Por: Ricardo Angoso
La reconstrucción económica del país, tras las graves secuelas sociales dejadas por la pandemia y la inútil cuarentena decretada por el presidente Iván Duque, es absolutamente necesaria, pero también habrá que impulsar un nuevo proyecto nacional sobre otras bases sociales, éticas y morales.
También es urgente una reforma política, que implique una redefinición del país de una forma más inclusiva, y una efectiva cruzada contra la corrupción, la principal lacra de un país anclado en el pasado a merced de una casta política inescrupulosa y viciada por un sistema casi colonial de conducir la nación.
El regreso a la nueva normalidad de Colombia, tras los graves daños causados por la pandemia provocada por el covid-19, está resultando mucho más complejo, traumático y conflictivo de lo que se esperaba, sobre todo debido a grave crisis económica y social generada por la enfermedad. Por todas las calles del país se pueden ver centenares de negocios cerrados y el cartel de «Se vende» o «Se arrienda», y quizá estamos al comienzo de la crisis y lo peor está por llegar. Esta recesión económica ya presente en nuestras vidas ahondará aún más la brecha entre los estratos más vulnerables de la sociedad y los más pudientes, tal como suele ocurrir en estos procesos, y generará tensión y crispación social, sobre entre los más jóvenes que verán reducidas sus aspiraciones.
La respuesta a este malestar creciente, que se ha manifestado claramente en la virulencia de algunas manifestaciones y en la escasa favorabilidad de la clase política colombiana ante su gestión de la crisis provocada por la pandemia, no puede ser solamente en clave militar y policial, utilizando la violencia como único argumento y sin ahondar en las razones de este auténtico divorcio entre gobernantes y gobernados, entre el poder político y una sociedad que demanda cambios. Duque se encuentra bajo mínimos de favorabilidad en las encuestas.
Sin justificar en ningún caso la violencia contra los miembros de los cuerpos de la seguridad y orden público y el vandalismo -práctica bastante arraigada en la forma de entender la protesta pública en Colombia-, hay que señalar que el país, tras un casi un año paralizado y confinado en una cuarentena absurda, estúpida y fracasada, es una olla a presión que puede estallar en cualquier momento. Digo cuarentena absurda, estúpida y fracasada porque nunca dios los resultados esperados y, lejos de evitar la propagación del covid-19, convirtió a Colombia en el octavo país con más casos y fallecidos del mundo. No estoy diciendo que Duque se equivocara en su momento, pues fue el recurso más utilizado por casi todos los países, sino que la estrategia no dio los resultados esperados.
DUQUE, CENTRADO EN LOS MAS RICOS, ALEJADO DE LOS MAS VULNERABLES
Pese a todo, el presidente Duque no ha puesto en marcha un programa de reconstrucción nacional con el foco puesto en los asuntos sociales y económicos, sino que ha practicado la política de avestruz escondiendo la cabeza ante los acuciantes problemas, como los asesinatos de los líderes sociales en el país, los excesos policiales -eufemismo que encubre lo que es realmente: brutalidad policial-, la destrucción de millones de empleos y el hambre y la miseria generadas por su inútil confinamiento.
Si de veras el presidente Duque quiere enderezar el rumbo de la nave y responder a las demandas reales de los ciudadanos, debería ponerse manos a la obra e iniciar un proceso de reconstrucción social y económica, atendiendo a los más vulnerables y no dando cheques a los más ricos, como ha hecho recientemente con la entrega de un cheque de 370 millones de dólares a la compañía aérea Avianca, puesto en entredicho por la justicia, todo hay que decirlo. No haber recibido a la Minga, en un gesto ininteligible, aleja al presidente de los sectores más vulnerables y le hace emerger como el representante de los más poderosos.
Por ejemplo, el presidente Duque, en lugar de perderse en inexplicables e ininteligibles datos económicos, debería de poner medidas prácticas, como la eliminación de determinados impuestos impopulares, como el predial al menos por este año, la cancelación los préstamos gravosos por un año en todas las entidades financieras del país y la reducción de los precios de todos los servicios públicos, como agua, luz y gas, y combustibles, y verá como se puede atenuar esta tensión social y la intensidad de la crispación se irá reduciendo paulatinamente.
En lugar de bajar a la calle y escuchar a sus gentes, el presidente Duque atiende a los grandes gremios, se reúne con los grandes empresarios, desoye el mensaje de los más necesitados, envía más refuerzos policiales e incluso militares contra las protestas y elude las grandes reformas que el país necesita, como la puesta en marcha de un verdadero programa de transformación de la educación y la salud, que son los dos vectores que diferencian a un país desarrollado de uno subdesarrollado. No estoy hablando de una revolución política en clave marxista, sino de pasar del pasado colonial a la modernidad, poniendo en marcha una educación de calidad de carácter universal, gratuita, pública y al que tengan acceso todos los ciudadanos sin cortapisas de carácter económico.
No puede ser posible que el derecho a la educación de calidad siga siendo en Colombia la frontera que marca las distancias entre los más ricos y los más pobres, entre los que tienen acceso al mercado laboral de primera y los que tienen que engrosar, necesariamente, las filas de la informalidad y casi me atrevería a decir la pobreza. Como dice el escritor Mario Vargas Llosa, “hace falta al mismo tiempo una verdadera igualdad de oportunidades que sólo puede ofrecer una educación pública de altísimo nivel, que garantice, en cada generación, un punto de partida uniforme”, algo absolutamente inexistente en la sociedad colombiana de hoy.
Por no hablar del derecho a la salud pública, ese pilar fundamental en cualquier Estado social y de derecho que se precie como tal, y que en Colombia fue dejado en manos de la empresa privada, más concretamente bajo el control de unas empresas denominadas EPS absolutamente vampirescas y con más afán de lucro que de servicio público. Nuestro país sigue siendo uno de los pocos Estados del mundo sin un verdadero servicio de salud pública ni vocación de la misma, debido, en parte, a que las élites siguen pensando que la salud se resuelve a base de talonario y tarjeta de crédito sin pensar en los millones de personas carentes del acceso a la misma. Hace falta un replanteamiento total del sistema, y no es un tema ni de derechas ni de izquierdas, sino que atañe a un proyecto nacional inconcluso y que debe abordarse necesariamente sin más dilación, tal como ha puesto sobre la mesa la reciente pandemia que afectó a todos los estratos sociales por igual.
LA CORRUPCION, ASUNTO CENTRAL Y CAPITAL DE LA AGENDA POLITICA
Para ir concluyendo, y a este cuadro de auténticos desafíos que tiene ante sí la nación colombiana, no podríamos dejar de lado a la corrupción, quizá el mayor cáncer de América Latina y el factor que me atrevería decir que, casi con toda seguridad, ha imposibilitado el verdadero desarrollo de Colombia en los últimos dos siglos. La nación colombiana ha estado sumida desde su independencia en un marasmo de ineptitud, soberbia institucional de los poderosos frente a su pueblo, desprecio del Estado hacia sus ciudadanos y el saqueo generalizado de sus menguadas arcas públicas, puestas al servicio de espurios intereses personales y no en aras del bienestar general.
Colombia se encuentra entre esos países que, al día de hoy, no ha podido ganar la batalla contra la corrupción. Parafraseando a un secretario general del partido comunista chino de antaño, o Colombia acaba con la corrupción o la corrupción acabará con Colombia. Esos son, a modo de breve catálogo, los grandes desafíos que tiene el país tras la pandemia, pero habría muchos más asuntos a los que referirse, tales como la justicia, la vivienda y el desarrollo de una verdadero sistema de infraestructuras, pero hemos querido insistir en las tareas mínimas que tiene ante sí el presidente Duque en un momento decisivo para la nación. El presidente debe rectificar y ejecutar una verdadera agenda social absolutamente necesaria porque, de no hacerlo, habrá quien sabrá sacar provecho de la gravísima situación social por la que atraviesa el país y conducir al mismo hacia un abismo similar al que ya padecen otros de la región -por ejemplo, Venezuela-. Los riesgos están ahí, a la vuelta de la esquina, en las elecciones del 2022.