Por: Andrés Villota
En lo único que coinciden dos escuelas económicas ubicadas en las antípodas ideológicas es en la no existencia de un salario mínimo. Para la Escuela Austriaca el salario lo debe fijar el mercado. Ludwig von Mises utiliza el ejemplo de los ingresos de un cantante de opera y de un contador, asegura que es el consumidor el que define que le paga más a la cantante que al contador. Si lo trajéramos a hoy es el mercado él que determina que el YouTuber, Ami Rodríguez, reciba por su labor $234.000,oo dólares americanos mensuales ($900 millones de pesos colombianos, aproximadamente) según la publicación Top Dollar Insight, y que un médico reciba en promedio $1.000 dólares americanos ($3,5 millones de pesos colombianos, aproximadamente) según el portal Computrabajo.
La Escuela Marxista consideraba el salario mínimo como una exigencia burguesa de los trabajadores y un obstáculo para lograr el fracaso del capitalismo por demorar por tiempo indefinido la llegada de la supuesta “revolución final”. El comunismo perfecto para Marx no tenía salarios, nadie se gana un sueldo por su trabajo. Eso explicaría la razón por la que en Venezuela el salario mínimo casi no existe y es de solo $0,92 centavos de dólar americano según DW a octubre del 2020.
La negociación y fijación del salario mínimo en Colombia es una suerte de ritual de fin de año, una cita a la que asisten todos para opinar y siempre criticar el resultado. Se enfrascan en discusiones interminables sobre porcentajes y correlaciones con la inflación, cuestionan si el auxilio de transporte lo deben sumar o no y hacen juicios de valor sobre si el aumento fue “justo” o “injusto”. La extraña obsesión colombiana de querer imponer con leyes, normas o decretos, el funcionamiento optimo de los mercados.
Decisiones políticas contradictorias que, por un lado, fomentan la educación de calidad y los altos niveles de escolaridad como solución para el desempleo y una forma de aumentar el nivel de ingreso en Colombia, pero por el otro lado, hacen todo lo posible para fomentar el empleo de la mano de obra no calificada, de los que no tienen experiencia o que estudiaron carreras sin demanda alguna en el mercado laboral colombiano a costa de la exclusión laboral de los que si estudiaron y tienen experiencia.
Pareciera como si el foco del mercado laboral se limitara al grupo de trabajadores que devengan el salario mínimo sin tener en cuenta, por ejemplo, que Colombia tiene una jornada laboral alta pero el PIB per cápita es de los más bajos de la región lo que muestra vacíos enormes en la productividad que pueden estar asociados a la poca eficiencia que trae la contratación de mano de obra no calificada con bajo nivel de escolaridad por el atractivo que representa para el empleador el aumento de los márgenes de ganancia por el bajo costo de mano de obra.
Colombia es de los pocos países en el mundo que descartan a las personas por estar “sobre calificadas” para desempeñar una labor, en una lógica perversa en la que se premia no tener experiencia previa o formación académica relevante como requisito para poder trabajar. Me acuerdo que era un “escándalo” que alguien no estuviera trabajando en algo relacionado con su formación académica. Hoy es lo más normal encontrarse con un experto en arqueología, vendiendo seguros de vida. No es coincidencia que las empresas más productivas de Colombia sean las que tienen altos niveles de exigencia para contratar a sus empleados y que reconocen salarios acordes con el grado de escolaridad y experiencia.
En la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia decidieron desde hace varios años permitirle a sus alumnos realizar las prácticas laborales en empresas del sector privado (antes solo podían hacerlas en el sector público), complementaron la excelente formación teórica impartida con materias prácticas acorde a las necesidades del mercado laboral e hicieron convenios para darle acceso a los estudiantes a las mismas herramientas tecnológicas que utilizaban las universidades privadas.
Como consecuencia lógica, la demanda en la industria financiera por los egresados de esa Facultad es muy alta lo que se ha visto reflejado en una mejora sustancial en el índice de ocupación y en la remuneración por su trabajo, considerado por muchos empleadores, como el mejor. La igualdad en las condiciones de aprendizaje y altos niveles de competitividad mostrados, incluso desde antes de ingresar a la Universidad, hace que la excelencia sea su objetivo.
Que las personas más poderosas de Colombia en lo económico (Luis Carlos Sarmiento Angulo) y en lo político (Álvaro Uribe Vélez) sean egresados de universidades públicas como la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad de Antioquia destruye el mito de la desigualdad, de la falta de oportunidades y de la falta de inclusión en la sociedad colombiana, y es una razón de peso para terminar con el conformismo y con la obsesión de algunos por la fijación del salario mínimo. Las aspiraciones de los colombianos deben estar muy por encima de un salario mínimo.