mejores victorias electorales y los buenos resultados de gestión suelen provenir de políticos inesperados que crecen como líderes ante los ojos de la población. Las frustraciones, por su parte, las aseguran aquellos que persiguen y consiguen llegar a cargos de elección popular por cuenta de su larga y viscosa incrustación en el poder; frecuentemente pavimentada por vínculos familiares. Consiguen además hacer olvidar que sus trayectorias están plagadas de mediocridad ejecutiva y mutación ideológica.
Gracias a estos últimos se encuentran ahora abiertas como nunca antes las puertas para que los campeones en prontuario criminal tengan posibilidades de “tomarse el poder”. Les organizaron impunidad y les encimaron inmunidad. Desde los “procesos de paz” de los noventa. Si cometen nuevos delitos y “legislan” o “gobiernan” mediante abusos, incompetencia y palmaria corrupción, nada les pasa. Incluso, estos curtidos políticos introdujeron recientemente la imbecilidad de premiar con posiciones en el Congreso, las asambleas y los consejos municipales a los perdedores en elecciones para cargos ejecutivos. Otro capítulo de la continua erosión a nuestra democracia de mayorías.
De ahí que la izquierda haya terminado por devorarse a la vieja élite política. En el momento en que ésta impulsó e impuso el acuerdo con las FARC, “antepenúltimo” de los que tienen programados, quedó marcada y obligada a maquillar por siempre el desastre institucional y social que trajo consigo y continuará. Además, mientras “negociaban”, ocurría su absorción ideológica a cargo de sus nuevos socios. Hoy son indistinguibles en sus posiciones. De vez en cuando se les ve tratando de escapar hacia el “centro”, pero ya es tarde.
Los políticos del acuerdo son ahora zombis del estatismo o la “socialdemocracia”, de la “garantía de derechos”, de la “protesta callejera”, del “enfoque diferencial”, del “liderazgo social”, de las “consultas previas”, de las “casas gratis”, del fin del “patriarcado opresor”, de la cosmovisión del tatuaje, el pirsin y la marihuana. Con la izquierda tradicional ocurrió más bien un reencuentro romántico. Cómo no, si siempre ha sido sumisa a la “vanguardia armada”, dado que controla la retaguardia territorial en las montañas o en un país vecino, las opciones de exilio en Europa y tiene dinero por montones.
Con todo, las condiciones están dadas para un nuevo remezón político anclado en un mensaje de seguridad, imperio de la ley y desarrollo económico. Las mayorías electorales se aburren en realidad con las encíclicas revolucionarias pronunciadas por los sacerdotes del paraíso de derechos por decreto. Por tanto, la forma de hacer política será definitiva, así como el momento de iniciar. Porque en esta ocasión, la activación tardía de las selecciones intrapartidistas, las consultas interpartidistas y la movilización de la maquinaria regional para definir candidato, conduciría al fracaso en las urnas.
Arrebatar la mente y el corazón de los colombianos hacia un propósito unificado de recuperación del país de las manos de la izquierda, requerirá que los precandidatos presidenciales de la derecha recurran a un método con al menos estos tres tipos de momentos: (1) escuchar directa y pacientemente a la población a lo largo del país; (2) demostrar y comunicar una comprensión integral y clara del funcionamiento del Estado, así como de sus verdaderas capacidades actuales para cumplir con sus obligaciones; (3) y construir soluciones programáticas que reflejen los análisis y propuestas de la gente, a nivel municipal, con detalles, según unos valores y principios bien contrastados con los de la izquierda.
Adicionalmente, habrá esta vez que enfatizar que los grandes objetivos tomarán por lo menos 16 años para alcanzarlos, consolidarlos y hacerlos irreversibles. La aplicación de este método durante el 2021 decantará al candidato con el carácter adecuado, revelará su nivel de conocimientos, perfeccionará el mensaje de campaña y asegurará un gobierno predecible, que mantiene el entusiasmo mientras cumple con la agenda de cambios.
Un presidente extraído de un proceso de este tipo sabrá que requiere de un equipo competente y probado políticamente; lo que es distinto a rodearse de opositores o individualistas pasados por técnicos (¡viene del BID!). Esta forma de hacer política evitará además presentar la candidatura como continuidad del gobierno actual, el cual cumplió su papel de retardante de la llama “revolucionaria” del estatismo y el empobrecimiento masivo; pero poco más que eso.