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NUESTRAS TORRES GEMELAS

por El Expediente
septiembre 9, 2021
en Opinión
Tiempo de leer:5 mins read
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¿UNA REFORMA A LA POLICÍA NACIONAL?
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Por: Juan Daniel Giraldo

A 20 años de la caída de la torres gemelas, una reflexión acerca del escenario internacional.

Recuerdo muy bien cuando estando ya próximo a terminar mis estudios de secundaria, cuando logre volarme en medio del receso de la mañana a un salón con televisor para ver el directo informando de la caída de las Torres Gemelas de New York, hasta cuando llego mi profesor de historia y filosofía con la frase: “el orden mundial está por cambiar!” Llegué a mi casa en la noche y mis padres reunidos con amigos iraníes hablaban de lo mismo; de cómo estupefactos vieron como un grupo terrorista anárquico y fundamentalista le declaró la guerra al Emperador del Mundo en la década de los 90.

Supuestamente la guerra fría, los países alineados y los no alineados habían pasado a la historia. Colombia estaba en medio de una guerra sin cuartel contra los bandoleros narcotraficantes de izquierda (guerrilla) y de derecha (paramilitares), el presidente Pastrana en ese entonces en una diplomacia sin precedentes en la historia reciente tratando de cambiarle la imagen de ‘combatientes contra el Estado Opresor’ a la guerrilla y mostrando su verdadera cara: la de TERRORISTAS. Y digo ello porque justamente fue el momento propicio para lograr tal cometido.

Que el mundo hubiera visto como se desplomaba la imagen física del capitalismo: el centro bancario y bursátil más imponente del mundo, cambio y definió la palabra con la que mi generación creció y se formó: TERRORISMO. Comenzó una diplomacia unida en contra de unos grupos que atentaban contra el orden democrático mundial, la inteligencia demostró que todas ellas tenían nexos y conexiones, lo que obligó a contrarrestar de manera unificada a estos: ALQEDA, Osama Bin Laden, LIRA, ETA, FARC… todos encontraron un común denominador que, sinceramente, no podía ser más claro y preciso.

La ONU, que en los 90 demostró su fracaso en la solución de los conflictos en Centro América, Europa oriental (aún recuerdo las dantescas imágenes de Sarajevo y la antigua Yugoslavia), en África (que nadie olvide las imágenes de los pequeños con desnutrición y deshidratación en Uganda y a Lady Dy alimentándolos), se convirtió en una ONG internacional dedicada solamente a solicitar recursos de los países más ricos y de entablar declaraciones que a la práctica, nunca generaban una respuesta contundente como organismo rector de la política internacional. Los famosos Cascos Azules se volvieron en figuritas decorativas que no influían en lo más mínimo en solventar los problemas bélicos que acosaban gran parte del mundo.

No había mejor escenario para que Estados Unidos asumiera el mando de todo el poder militar internacional. Declaró la guerra en a Irak y derrocó. Sadam Husain, comenzó la persecución contra Bin Laden y los desterró de Afganistán, en Karachi, Tierra Pakistaní logró similar objetivo y apoyo el derrocamiento de Ghadafi, asumió el control del poderío de la OPEP y, sencillamente, la acabó. A los grandes países productores les logró bajar el precio del petróleo a ínfimos 20 USD el barril, luego de lograr precios absurdos de casi 100 USD. En pocas palabras: EE.UU. se obsesionó por El Oro negro, pero se olvidó del oro Tecnológico.

Mientras crecía su poder y su influencia mundial en materia militar y de combustibles, dejó decaer todo lo logrado en los noventas en desarrollo tecnológico. Mientras ello sucedía China absorbía con sueldo muy bien pagos los cerebros fugados de compañías como INTEL, IBM, COMPAQ y otros, permitiéndose así un desarrollo tecnológico que derivó en su crecimiento exponencial y su influencia en el mundo. En pocas palabras, destronó a Rusia y al mismo Estados Unidos, con un aspecto mucho más interesante: sin usar las armas, ni mostrar poderío energético.

El tiempo ha pasado, 20 años son más que suficientes para mostrar lo que sucedió después en el ámbito nacional y por supuesto internacional. ALQEDA volvió al poder en Afganistán recordándonos que EE.UU. no logró su principal objetivo del primer decenio del siglo XXI: derrotar al terrorismo internacional ni consolidarse como el único líder y emperador mundial, doblegando a las demás democracias. El discurso del delito trasnacional y de los objetivos de alto valor simplemente siguen perdiendo interés y ya no se consideran temas relevantes de la agenda mundial. Países emergentes como Emiratos Arabes y los principados del Medio Oriente finalmente lograron separarse del control griego e imponer su propia política energética. La ONU sigue sin encontrar su rumbo y definitivamente perdió la oportunidad que tuvo como ser un garante internacional de diálogo y resolución de conflictos Internacionales. La famosa OTAN de los 80, que logró alinear en la derecha a un bloque importante de países, ya no es elemento decisorio en las punitivas escaramuzas locales de sus ‘antiguas colonias’. EE.UU supongo seguirá viviendo en su burbuja de cristal creyéndose el más poderoso tío Yanqui, pero olvidando que tiene en sus narices una nueva guerra fría: la guerra del poderío la tecnología, cada vez más solo mientras el resto del mundo sigue virando al lejano oriente.

La única pregunta que me queda es: Y COLOMBIA, QUÉ? CONTINUARÁ MIRANDO AL NORTE, O POR FIN MIRARÁ AL ORIENTE? La política Internacional no es la misma de las Torres Gemelas, no podemos seguir pensando en los tiempos del Plan Colombia y que el terrorismo internacional es el único enemigo a vencer. Urge que redefínanos nuestros amigos y nuestra diplomacia.

Y un cambio de tema, pero que sirve de colofón: Creo que ha llegado el momento de replantear francamente si los indicadores para medir la percepción de seguridad son los correctos o no. Desde tiempo atrás se ha venido analizando y revisando por expertos si el homicidio de verdad es un referente real de análisis de la reducción o no de la criminalidad y si la población lo percibe así. La respuesta ha sido más que clara.

Primero, y debo decirlo con dolor. Una guerra terrorista de más de 40 años nos volvió indolentes. Ver muertos a lado y lado de nuestras ciudades a diario, comprender que existen barrios ‘guetos’ y saber que habitar allí es sinónimo de saber qué hay asesinatos a diario, hizo que se volviera algo tan normal en el día a día de la sociedad colombiana. Lastimosamente la nuestra, la sociedad colombiana ya no se impacta viendo morir a alguien. Por ello creo que poder mostrar ante los medios y la misma sociedad la capacidad administrativa y judicial (que implica un ejercicio concienzudo de la fiscalía, la policía judicial y sus aparatos de criminalística e investigación, así como el ejercicio de la inteligencia, no la de desvertebrar las grandes estructuras trasnacionales, sino la que ayuda a identificar al delincuente de barrio que lleva años asesinando), sería más eficaz a la hora de reducir el impacto en la psiquis colectiva en él fenómeno de inseguridad. No podemos seguir evaluando a la policía y sus comandantes en términos de reducción de homicidios, y comparando con años anteriores. Y más cuando estuvimos un año encerrados en nuestros hogares.

Por otro lado debemos crear herramientas que midan realmente si el atraco, el robo a restaurantes, el robo a celulares y equipos electrónicos, si el caminar por una calle con miedo a que nos ‘chalequeen’, que salir una noche a una discoteca sea sinónimo de intoxicación por escopolamina u opioides similares y su consecuente desfalco de todas nuestras cuentas. Que no podamos caminar por la calle usando nuestro equipo móvil por miedo a un ‘raponazo’, y lo más grave: que nos asesinen por . que debemos re formular La evaluación de estos indicadores, priorizarlas y disminuirlas, para así atacar la delincuencia de forma contundente, y no andar desviando la atención con hechos puntuales que claramente no demuestran un fenómeno recurrente

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