Ni Vargas Llosa era fascista ni el Papa era comunista

Por: Fernando Álvarez

Las posturas fanáticas tanto de izquierda como de derecha han construido relatos descalificadores de los que no se escapan ni las altas jerarquías de la iglesia ni los premios Nobel de literatura. A Gabriel García Márquez se le tildaba de comunista y hasta se le llegó a desear que se pudriera en el infierno al lado de Fidel Castro, por haber sido su amigo. A Mario Vargas Llosa se le endilgó el mote de fascista por haberse opuesto a la dictadura de Fidel Castro. Y al Papa Francisco se le acusó de comunista por haber pedido a los ricos tener compasión con los pobres y por pensar que la economía basada en la exclusión y la inequidad termina por matar al ser humano. Gabo era de izquierda, Vargas Llosa de derecha y el Papa de centro, pero las narrativas de sus detractores los han etiquetado falsamente con remoquetes capciosos e injustos.

Gracias a Dios se iluminó el Cónclave del Vaticano para que el nuevo Papa retome las ideas conciliadoras de Francisco en favor de los pobres, condensadas en su llamado a los capitalistas inhumanos: “Así como el mandamiento de no matar pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata”. Sentencia que amargaba a los consumistas, fanáticos del dinero y reduccionistas que idolatran la economia de mercado a los que el Papa Francisco les contestaba: “Los comunistas nos han robado la bandera de los pobres. Pero esa bandera es cristiana”. Luchar por los pobres es una postura ética y social de la humanidad y no una consigna de ninguna extrema.

En Colombia las barras bravas de las extremas hacen lo mismo con el contrincante político y se ha llegado a tal grado de polarización y de degradación del debate que siempre se termina en acusación, señalamiento o insulto. Se niega al otro, se le desconocen sus aportes y se le estigmatiza con descalificativos urdidos desde las cosmovisiones extremas. Se cree que entre más fuerte sea el epíteto se genera mayor simpatía. Pero la verdad es que las extremas mienten, exageran e inventan porque necesitan exacerbar los ánimos. No les interesa la reflexión, el análisis o la conclusión ponderada. Hay que salirle al paso y ser contundentes. Ni Alvaro Uribe es Fascista ni Gustavo Petro es comunista pero sus posturas extremas y sus radicalismos han forjado unas huestes fanáticas en ambos bandos que logran que así se vean mutuamente. En ese espectro de ultrapolarización política está enmarcado el próximo debate electoral porque las extremas, tanto la de izquierda como la de derecha, acudirán a las armas del macartismo, el desconocimiento del otro, la negación del contrario y la descalificación.

Tristemente la juventud ha sido la principal presa de los extremismos. Ellos saben lo valiosa y significativa que es a la hora de lograr su movilización. Su espíritu rebelde es un terreno abonado para que las ideas radicales prendan porque su entusiasmo en muchas ocasiones es el motor de grandes transformaciones. Pero irónicamente la juventud también es la primera en reaccionar cuando pretenden usarla o manipularla. Por esta razón los jóvenes colombianos hoy ya no están para dejarse arrastrar por los protagonistas extremos. Saben que la suerte del país no puede estar de un extremo a otro y menos dando bandazos. La juventud le ha apostado pendularmente a los proyectos anti algo y ha votado en contra de. Algunos han intentando sanear el debate político porque aún cree que pueda existir una especie de acuerdo nacional. Y los hechos han demostrado que en lo único en que están de acuerdo la extremas es en que ninguna quiere acabar con la corrupción política, aunque cada una desde su esquina se encarga de señalar las prácticas perversas en las filas de la otra. Lo que existe en realidad es el más vulgar maniqueísmo donde el cura predica, pero no aplica y cada extrema ve la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el suyo. Al final las acusaciones de una extrema contra la otra dejan un sinsabor nefasto, que ambas tienen razón. Dicen cosas ciertas sobre su contraparte. En lo que las extremas aciertan, tanto la derecha como la izquierda es en la visión que tienen la una de la otra.

Mas allá de las pujas polarizantes, lo indignante es que la lucha contra la corrupción sigue siendo la asignatura pendiente en el país. El gran déficit del Gobierno de Gustavo Petro es ético. Los colombianos querían un cambio y Petro se los prometió, pero los estafó. No solo se robaron las elecciones, como lo denunciaba Rodolfo Hernández en sus últimos días y se ha venido comprobando después de las confesiones del hijo de Petro y de Armando Benedetti sobre los 15 mil millones de pesos sucios que cambiaron los resultados electorales, sino que defraudaron al pueblo al prometerle un cambio para terminar haciendo lo mismo. Hoy los aliados con los que se eligió el presidente son los que marcan la agenda corrupta del “gobierno del cambio” y son los mismos que se alistan para hacerle nuevamente conejo a los colombianos. La campaña de la consulta es la antesala de un nuevo atraco a los electores.

Es imperativo que surja un candidato que recoja el legado de Rodolfo Hernández en materia de la lucha contra la corrupción, que llegue a la presidencia y les quite la chequera a los corruptos, ahora a los de izquierda y que le dé una buena cachetada a la corruptela política de ambas extremas, y que le devuelva la fe al pueblo Colombiano. No se puede seguir en la disyuntiva polarizante de el que diga Uribe o el que diga Petro. Se busca un presidente que recoja la voluntad de 10 millones de votantes que le apostaron al candidato que se oponía a la izquierda y a la derecha con vigor, con arrestos para enfrentar esas jaurías corruptas. No puede ser un candidato aguas tibias. Debe tener capacidad de plantarle cara a quienes desde las extremas se creen los Mesías y piensan que los colombianos son borregos. Un líder capaz de enfrentarse con tesón a los líderes extremistas. No que los ponga presos, o que los persiga para seguir fomentando odios. Alguien con autoridad y honradez y que incluso gobierne con aquellos uribistas y petristas no corruptos. Un líder que reivindique lo constructivo de la derecha y de la izquierda pero que no tire para ningún extremo.

Aunque esta pueda parecer a simple vista una epístola derrotista es la manifestación optimista de un clamor general. Solo que urge recordarlo para que la inercia de las campañas populistas de izquierda y de derecha no llenen de pesimismo y de apatía los escenarios en los que esos 10 millones de votos que dijeron no a los corruptos, no a las extremas y no a la política como negocio, se decidan esta vez a ganar y vigilar el triunfo para no permitir que se vuelvan a robar las elecciones. Hay una fórmula para ganar con los estudiantes. Que en lugar de tomarse las calles se tomen el parlamento. En vez de que el gobierno los instrumentalice destrozando buses es hora arriesgarse a tomarse el poder legislativo. Pasar de la protesta a la propuesta. Que la juventud lidere un movimiento con firmas de estudiantes universitarios para que no tengan que mendigar sus avales, ni que hacer fila en las toldas de los corruptos. Que su consigna sea “No nos tomemos las calles tomémonos el parlamento”. Contrario a la consigna setentista de “No Vote, organícese y luche”. Hoy los jóvenes deben llamar a los jóvenes a Votar, organizarse y luchar contra las extremas y contra la corrupción

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