Por: Andrés Villota
Los experimentos de los franceses eran los culpables de que lloviera en Bogotá, una fría tarde. Lo afirmó un señor que estaba esperando, como yo, a que parara de llover para poder salir a la calle. Un joven que acompañaba al señor le preguntó ¿cuáles experimentos?. El señor, después de un largo silencio y de volver a mirar al cielo dijo, “no sé cuáles experimentos pero eso dicen”.
Los experimentos a los que se refería el señor, que todavía no los habían realizado esa fría tarde, eran unas explosiones atómicas subterráneas que había ordenado hacer el presidente francés Jaques Chirac en la isla Mururoa, de posesión francesa, ubicada en el remoto Pacífico Sur.
Mururoa quedó abandonada porque “la radiación estará presente por unos 200 mil años más”, según datos suministrados por el comunicador social chileno Diego Vera que, al parecer, también es un experto en explosiones atómicas subterráneas, radioactividad y en calcular la permanencia en el tiempo de la contaminación nuclear en lugares remotos.
El señor de la tarde lluviosa y el periodista chileno, sufren de ese extraño síndrome que consiste en repetir lo que le oyen decir a alguien, y le dan plena credibilidad y validez a lo que dice cualquiera. La inseguridad cognitiva impuesta, hace que las personas no piensen sino que le deleguen esa función a un tercero. O piensan pero esperan a que, mejor, un tercero valide lo que piensan. Lo anterior, termina por anular su sentido común (el de las personas), las hace renunciar a su libre albedrío para tomar las decisiones que afectan su vida cotidiana y hasta puede hacer desaparecer su instinto de conservación. Castra la formación del criterio y la capacidad de razonar.
La consecuencia más grave de este “síndrome” es que favorece la proliferación de oenegés inescrupulosas, de charlatanes, de impostores, de estafadores, de culebreros profesionales que se apropian de la narrativa que determina el rumbo de una sociedad con una estrategia que se basa en crear una amenaza de algo para generar miedo a algo y lograr que todos vivan asustados, siempre, para poder dominarlos y controlarlos con facilidad.
La narrativa amenazante de los experimentos de los franceses logró fusionar el epílogo de la amenaza del apocalipsis nuclear con el prólogo de la amenaza del apocalipsis climático. Durante el periodo de la Guerra Fría la humanidad estuvo amenazada por la inevitable guerra nuclear entre las dos súper potencias del momento. Los Acuerdos SALT, para la no proliferación de las armas nucleares, suscritos entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, fueron el primer paso para debilitar la amenaza nuclear. Los experimentos de los franceses marcaron el relevo de las amenazas para la humanidad.
La amenaza del apocalipsis climático apareció en simultánea con el SIDA, una enfermedad que amenazaba la existencia de la humanidad (igualito al COVID19), que era transmitida por personas que estaban enfermas pero que no parecían enfermas porque eran “asintomáticas” (igualito al COVID19), se evitaba con el aislamiento social (igualito al COVID19), se probaba su existencia con unas pruebas no muy confiables (igualito al COVID19), y en Estados Unidos el científico a cargo era Anthony Fauci (igualito al COVID19).
Como si la amenaza del SIDA no fuera suficiente, usar desodorante en aerosol o hacer grafitis con pintura en aerosol, le iba a abrir un hueco a la capa de Ozono que tiene, supuestamente, la función de gran protector solar del planeta Tierra. Por culpa del uso de los aerosoles, los polos se van a derretir y el incremento del agua de los océanos va a provocar que ciudades como Nueva York, Miami, Montevideo y Río de Janeiro desaparezcan, según la joven comunicadora social Carla Borrás, “experta” en lo del cambio climático, que cita a un estudio hecho por los “científicos” de la National Geographic Society.
Sin embargo, en ese estudio no mencionaron a ninguna ciudad de los once países que fueron incluidos en una lista negra surgida de otro estudio realizado por los científicos expertos en cambio climático del gobierno de Joe Biden. Afganistán, Birmania, Colombia, Guatemala, Haití, Honduras, India, Irak, Corea del Norte, Nicaragua y Pakistán son los países víctimas de la maldición del clima.
El destino de las generaciones futuras de esas naciones estará determinado por el clima y no tendrán salvación por las nulas probabilidades de enfrentarse al calentamiento global, al clima extremo y a la alteración de los patrones oceánicos que amenazan la seguridad energética, alimentaria, hídrica y sanitaria que terminará por generar hordas de refugiados climáticos que huirán de sus países para lograr librarse de las garras del clima. El caos propio del fin del mundo.
Sorprende la precisión de la amenaza climática en Haití, ubicado en una isla con un microclima y un ecosistema igual al de República Dominicana. Muy de buenas los dominicanos, ¿no?. Sorprende más, la amenaza de la alteración de los patrones oceánicos en un país sin costas marinas como Afganistán, salvo que el agua del Océano Índico pase por Irán y Pakistán e inunde el territorio afgano.
Annie Leonard directora de Greenpeace en Estados Unidos se ha quejado porque después de la Cumbre de Glasgow no ha recibido ni un centavo de los muchos miles de millones de dólares que prometieron que les iban a dar a las oenegés que luchan contra el cambio climático. También, y tras la publicación de esa lista, los fanáticos del clima y los fundamentalistas medioambientales colombianos arreciaron en sus amenazas “porque el tiempo se agota”, dicen.
Hace poco, un joven activista del clima le daba un plazo límite a las empresas colombianas para que le paguen a sus empleados una ida a su resort-escuela ubicado en la mitad de la jungla colombiana para que aprendan a cómo combatir el cambio climático, porque el apocalipsis climático no da espera. Una receta que deja el mensaje entre líneas que lo mejor es no volver a producir, ni trabajar y mejor liquidar la empresa y darle todo a él o al resto de los guerreros que luchan por salvar a la humanidad de la extinción a cambio de recibir multi millonarias donaciones. De qué sirve ser dueño de una empresa si no hay planeta, es el dilema que plantean.
Los estallidos sociales ocurridos en las naciones más civilizadas, con mayor nivel de desarrollo humano y con mayor grado de evolución, oponiéndose a los mandatos de las vacunas y a las otras medidas absurdas para combatir al COVID19, han encendido las alarmas de las oenegés anti cambio climático porque sienten que la gente volvió a pensar y está usando su sentido común, y eso puede significar la ruina de su narrativa.
Tal vez por eso andan tan afanados mendigando, tratando de recoger la mayor cantidad de limosna climática, engatusando a los pocos incautos que todavía se le comen el cuento del apocalipsis climático. Por eso odian al presidente Donald Trump, porque abiertamente ha dicho que el cambio climático es una gran farsa, una gran estafa que pretende apropiarse del dinero de los contribuyentes estadounidenses para financiar la vida llena de lujos que goza la gran élite cambioclimática global.
No es una coincidencia que el único candidato a la presidencia de Colombia que ha culpado al cambio climático de las desgracias de la pandemia y de la pobreza, la falta de oportunidades y de la desigualdad, sea Gustavo Petro, alineado con la doctrina de Joe Biden que, con el documento que acompaña a la lista, justifica con el clima todas las desgracias que va a traer Gustavo Petro si es elegido presidente de Colombia y exonera de toda culpa al totalitarismo comunista que quiere imponer. No es para menos, la deuda de gratitud de Joe Biden con Gustavo Petro es inmensa porque Petro fue clave para conseguir los 81 millones de votos a favor de Biden.
El miedo aleja las expectativas favorables y hace desaparecer el optimismo de los mercados financieros, la inversión huye y el desarrollo económico se debilita. En Bogotá, por ejemplo, el miedo a ser asesinado por los fascistas de La Primera Línea y el miedo que produce las decisiones que toma Claudia López, hizo que la inversión extranjera cayera el 58%. La pobreza aumenta. Las naciones más ignorantes y más primitivas, con poblaciones que muestran un mayor nivel de analfabetismo funcional son naciones con alta propensión a tener sociedades asustadizas, por ende, propensas a fracasar.
Los jóvenes son los más afectados con esa amenaza de muerte porque Greta, Francisco (el niño petrista, no el Papa) y las oenegés, los lograron convencer que no importa lo que hagan, el clima los va a exterminar. El determinismo medieval se impone y desaparece el optimismo, la ilusión de progresar y de construir un futuro mejor. El existencialismo climático se empodera. Entonces, los jóvenes terminan preguntándose, para qué estudiar?, para qué votar en unas costosas elecciones especiales para jóvenes?, para qué alargar la agonía climática?.
El señor presidente Iván Duque y su equipo de gobierno, deben moderar o modificar su discurso del cambio climático para no seguir siendo cómplices del inmenso daño que le están causando, a los jóvenes, todos los que quieren que Colombia siga siendo esclava del miedo, del susto climático para siempre.